Cuentos de un otoño convulso

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Alejandra Larraín

Mi cafetera A mi cafetera le falta el asa, servirse café con ella requiere de cierta práctica: enrollar un paño, hacer un torniquete apretado que permita tomarla sin quemarse. Servirla es adquirir un gesto. Mi padre la encargó a París cuando las buenas cafeteras eran difíciles de encontrar. Viajó en la maleta de mi tío y se instaló en la mesa de la casa estando completa: tapa como una cúpula, asa y manilla doradas. Elegante. El uso le quitó todo accesorio, primero el asa (¡ahora parece un sputnik!, decía mi papá), luego la manilla dorada de la tapa y luego la tapa misma. Hoy es una especie de tubo con lo imprescindible para cumplir su función: preparar café. Lo hace bien, igual de bien que estando completa. Solo cuesta servirlo. 14


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