Pizarro, el Rey de la Baraja quedarían los españoles. Pizarro fue cauto al exigir a su tropa paciencia e indiferencia ante esa actitud desafiante del enviado, que llegó a mesar las barbas de un soldado. Pizarro sonrió mostrando una paciencia afectada, con la que estaba haciendo llegar una falsa información a Atahualpa y, por el contrario, correspondió el insulto enviando al jefe indígena una copa de cristal de Venecia, borceguíes y una camisa de seda. Era un mensaje simulado de temor y de paz. Lo dramático es que el estudio de Pizarro sobre la actitud de Maisa Huilca, en la que vio retratado el pensamiento de Atahualpa, fue muy acertado, porque este creyó la versión de Maisa Huilca cuando su enviado le informó con jactancia haber victimado a tres españoles y un caballo, según informa Francisco de Jerez, testigo de esta ingenua declaración de Atahualpa a Hernando Pizarro en su campamento de los Baños de Cajamarca. Maisa Huilca, contradiciendo la estrategia de Rumiñahui que exigía «atacarlos en las pasos de la cordillera», solicitó «solo cinco mil indios con sogas» para «atar a los cameros» y entregar a los españoles prisioneros. Atahualpa tomó esta decisión «para traerlos en persona, castrarlos y tenerlos como sirvientes», según la crónica de Miguel de Estete. Hernando Pizarro, que a la postre sería con De Soto el más cercano a Atahualpa, recibió una muestra de esa soberbia, pues el jefe indígena, bien informado de las jerarquías en el campo español, se negó a recibir a De Soto y únicamente salió de su tienda cuando llegó Hernando, el hermano del Apo o Jefe, y solo entonces ordenó dos vasos de oro para beber con él y luego dos vasos de plata para beber con De Soto, al que consideró de bajo nivel. Hernando Pizarro debió entonces explicar que ambos, De Soto y él, tenían la misma jerarquía como capitanes del rey. (Francisco de Jerez, 17). Pero debemos entender que tal explicación estaba más bien dirigida al orgullo herido de Hernando de Soto, quien, como veremos después, reaccionó altivamente. La soberbia, mucho más grave que la vanidad, es en términos eclesiásticos uno de los mayores pecados, por cuanto ignora a Dios y lo desafía como lo hizo el rey de Babel. Es en este sentido que Pizarro utilizaba, a través de su secretario, el término de «indio soberbio», pues además, para Atahualpa, los españoles no eran dio
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