SEMANA SANTA OSUNA 2019
Montajes efímeros para la muerte: simulacros mortuorios en la escenografía fúnebre barroca de las cofradías de Osuna
U
na de las principales funciones asistenciales de las cofradías a lo largo de su historia, hasta bien entrado el siglo XX, estuvo relacionada con la muerte de sus hermanos. En sus reglas quedaba perfectamente pautado el protocolo a seguir cuando acontecía el deceso de uno de sus cofrades. Allá se establecía que, una vez se conociera la noticia del fallecimiento, de su entierro se encargaría el muñidor, un personaje común en las cofradías, que con la insignia en el pecho iría tañendo la campana o la doble esquila para anunciar la noticia e informar de la hora del entierro. Los hermanos se trasladarían de inmediato a la casa del difunto y, en andas, lo portarían hasta el sepelio con el paño mortuorio de la cofradía cubriendo el féretro. El cortejo fúnebre sería acompañado con cera, en cantidad proporcional al tipo de entierro, y la insignia de la hermandad. También se fijaba en los estatutos la misa que se oficiaría antes de dar sepultura al fallecido y las posteriores exequiales o de réquiem que se le dirían por el sufragio de su alma.
la Colegiata por la muerte del pontífice, algún miembro de la familia real o de los duques de Osuna. En ocasiones incluso se ordenaba desde el Arzobispado de Sevilla que se celebraran en todas las iglesias de su jurisdicción.
Paño fúnebre de los duques de Osuna, Museo de Arte Sacro de la Colegiata (Fotografía de Oscar González Molero).
Para la ocasión se transformaba el templo con elementos efímeros de gran vistosidad y un lenguaje impactante. Todo el espacio sacro se decoraba con colgaduras y se iluminaba profusamente con hachas, cirios y velas para acoger en el centro, delante de las gradas del presbiterio o en la capilla mayor, al elemento esencial de la escenografía fúnebre, el túmulo o catafalco de ánimas, un armazón funerario que venía a ocupar y representar a todos los efectos al féretro y al cadáver del difunto. El simulacro mortuorio se disponía cubierto de luto, lleno de gasas, flores y coronas y rodeado de candeleros. En su máxima expresión se convertía en un enorme catafalco de tres cuerpos lleno de luces, estandartes, crespones y representaciones figurativas. El conjunto se hallaba plagado de mensajes, más o menos crípticos y simbólicos, con los que se sugestionaba al creyente con recuerdos emotivos de la muerte, asociada a la idea de la fugacidad de la vida y la incertidumbre sobre el Más Allá, pero también con interpelaciones a la esperanza en la Resurrección. Los miembros de la congregación que organizaba la ceremonia se situaban junto al simulacro y entonaban el Liberame Domine de viis inferni1.
Ana Heylan, Túmulo de Isabel de Borbón en la Capilla Real de la catedral de Granada, 1644 / Juan Ruiz Luengo, Túmulo de Luis XX, Delfín de Francia, 1712 / Juan Ruiz Luengo, Túmulo de Luis XX, Delfín de Francia, 1712 / Manuel Jurado, Túmulo del rey don Carlos III, 1789.
La memoria de la muerte: túmulos y catafalcos En los solmenes oficios de la liturgia de difuntos que celebraban las cofradías en novenarios, aniversarios y sobre todo en el día de las ánimas, el 2 de noviembre, era donde se propiciaba con mayor boato y ceremonial toda una parafernalia cargada de simbolismo en torno a la muerte, en consonancia con la mentalidad barroca que la propiciaba. La ausencia del cadáver en el interior del templo durante las exequias dio origen a una práctica de carácter formalista y ritual inspirada en las ceremonias que se hacían en recuerdo de grandes personajes de la realeza, por extensión de la nobleza, y del clero. Una muestra de ello la tenemos en las honras fúnebres que consagraba el cabildo de
El sonido lúgubre de las campanas, el fúnebre aparato de la iglesia cubierta de luto, las pinturas de la tenebrosa cárcel del Purgatorio, el túmulo fúnebre colocado en el centro de la iglesia, el canto patético de los responsos o la voz imponente del pre-
1.- RIQUELME GÓMEZ, Emilio Antonio: “Catafalcos de Ánimas. Arquitectura efímera de difuntos, en la Región de Murcia: el caso de la villa de Abanilla”, El mundo de los difuntos: culto, cofradías y tradiciones, San Lorenzo del Escorial, 2014, pp. 293-295.
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