STRONHER

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EN EL FRENTE

En el frente Y seguía nevando. Hermano salió a desperezarse fuera de la trinchera, gritó más para hacerse oír su propia voz que por espantar las parejas de cuervos que todas las mañanas merodeaban por las alturas y se puso a auscultar el horizonte con sus sucios prismáticos de campaña. Dijo: –Esa maldita montaña donde se resguarda el enemigo. Y compadre García, que por pastorear rastrojos de civil conocía de escarchas y menguantes, dijo: –Otro día turbio. ¿Será cierto que existe el sol en alguna parte del mundo? Atrincherados en un punto sin retorno, en una tierra desconocida y hostil, un extenso mar marrón de barro y nieve sucia, sin más límite que la montaña levantada en medio como un decorado de cartón, los soldados tenían el convencimiento de participar en un operativo importante. Su última orden recibida antes de quedarse a la intemperie había sido: –Me guarden la posición. Y la guardaban. Vieron después de aceptar la orden, cómo el capitán se dejaba ensalivar las botas antes de iniciar la marcha. Era un tipo singular, capitán de academia, que jamás pisaba un charco sin que antes otro se lo hubiera vaciado. Decían que iba para general, el más joven del mundo, una gloria nacional, de los que duran en el pedestal lo que aguanten los lameculos sujetando sus estatuas. Vieron también cómo sus compadres de compañía, con los pesados mosquetones sobre el hombro y las cartucheras medio vacías, y la última colilla apagada colgando de la costra reseca de sus labios cuarteados, enfilaban en silencio con los mulos famélicos atrás y los oficiales delante, no la previsible línea recta para la con247


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