Introducción: ¿Un manual escolar?
Bahía Blanca es una ciudad de unos 300.000 habitantes, emplazada a 700 kilómetros al sur de Buenos Aires, capital de la Argentina. Desde aquí, un grupo de docentes, investigadores y estudiantes universitarios y secundarios emprendimos la tarea de dar vida a un manual escolar sobre la evolución humana, un contenido que se aborda en el primer año de la escuela secundaria, es decir, con adolescentes de entre 11 y 13 años. Cuando comenzamos, lo hicimos creyendo que sería una propuesta sencilla, pero al echarnos a andar —como sucede casi siempre— la idea inicial se fue transformando en este libro plural, gracias a la participación de más de 280 personas entre estudiantes, docentes e investigadores de colegios secundarios, universidades argentinas, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC PBA) y del Museo de la Evolución Humana, Junta de Castilla y León, España (MEH). Este proyecto articula el trabajo colectivo de dos grupos de trabajo pertenecientes al Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur de nuestra ciudad:Arqueología en cruce, el Programa educativo del Grupo de Estudios sobre Patrimonio e Historia de la práctica y comunicación de la arqueología (Departamento de Humanidades, UNS) y el de Filosofía con niñas, niños y adolescentes. Ambos compartimos concepciones epistemológicas y éticas respecto al papel de la ciencia en la sociedad contemporánea. En nuestros proyectos prevalece una concepción de la ciencia como empresa cooperativa que se expresa en prácticas colectivas y colaborativas. Una lectura histórica del desarrollo de las ciencias pone en evidencia que éstas no son el producto de un pequeño grupo de hombres y mujeres realizando sus prácticas de manera aislada, en espacios y con materiales especializados. Tampoco sugiere que los resultados de la ciencia deban comunicarse en un registro puramente técnico y estén destinados solo a expertos. Por el contrario, una dimensión holística del análisis histórico incluye las prácticas y la popularización. En otras palabras, los espacios de producción y de comunicación de las ciencias son escenarios sociales y públicos en los que circulan distintos saberes. No obstante, esta noción no significa reducir o circunscribir esos conocimientos a una esfera diferente de la categoría científica. Recordemos que los modelos tradicionales entendían la producción de saberes como algo específico de la comunidad académica, un conocimiento definido y cerrado, que luego se reformulaba para un destinatario pasivo. Se imponía la idea de traducir o de hacer legible algo exclusivo de las elites intelectuales a través de diferentes
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