ONCE MIL MUERTES POR DÍA En 1964, Selecciones del Readers´s Digest publicó un artículo que tituló ¿Debe abolirse la publicidad?(1). El articulista menciona la crítica opinión de Aneurin Bevan que calificó de “servicio nefasto” a la publicidad. Otra crítica de este rubro provino de Arnold Toynbee: “No puedo concebir circunstancia alguna en que la publicidad no constituya un mal”. También J. K. Galbraith sostuvo: “La propaganda comercial tienta a la gente a despilfarrar el dinero en bienes ´innecesarios´ cuando debiera destinarlo a obras públicas”. En este último caso, en una clara alusión al mercado de consumo. Entre sus defensores se contaba Franklin D. Roosevelt, que agradecía a la publicidad la difusión de normas elevadas de vida, o Sir Winston Churchill, cuando dijo: “La publicidad estimula al hombre a esforzarse y a producir más”. Con relación a la disminución de los precios estimulado por la publicidad, el profesor Neil Borden de la Universidad de Harvard, vio méritos en esta actividad pero a su vez, conjuntamente con sus asesores, llegó a la siguiente conclusión: “Si bien la publicidad no está libre de censura, lejos de constituir un lastre, es un bien para la economía”. El autor de la nota llega a un punto clave cuando se pregunta: “¿Puede la publicidad encajar al consumidor un producto inferior?”. Y acotó inmediatamente: “La experiencia me ha enseñado que esto no es posible”. 257