laciones, la edificación, desde la experiencia y desde el conocimiento: «un proceso de “territorialización” es un gesto ocupacional, que tiene sentido en cuanto conforma un sistema social asentado en una “tierra”, en un “lugar”; lugar donde surgen experiencias, memorias y proyectos comunes.» (Cervera, 2002: p.34). De este modo entendemos que la construcción de la identidad nacional se encuentra articulada fuertemente con el territorio, y es por este motivo que debe ser reconocido por los y las diseñadoras como signo fundamental para la comprensión de un sistema de identidad visual determinado. Asimismo, María Ximena Betancourt Ruiz (2016) en su artículo “Aportes del ‘Nonágono semiótico’ para la comprensión de la identidad visual y su potencia social” analiza el concepto de territorio de forma tradicional y a su vez contempla dos definiciones más, tomando, por un lado, al territorio como el conjunto de «[...] relaciones que entabla en el interior y en el exterior del mismo, en donde prevalece el poder estatal, enmarcado en dinámicas globalizadoras capitalistas y caracterizado por la fluidez en la circulación de personas, objetos, productos y mercancías a todos los lugares del planeta (Gottman)» (Betancourt Ruiz, 2016: p.310). De este modo entendemos el concepto no sólo como el proceso de apropiación del espacio por parte de una comunidad, sino a partir de su influencia social generadas por la globalización y su debilitamiento de orgullos locales y de la identidad nacional. La tercera definición de territorio, por otro lado, se enmarca en una geografía del poder «caracterizado por la existencia de múltiples poderes diferentes al del Estado que producen resistencias de diversa índole. Se le da gran importancia a la presencia de acciones y estructuras concretas y simbólicas, ganando importancia el acceso a la información que favorece procesos de territorialización (nuevos territorios), desterritorialización (destruir) y reterritorialización (construir). Desde este punto de vista la territorialidad se entiende como ejercicio y base de poder, y el grupo humano que asume un proceso de territorialidad puede ser desde una comunidad indígena hasta una multinacional, lo que provoca en mucho, las crisis del Estado Nación, generando diversas hibridaciones identitarias. (Raffestin, 2011; Sacks, 1997; Montañez G., 1997; Rodríguez, 2010).» (Betancourt Ruiz, 2016: pp.310-311). Así entendemos que el territorio también puede ser comprendido en base a las relaciones de poder que lo componen, no solo siendo definido por la ocupación del espacio (territorialización) y posteriormente de la influencia de factores externos producto de la globalización (desterritorialización), sino también a partir de las dinámicas sociales y culturales representadas en las luchas de poder por la reterritorialización de comunidades preexistentes al Estado. Esto nos permite comprender que en el proceso de la creación de un símbolo identificador para un país, hay que tener en cuenta un conjunto de factores complejos que formaron, durante un largo tiempo y a través de diversos procesos históricos, la identidad de un país.
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3.1.2 Cultura La contextualización y cabal descripción de la noción de identidad nacional no puede alcanzarse sin antes incorporar la perspectiva cultural del proceso. Es por ello que consideramos fundamental para el desarrollo de la identidad de un país, y a su vez para la creación de su signo identificador, contemplar la