MAR GÓMEZ MÉRIDA, MÉXICO
Apología a mis besos Mis besos son míos. Nunca serán como los tuyos. Que cada quién hable de los suyos. Hacer un recorrido por mis besuqueos resulta un ejercicio divertido, tan jocoso como las carcajadas, tan encantador como las hadas en un bosque de añoranzas, tan emotivo como mi alma. Revisión de inevitables recuerdos que asoman sin armadura para contarte de mis amores. Los he tenido buenos, muchos demasiado buenos, malos, regulares y pésimos. Largos, cortos y envenenados, fraternales, pasionales e históricos; irrecuperables y amorosos, burdos y tontos. Son tan únicamente míos que hacen historia. Himno a mi vida, los que nunca pasaran de moda en mis recuerdos. Las palabras parecen frágiles y endebles ante los besos, y mira que amo las letras, pero nada que comparar, es vulgar y ocioso hacerlo. La unión de dos bocas revolviendo salivas para hacerla una sola, es poesía libidinal, única, personalizada. Esos besos llegan conmemorando la amante carnalidad. He dado y recibido tantos besos como miradas; de esos voluptuosos y mórbidos como las caricias que se dan con deleite, enrollados en sensaciones de embriaguez, como si admiraran orgásmicamente una obra de arte. ¡Ah!, pero los besos que más gustan son aquellos que atraviesan el puente abstracto entre dos interioridades trasmutando emociones. Etéreos, con soplos de afectos, casi humanos como los sortilegios, los que se dan ensalivando los pómulos, los ojos, el cuello, las manos; esos que dan los amantes reales, los nietos, Mar Gómez
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