la Mariscala, y el coronel Manuel Suárez, también cuzqueño, relacionado con el famoso hombre de Estado Juan Manuel del Mar. En vano Santa Cruz resistió cuanto pudo y en vano acudió en su auxilio la división del centro con Arteaga. Tuvieron que retirarse, a pesar de haber contado con cuatro cañones Krupp y cuatro ametralladoras que fueron capturados por los peruanos. No solo escaló la cima del cerro la división Cáceres. No solo combatió en la cima que presentaba la extensión de una pampa ocupada en sus diferentes puntos por el adversario favorecido por la artillería. Resistió cuando este llegó a ser reforzado por la caballería y dos columnas de infantería y cuando se le agotaron las municiones. Se proveyó de armas y pertrechos enemigos. Emprendió otro ataque y consiguió hacerlos retroceder hasta gran distancia. En este empuje Cáceres estuvo acompañado por la guardia nacional de Iquique, encabezada por el coronel Alfonso Ugarte y por la columna naval, compuesta por marinos. Con nuevos refuerzos comandados por Belisario Suárez la victoria se hizo completa. Los dos últimos cañones tomados fueron puestos en condición de disparar y llegaron a lanzar varios tiros. Bolognesi (que estaba en cama enfermo y se levantó de ella para combatir) había recibido la orden de tomar, con su decisión, las alturas opuestas a las que ocupaba el enemigo al empezar la lucha. Trabó lucha con tropas que avanzaban por ese sector y se posesionaron de casas, tapias y matorrales. Cuando se prendió fuego a unas habitaciones, salieron los enemigos de sus atrincheramientos en fuga. Fue allí cuando el soldado Mariano de los Santos, oriundo de Urcos, arrancó con sus manos la bandera del 2° de línea. Pertenecía Santos a la primera compañía de Guardias de Arequipa. A las tres y treinta de la tarde Bolognesi contramarchaba hacia la población y recibía la orden de ir a las alturas que la dominan. En ella también se combatió sin tregua. Cuando la lucha todavía proseguía llegaron las tropas de la vanguardia peruana y la primera división que eran unos 1.400 hombres que estaban en Pachica y a la que se había mandado avisar. Entre ellos estaban los batallones de cabitos. Este refuerzo ratificó la victoria. Arteaga ordenó la retirada general. El fuego cesó más o menos a las cinco y media de la tarde. Se había peleado durante cerca de nueve horas. Los peruanos reconocieron en sus documentos oficiales haber tenido 236 muertos, 261 heridos y 76 dispersos, y orgullosos contaron cuatro cañones y cuatro obuses capturados, un estandarte, varias banderas y alrededor de 60 prisioneros, entre ellos una cantinera. Habían combatido a base del esfuerzo personal y habían hecho fuego en la etapa final de la batalla con armas y municiones de los muertos y heridos enemigos. Entre las bajas chilenas (calculadas en 516 muertos y 176 heridos según fuentes de ese origen) estaban los dos primeros jefes del 2° de línea Eleuterio Ramírez y Bartolomé Vivar. A raíz de la derrota, Vergara se retiró del ejército y de la guerra. Salvó a los vencidos la falta de caballería y la escasez de municiones de los peruanos.
LA ALDEA DE TARAPACá ESTAbA SITuADA AL PIE DE LA CORDILLERA, EN EL FONDO DE uNA quEbRADA DE 300 A 400 METROS DE ANCHO, DOMINADA POR ELEvADOS CERROS CORTADOS CASI A PIquE Y CuYOS DESCENSOS HASTA LOS MáS ACCESIbLES PODíAN SER vENTAJOSAMENTE DEFENDIDOS POR quIENES DOMINARAN LAS ALTuRAS.
EL SIGNIFICADO DE TARAPACÁ.- Acerca del significado que tuvo la batalla, habla con elocuencia la orden general que dos días después publicó el Estado Mayor. Dice así: "Art. 1° Su señoría, el general de división y jefe del ejército, aprovecha este día en que lo permite el descanso, para tributar a las fuerzas de su mando el aplauso y la acción de gracias que la nación y él mismo les deben por su brillante comportamiento en la batalla del 27 próximo pasado noviembre y no puede menos que recordar, para que quede consignada entre las más honrosas páginas de nuestra historia militar, que después de un movimiento penosísimo, faltos de todo recurso, solo con columnas de infantería, los valientes que componen las seis divisiones han arrojado un ejército de las tres armas de inexpugnables posiciones, quitándole su artillería, dispersando sus escuadrones y obligándole a emprender una fuga desastrosa. Espera su señoría que este acto de justicia sirva al ejército, no de estímulo porque no ha de menester otro que su honor, su patriotismo y su valor probado, sino de testimonio de que el país y los jefes superiores no son indiferentes a sus méritos".
[ CAPÍTULO 3 ] PERÍODO 4
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