detenidos, torturados y ejecutados, no así el protagonista indiscutible de la historia reciente de Cuba: Fidel Castro, quien, después de una breve visita a prisión, partió al exilio a México y, como hiciera el apóstol Martí, se dio a la tarea de recorrer los Estados Unidos con la intención de recaudar fondos y adhesiones a la causa revolucionaria.
Vale la pena recordar que la costa este de los Estados Unidos fue, a los cubanos, lo que la frontera sur a los magonistas. Florida y sus cayos, y Nueva York, históricamente han sido hogar, zona de trabajo y refugio de los revolucionarios cubanos, desde la primera guerra de independencia hasta la lucha de los desafectos al castrismo.
Con el fallido desembarco del Granma, en diciembre de 1956, se catalizó el proceso cubano. Mas, imposible es obviar el terreno fertilizado por la fuerte oposición, dentro y fuera de Cuba, contra Batista. Si pasáramos por alto este detalle invalidaríamos la lucha tesonera de hombres y mujeres dedicados a minar al régimen batistiano. Dos grupos importantes fueron el núcleo urbano del 26 de Julio con Frank País a la cabeza, y el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE), con su figura central, José Antonio Echeverría; y decenas de organizaciones que desde el exilio figuraron como la primera línea de la revolución, incluidos los anarquistas.
Primer acto (1956-1959)
La recepción de la Revolución en los medios libertarios de México y Argentina, estuvo enmarcada dentro de los límites impuestos por la dinámica de la Guerra Fría, donde los alcances emancipatorios de las insurrecciones populares no podían escapar a la presión e intervención de los imperialismos en pugna por la hegemonía mundial. Por tal, la lucha cubana, a ojos de los ácratas, aspiraba a desterrar la dictadura sanguinaria de Batista con el objeto de transitar a una sociedad democrática donde el ser humano disfrutara de la libertad en su persona, y en lo colectivo, de un trabajo digno y bien remunerado, a la inviolabilidad de su hogar, a tener la garantía de la libertad de expresión, pensamiento y petición, por medio de la palabra y la escritura, el derecho a la sindicalización, a la huelga y al acceso digno a la salud, vivienda, esparcimiento y alimentación. En eso cifraron los anarquistas sus esperanzas,
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