Alan García Perez Pizarro buscaba una legitimidad no compartida, personalizada, pues una legitimidad plural es conflictual y confusa. Individualizar la legitimidad limita la tensión, siempre existente, entre la dirección y la decisión que son tomadas por un grupo reducido o por una persona frente al afán de participación presente en todos los demás que demandan también conducir, opinar y decidir. Con ello se cumple la vieja regla de Polibio sobre la persona a la que vuelve siempre el movimiento político, y además se cumplen los conceptos de Pareto o de Mosca sobre el conflicto y la circulación de las élites. En Toledo se desembarazó de dos posibles rivales, ganando para sí la legitimidad legal y al volver a Nombre de Dios, amenazó con sustituir a Almagro, pero debió transigir con la oferta de llevar consigo a De Soto, a quien ofreció una importante gobernación «en algún lugar», así como el cargo de lugarteniente de la expedición. Sin embargo, al desembarcar en Tumbes, designó sorpresivamente a su hermano Hernando, lo cual motivó el desánimo y la protesta de De Soto, quien finalmente debió continuar como Sancho con la ilusión de gobernar más adelante una ínsula barataría. Sin embargo, no fue intransigente en la búsqueda del monopolio de la legitimidad. Como veremos después, comprendió muy bien que en un reino muy extenso o sin límites no tendría una legitimidad sólida y definida. Aunque lo ofendiera la creación en el sur de la Gobernación de la Nueva Toledo, más allá de los mil kilómetros de longitud asignados a él, fue a su vez una definición necesaria que le dio la ocasión de desplazar a Almagro con el propósito previsible de diezmar su ejército y de empobrecerlo. Ninguna noticia se conocía sobre riqueza alguna en el territorio de Chile, como la que lo había impulsado tras los relatos de Panquiaco sobre el oro del Virús. Como buen político supo reconocer lo positivo dentro de lo que se presentaba como negativo. En esta búsqueda del monopolio de la legitimidad se incluye también la compra de las naves y de los soldados de Pedro de Alvarado, así como el haber convencido a Almagro para que, en su partida a Chile, a la búsqueda de un nuevo reino, no considerase a I lomando de Soto, pues seguramente le advirtió que el audaz, joven y ambicioso jinete terminaría, en una larga aventura, reemplazando al viejo y tuerto Almagro, quien empobrecido, no tendría ya 79