josé ovejero Cuadrivium 13 Año 20
¿Qué prefieres, la belleza o la verdad?
D
esde que realicé el documental Vida y ficción con Edurne Portela me han preguntado decenas de veces cómo creo yo que se articula la relación entre lo que escribimos (o leemos) y lo que vivimos. Cuando tengo que resumir mucho la respuesta, digo que la ficción se alimenta de la vida y la vida se alimenta de ficciones. Y me he dado cuenta de que, aunque parece una respuesta bastante obvia, genera incertidumbre y exige aclaración. Empecemos por la segunda parte de la respuesta: la vida se alimenta de ficciones. No, no me refiero sólo a que cuando vamos al cine o leemos novelas consumimos ficciones que producen un efecto en nosotros (emoción, rechazo, placer, curiosidad intelectual); me refiero a la ficción en un sentido más amplio. Por ejemplo, Althusser afirmó que la ideología es la relación imaginaria que tenemos con el mundo que nos rodea. No lo solemos pensar así, relación imaginaria, pero parece evidente: nuestra ideología cataloga la realidad en la que vivimos, la filtra, la ordena, también en un sentido moral, y, sin embargo, es una ficción: la mayor parte del mundo en el que estamos inmersos es incomprensible, no tenemos información suficiente sobre él y si la tenemos no sabemos procesarla, por lo que no nos queda más remedio que acudir a nuestra ideología para decidir lo que aceptamos o rechazamos, lo que condenamos y aprobamos. Esta relación imaginaria –ficcional– con el mundo alcanza también, casi paradójicamente, a lo más cercano, a aquello que creemos conocer mejor, por ejemplo a la persona a la que amamos. Enamorarse, lo he repetido muchas veces desde que publiqué La invención del amor, es la aplicación de la ficción a nuestra vida sentimental. Nos enamoramos del otro cuando no lo conocemos y no nos conoce. Lo idealizamos de forma que podemos proyectar sobre esa superficie brillante nuestros deseos y necesidades; y, al mismo tiempo, nos inventamos para el otro, ofrecemos una versión retocada de nosotros mismos, recortamos las aristas más molestas, queremos ser mullidos, acogedores, atractivos. De ahí que Lacan dijese que amar es dar lo que no se tiene a quien no lo es. Más tarde, durante la relación, se van ajustando expectativas, mostramos con mayor honestidad nuestros límites y nuestras imperfecciones. Del desarrollo de ese proceso depende que el amor se mantenga, no necesariamente más frío ni menos apasionado, tan sólo más auténtico, y quizá por ello también más profundo. ¿Qué sucede en el otro sentido, cómo alimenta la realidad la ficción? No hay literatura que surja en un vacío: lo que escribimos está condicionado por quiénes 241