LUIS Mª ALFARO
Muerte en la vadera Entró arrastrando los pies. Parecía cansado. La camisa por encima del pantalón, rota, los pantalones sucios, manchados de barro. Las botas también sucias, manchadas de barro. Se acercó a la barra, y dijo: –Lléname el vaso. La mujer lo miró con desgana, dejó el periódico abierto sobre la esquina del mostrador, abrió el frigorífico, cogió la botella y la volcó sobre el vaso. El hombre bebió un trago. Calentó el vaso con la mano. –Está frío –dijo. –¿Y qué? –le dijo la mujer, volviendo a la lectura. –No me gusta el vino frío. –¿Lo has pagado? –le preguntó despectiva la mujer. –No. –Puedes marcharte sin beber una gota más que no te lo cobro. –Tampoco es eso. –Pues es lo que es. El hombre se entristeció un poco más. Volvió a calentar el vaso con las manos, y dijo: –Eres muy dura conmigo. –Lo soy con todos los hombres –dijo ella. –Más conmigo. –No hago excepciones. El hombre apoyó un pie sobre la escupidera que corría a lo largo de la barra. Estaba de jornalero para el regadío. Un trabajo ingrato, casi siempre a deshoras. Raro era el día sin urgencias. Una llave de paso obturada, un motor desenganchado, una fuga de agua inundando la carretera, unos aspersores cegados por alguna culebra atrapada en la boquilla. –Lo he matado en la vadera –dijo después de un rato. Ella no le hizo caso. Él insistió: 172