ARTURO REGALADO: UN CHARRO LÍGRIMO, BUENO Y CON SENSIBILIDAD
Miguel Cid Cebrián Alcalde de Ciudad Rodrigo 1983-1991
S
i algo caracterizaba a Arturo Regalado era su bondad y sus dotes e inquietudes de artista de la piedra y del trabajo bien hecho.
Arturo, servicial y solidario con todas las causas justas, siempre fue sensible a quienes necesitaban una ayuda o al común de los mortales para que disfrutaran con sus creaciones llenas de ingenio y oportunidad. Yo lo he comprobado en numerosas ocasiones, bien fuera en Carnaval con el disfraz más ocurrente o en cualquier otro momento de la vida diaria, ya que su inquietud y su ingenio no tenían límites. A pesar de su avanzada edad su vitalidad le empujaba constantemente a desarrollar aquello que le atraía su inquietud permanente. Todos los días teníamos prueba de ello, a la vez que siempre daba testimonio de generosa ayuda con lo que estaba en su mano. Y esto ¿por qué? Sin duda, su carácter era así, pero también sus fuentes de conocimiento, ya que él siempre se definió como humanista comprometido con los demás y, por ello, apasionado defensor de todo lo que creía justo y opositor de lo que pensaba que no lo era. Ciudad Rodrigo ha tenido la suerte de contar entre sus hombres a este charro lígrimo, nacido en Yecla de Yeltes, pero mirobrigense de corazón. Su amor a todo lo nuestro así lo atestiguaba como defensor a ultranza del folclore charro, cuya danza practicó con brillantez en el Grupo Dámaso Ledesma del que fue ferviente creador e impulsor, así como maestro de sus componentes creando una escuela de bailadores y bailadoras charros que aún perdura. Al igual que como autor de numerosas obras de nuestra histórica heráldica y monumental, entre las que destacan numerosos escudos de nuestra ciudad, todos labrados en piedra, al igual que las rotulaciones de calles y plazas empezando por nuestra plaza Mayor. Arturo ya ha quedado grabado para siempre, al igual que nuestros corazones. Arturo, hombre cordial y cariñoso, siempre se mereció el reconocimiento de nuestras gentes y de la ciudad en la que vivió con una fructífera senda. Trabajador incansable y padre de una numerosa familia tiene también el cariño y el recuerdo de todos los que le queríamos y admirábamos. Los que disfrutamos de su amistad y afecto nunca le olvidaremos, por aquello que como dijo Isabel Allende “la gente sólo se muere cuando se la olvida”, y Arturo seguirá vivo en nuestra memoria al igual que en nuestros corazones.
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