EL PUYAZO DE TALAVERA
El puyazo de Talavera (Relato ganador del XXII Premio Club Taurino Mazzantini, de Relato Taurino, 2015) Era el tiempo en que picadores y subalternos se hospedaban en casas particulares. Por ejemplo, en el número 22, en un primero sin ascensor, en la calle que une las dos iglesias, allá en el barrio viejo, donde por las noches los susurros surgen de los callejones y a los borrachos los serenos a duras penas consiguen encauzarlos a sus casas. Rosiño se movía a trancas con su pierna encogida y sus muchos años colgando de unos ojos tristes y cansados. Limpiaba todos los días el puesto de la pescadería al cierre de las tres y luego, en la semana de fiestas, allá se iba a saludar a los antiguos compadres con la chaqueta de punto sobre la camisa de manga corta escondiendo avergonzado los olores del pescado. –El peligro del picador no está en el toro sino en el caballo –confesaba a los niños hambrientos de ojos sorprendidos, que aguardaban la salida de los banderilleros a la altura del portal. El llamado Varitas, que era como de su quinta o casi, le recibía con aprecio los días que le tocaba corrida, invitándole a fumar y compartir recuerdos. Habían coincidido en demasiadas plazas para no guardarse el respeto y una buena amistad, aunque nunca hubieran pertenecido a la misma cuadrilla. Eso es lo bueno que tienen los años, que van colocando amigos en todas las ciudades. Agosto, un día luminoso de los que se reclaman entradas de sombra en la reventa, el calor húmedo que impide secarte el cuerpo entero. Varitas miró intranquilo el reloj de péndulo del saloncito donde esperaban, y dijo: –En menos de diez minutos está aquí. –¿Y si no viene? –dijo uno de los peones. –Vendrá –afirmó sin titubeos. 11