LUIS Mª ALFARO
Un matón profesional El rey de los telediarios vespertinos, el de los dientes salidos y sonrisa artificial de oreja a oreja, colocó con sumo cuidado al caniche en el suelo. El perro marcó su territorio con dos ladridos secos y comenzó la tarea de rascarse, para luego empeñarse en morderle los zapatos a Peralta que estaba por allí un poco desconcertado. Tubito no hagas payasadas. Tubito estate quieto. Tubito te voy a castigar sin chocolate. Jodido Tubito. Peralta buscó las palabras adecuadas de agradecimiento por haberle llamado, pero le costaba encontrarlas. Le hubiera gustado darle dos patadas a Tubito y aplastarlo contra la pared. O hacerlo desaparecer por el inodoro. O convertirlo en salchichas para un restaurante oriental. Tenía que contenerse. Necesitaba estarse quieto y sonreír sumiso como un idiota mientras el perro iniciaba el nuevo acoso. Era su primer trabajo después de terminar condena. Al despedirse, el oficial de puerta le había dicho a modo de saludo de despedida: volverás. No me espere. Volverás porque la cárcel es como una querida a la que quieres abandonar pero no puedes. Si las cosas están mal dentro, afuera tampoco puede decirse que mejoren. Sabía disparar y había disparado a tipos de ojos oblicuos empeñados en abrirle en canal y a policías de mostacho y cejas negras ansiosos de confiscarle la vida, pero ya estaba en la calle y la calle es gris y cuando llueve si no tienes cobijo te mojas. Era, además, un tipo solitario sin muchos lugares donde acudir. Este iba a ser su primer trabajo; nunca hay un segundo sin primero. Miró al perro. Cabrón de Tubito. Debía mantener la compostura. Y Tubito levantó la cabeza. Bicho estúpido. Tubito torció el cuello como si necesitara otra perspectiva antes de iniciar el siguiente ataque. Evidentemente, es un problema, señor, vino a decir como auto justificándose de que lo contratasen. Un problema menor. No. Bueno, quiero decir que no hay problemas me102