LUIS Mª ALFARO
Vivalavirgen Al simple de Aranegui le apodaban Vivalavirgen. Estando acodado en la barra de un bar filosofando sobre el color cucaracha mestiza del vaso de vino, un día se personaron sudorosos los municipales. Uno de ellos, después de recuperarse del sofoco, reclamó la atención de los presentes: –Buscamos una pareja de desaliñados que creemos se han escondido aquí ahora mismo. ¿Alguien los ha visto entrar? Y Vivalavirgen sin pensarlo dos veces, dijo señalando a los del fondo de la barra: –Esos son. Y cuando los llevaban detenidos, el tabernero le dijo: – Esos lo mismo llevaban aquí la media hora. –¿Y qué? Los policías no lo saben –contestó tan tranquilo. Así de simple era Aranegui. Campechano, sobrado, zumbón, pletórico, alegre. Un tipo de ventas, apuestas, tascas y tabernas. Decía cualquier cosa en cualquier sitio como si las palabras le sobraran y tuviera necesidad de repartirlas a suertes, como los naipes de la baraja. –Soy un hombre sistemático –gritaba al mundo subido a un noray del puerto para demostrar con su absurdo equilibrio que esa vez no estaba más bebido de lo habitual. Y como ni el salado de Zubeldia ni el sacristán parece entendían el mensaje, añadía: –Sistemático quiere decir que soy un tipo con conocimientos. Alardeaba de sus múltiples trabajos anteriores, satisfecho de que de todos le hubieran echado. Decía, por ejemplo, que había sido carbonero, y lo mismo era verdad. Por ejemplo, que había estado cinco campañas de redero en el bacalao y que por eso comía carne. Que también contratado de pastor, segando hierba, talando árboles, recogiendo patata, recolectando fresones en la vendimia francesa. 38