LUIS Mª ALFARO
Fiesta de cumpleaños El bueno de Aguirre dice que no recuerda muy bien a sus progenitores, aunque está seguro de su naturaleza humana: hombre y mujer. Por si acaso, dice. Recuerda muy bien a un ancestro: “Un palo seco con boina comiendo pollo el día de Navidad.” Lo que sí reconoce sin problemas es el color del cheque mensual repleto de ceros. Dice que sus viejos están en Venezuela o por ahí, en cosa del petróleo, y que se fueron al poco de acabar la guerra, aunque no sabe cuál. Ha decidido que ya que estoy estos días por aquí celebremos mi cumpleaños, además del primero de mes, la depreciación de la moneda, los buenos resultados de la penicilina, la fórmula = E es igual a emecedos, y la deriva continental. Le digo que cumplo dentro de un par de meses, que por lo menos así era cuando no me saludaba nadie e insiste en que es una deferencia especial hacia mi persona porque igual no regreso más (me reducen la cabeza los jíbaros o terminan mis huesos en un penal de cualquier puerto marinero o sirvo de entretenimiento a un chamán salvaje) o lo hago dentro de otros veinte años y entonces seremos ya un poco más viejos. Ordena a Baqué que diserte durante diez minutos acerca de la toga virilis y todas esas tonterías de los romanos y sus acueductos y caminos. –Ya lo dijo Solón –dice Baqué, con su voz atiplada de profesor de instituto– hay que envejecer aprendiendo muchas cosas. Es un tipo interesante este Baqué. Se sujeta los pantalones con tirantes. Sentimental, suspendido en el aire, alma ingrávida, conciencia de la sociedad. Le recuerdo de la fiesta anterior. Iba para anarquista, con el pelo revuelto y la bragueta abierta, y se quedó de profesor torpe, de los que se tropiezan en la tarima. Doctor en filosofía, de los que dominan los latines y el viejo griego, su presencia enriquece mucho este ambiente desnaturalizado, aburrido y ególatra, y sugiere ensoñaciones tontas a las muchachas reclutadas por el Tuerto en las cafeterías de la avenida antes de 214