LUIS Mª ALFARO
Un golpe de fortuna ¿Cómo podían haberse encontrado frente a frente en una mesa de póquer el marqués y un tipo silencioso, con la apariencia aburrida de viajante de comercio, de apenas uno sesenta y cinco de estatura, de aspecto vulgar, vestido sin gusto, que encima comenzaba a coronarle una especie de tonsura en la nuca con todas las apariencias de ir a más? Es algo difícil de explicar, salvado el aburrimiento de una noche sin emociones, pero había sucedido. Quizá el maldito orgullo o la vergüenza de sentirse atrapado por quien consideraba un tendero –el tipo aquel evidentemente a sus ojos no podía ser otra cosa, como máximo un carnicero del mercado de abastos– que cada vez que tenía que pensar entornaba los párpados como los niños asustadizos, debió encorajinarle al marqués hasta el punto de trastocarle el sentido de la realidad. La conjunción de circunstancias a veces deviene en situaciones estrafalarias y ésta había sido una de ellas. Lo cierto es que el marqués había perdido de forma increíble la más cómoda y menos interesante partida de su vida y el señor Zumeta -un oscuro jugador sin fortuna, de los que sólo aspiran a comer al día siguiente, que venía malviviendo corriendo detrás de las fiestas locales, como los raterillos, las putas baratas y los borrachos de pueblo–, pegado el golpe más importante de la suya, al aprovecharse de su suficiencia y de su estúpida altanería, para hacerse sorprendentemente con su señorial casa de campo. El marqués al levantarse de la partida y de firmarle el reconocimiento de deuda, mordiéndose el orgullo por dentro, le dijo: –Es tradición en esta tierra la revancha entre caballeros, y usted no tengo duda de que lo es. El señor Zumeta debió pensar que caballero es el que posee un caballo y él jamás lo había tenida nunca, ni casa propia, ni estudios, ni mujer, ni hijos, ni una flor olorosa en el ojal, ni siquiera un baúl donde esconder para siempre la habitual mala suerte con 186