Pizarro, el Rey de la Baraja pués, envió, como lo hizo varias veces antes, a Hernando de Soto al frente de la vanguardia. Llevado por su ánimo aventurero y su desesperación por lograr la gobernación que le había sido ofrecida en Panamá por Pizarro a cambio de los barcos y hombres de Ponce de León, De Soto intentó avanzar a gran velocidad para ser el primero en entrar al Cusco y posiblemente solicitar después, a Pizarro o al Rey, la gobernación de esa ciudad y su región para ver cumplida la oferta de que «se le hiciese capitán y teniente de gobernación en el pueblo más importante que se poblase» (Pedro Pizarro, 170 v.). Pizarro, comprendiéndolo y sabiendo la enorme importancia de encabezar personalmente el ingreso al Cusco, envió de inmediato a Diegode Almagro a perseguir a De Soto y detenerlo. La circunstancia determinó que fueran las tropas de Quisquís las que impidieron su avance en la zona de Vilcaconga, a poca distancia de Cusco. Al llegar allí Diego de Almagro, terminó salvando a De Soto del virtual exterminio de sus tropas. Un detalle importante es que al llegar Almagro de noche a las inmediaciones del lugar en que De Soto estaba rodeado, anunció su presencia con la trompeta de Pedro de Alconchel, la misma que había desencadenado el ataque en Cajamarca y que en 1541 se mantuvo silente el día del asesinato de Pizarro, pues Alconchel y otros, como el valido Ampuero, fugaron del almuerzo que aquel ofrecía. Veremos después, como una paradoja de la historia, que Almagro al detener a Hernando de Soto consolidó el derecho de Pizarro sobre el Cusco, y más adelante este lo ejecutó para poner fin a su pretensión por apropiarse de esa ciudad.
La fundación de Lima Un quinto hecho que evidencia la vocación de Pizarro por decidir los hechos fundamentales es que, después de llegar al Cusco, comprendió que era el centro de la vieja legitimidad que debía sustituir y volvió de inmediato a Jauja para fundarla como ciudad española, la primera en importancia de su nuevo reino o capital de la Nueva Castilla. Se comprueba así que Pizarro deseaba crear un nuevo centro de poder, propio y al mismo tiempo equidistante de sus fronteras. Sobre el mapa, Cusco aparecía descentrado, demasiado al sur 96