Cuentos de un otoño convulso

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Mireya Valenzuela

Los girasoles de Van Gogh A los 4 años Alicia no hablaba, así lo había decidido. Pasaba gran parte del tiempo jugando en su velador. Ya no existen esos veladores, tenía en su parte superior un cajón y en la parte inferior una puerta que abría a un gran espacio normalmente destinado a los zapatos o a la bacinica. Allí ella albergaba un mundo de fantasía en miniatura, mundo al cual nadie más tenía acceso. Alicia cerraba las pesadas cortinas del dormitorio, se estremecía con la penumbra, buscaba su muñeca de porcelana, una lámpara y el juego de dominó. Del ropero sacaba la caja que contenía todo aquello que pudiese servirle para la creación de su escena: pedazos de géneros, de encajes, de alambres de cobre, botones, bolitas, perlas, conchas, trozos de vidrio, 36


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