SAN FRANCISCO DE ASÍS Y SU ORDEN EN AMÉRICA
Luis Ruiz Gutiérrez Terciario Franciscano Seglar
C
uando se habla de la conquista y evangelización de América es de ley reconocer y de conocimiento universal saber la conexión que existió y existe aún, con los frailes de san Francisco de Asís, comúnmente conocidos como “franciscanos”. Todo empieza con un personaje que llega a España, se llama Cristóbal Colón, es marino, y luce librea de terciario franciscano seglar, y recibe un único amparo y ayuda en el cenobio seráfico del monasterio de La Rábida. La reforma de la Orden Franciscana, en 1519, de manos del padre fray Juan de Guadalupe, y el respaldo que recibió desde Roma en 1499 por la bula Super familiam Domus Dei del papa Alejandro VI. Sobre esta reforma se basaría y se asentaría toda la actuación franciscana en el Nuevo Mundo y, especialmente en México, pues los frailes que fueron a Nueva España habían vivido toda la gestación, el desarrollo y el triunfo de este movimiento. Otra causa que apoya el origen franciscano en América es la predilección que sentía el también terciario franciscano Hernán Cortés que solicitó, en repetidas ocasiones, al emperador Carlos el envío de frailes menores para que se encargaran de extender entre los indios la doctrina cristiana. Curioso es saber que el emperador Carlos I de España y V de Alemania, conocía de la rectitud de fray Antonio de Ciudad Rodrigo y por ello le escribió una carta desde Barcelona el 1 de mayo de 1543 en la que le saludaba “Devotamente Fray Antonio de Ciudad Rodrigo de la Orden de San Francisco” y le encargaba vigilar la distribución y el cumplimiento de las ordenanzas que había dado para los indios, y que le remitía en la ocasión. Ciudad Rodrigo contribuyó de forma importantísima a que la conquista fuese el encuentro y la unión de dos pueblos: la donación de la religión, el idioma y los conocimientos del más culto de ellos, y la creación de un pueblo que un día llegará a tener un lugar destacado entre las naciones, el mexicano. Fue un momento exclusivo, una pléyade de hombres escogidos coincidieron en este momento de la historia de la humanidad y fueron guiados y fortalecidos desde el trono de España por una mujer, Isabel de Trastámara, siempre acompañada de sus fieles, fraternales y lealísimas amigas Beatriz de Bobadilla y Beatriz Galindo, La Latina, que no la abandonaron en nunca en vida y la acompañaron hasta verla depositada en su sepultura de Granada, amortajada con el hábito visto de su seráfico padre san Francisco de Asís.
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