El catrín Dania Ximena Terán Gómez Esc. La Gran Tenochtitlán • Mpio. Salamanca
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ace mucho tiempo, en la gran hacienda de Cerro Gordo, rondaba por los alrededores un elegante y bien vestido personaje, al cual apodaban «el catrín». Él siempre vestía traje negro, con un gran sombrero y un pequeño bastón que usaba para caminar. Algunas personas lo podían ver y otras no, ya que él elegía para quiénes ser visible y para quiénes no, como si se tratara de un extraño fenómeno sobrenatural. Mucha gente que lo veía tenía mucho miedo, pero poco a poco fueron acostumbrándose, dejando el miedo atrás.
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A ese hecho se sumaba que todas las personas que lo veían, tiempo después encontraban un inmenso tesoro dentro de sus pequeños y humildes hogares. Ésto fue lo que le pasó a dos habitantes de Cerro Gordo: Guadalupe y Álvaro, a quienes les tocó la suerte de ver al catrín y de encontrar en su pequeño hogar un gran tesoro. Todo comenzó en una oscura y fría noche de invierno, cuando Guadalupe, después de una larga y dura jornada de trabajo, decidió sentarse afuera de su pequeña casa, sobre una gran piedra. Cuando de repente, apareció ese hombre misterioso con mirada de fuego y semblante blanco como la luna, de su boca y nariz salía humo, pero lo más sorprendente era que no tenía ningún cigarrillo encendido. El hombre misterioso le dijo: —Yo soy aquél a quien apodan «el catrín»—. Guadalupe se asustó mucho, sintió que su alma le abandonaba el cuerpo, la piel se le puso como de gallina, no supo cómo reaccionó, pero entró a su casa más rápido que un rayo, sin volver la vista atrás. Lo mismo fue lo que le pasó a Álvaro. Con el tiempo, los dos se fueron acostumbrando poco a poco a verlo, hasta que una tarde, nuevamente se les apareció al mismo tiempo a los dos, en diferentes lugares. A Guadalupe se le apareció en la hacienda y a Álvaro en el campo, ya que él se encontraba