[ 1883 octubre 23 ] la DESocupacIÓN DE lIMa. El 23 de octubre de 1883, los últimos soldados chilenos abandonaron la capital. En esa fecha, el diario El comercio publicó, en su sección "El Día", una nota informando que: "En las primeras horas de esta mañana han salido de la capital las últimas fuerzas chilenas". añade luego que: "Este fausto acontecimiento (…) marca también el comienzo de la era de la reconstitución y del trabajo". Y se refiere también al regreso de Iglesias a la capital: "Desde que, hace ocho días, llegó de ancón con S. E, el general Iglesias, los acontecimientos se han precipitado; y firmado el sábado en la noche, el tratado de paz, el presidente entrará hoy a la ciudad, sus tropas pasarán dentro de pocos momentos, el pabellón nacional, tanto más querido cuanto más infortunado, flamea ya ante nuestros ojos gozosos".
296
PERÍODO 4
[ CAPÍTULO 13 ]
hombres más odiados por los chilenos en la guerra, de los más combativos contra ellos y adversarios mutuos en la política interna, vislumbraron, dentro de las limitaciones propias del pensamiento de su época, la posibilidad de un futuro distinto. Pero ello no debe impedir que el país esté preparado para cualquier contingencia.
pIéRola Y la NuEVa caMpaña.- Antes de la expedición sobre Lima el presidente Aníbal Pinto había manifestado en su correspondencia el temor de que los peruanos repitieran en 1880 lo que hicieron el virrey La Serna en 1821 y Gamarra en 1838: abandonar Lima y buscar una mejor posición estratégica en la sierra. La Serna tuvo como bastión la zona del Cuzco y las vecinas a ella, y Gamarra halló condiciones favorables en Áncash. En este tipo de retirada cuando se enfrentaban a fuerzas muy superiores en número, armamento, equipo y otros elementos, y apoyados por la escuadra, debió quizás pensar Piérola. Lo impidieron su propia concepción de la guerra, razones de honor nacional frente a los invasores, la idea de que entregar Lima a los excesos del enemigo era brutal además de parecer cobarde. Ante la derrota, con todos sus horrores, Piérola no dio por terminada su misión como algunos han dicho. Tuvo la actitud instintiva de considerar que la pérdida de Lima no era el último capítulo en las tremendas desgracias de la patria; y, casi sin ahondar mucho en esa idea, descubrió que aún quedaban intactas la fuerza y los recursos del Perú interior. Allí trató de organizar, por lo menos, teóricamente y con errores y vacíos la resistencia. Puede aducirse que sus esfuerzos no se plasmaron en una realidad concreta ya que no tuvo idea concerniente a la necesidad de inaugurar un tipo totalmente nuevo de campaña. Lo cierto es, sin embargo, que su autoridad fue acatada en todos los lugares importantes del país que el invasor no ocupaba. Ni siquiera su viejo enemigo personal Montero se atrevió entonces a sublevarse. Se ha dicho que este fenómeno tan raro en la levantisca historia nacional, se debió a que los terratenientes de la sierra eran pierolistas, por solidaridad con este caudillo provinciano contra la plutocracia limeña o costeña. El argumento no parece válido. No hay señales de un claro apoyo al rebelde de 1874 a 1877 entre los grupos dirigentes serranos. Los gamonales, por lo general, procuraron entonces por conveniencia o por convicción, asociarse a las fuerzas sociales y políticas dominantes en la capital y estas fueron en los años anteriores a la guerra con Chile las del civilismo, las de los "nacionales" o las de Prado, o sea, por cierto, no el pierolismo. La abundancia de grados militares y otros títulos que el Dictador repartió entre dichos terratenientes no debió ser sino una consecuencia "a posteriori" de aquella obediencia. Lo que, tal vez ocurrió fue que, durante algún tiempo Piérola apareció como un símbolo nacional aglutinante y que nadie se tomó el trabajo de disputarle el poder que ejercía, carente entonces de halagos. La permanencia de la autoridad de Piérola antes del Congreso de Ayacucho, en el transcurso de dicha Asamblea y aun después de ella viene a refutar la tesis del absoluto desprestigio del caudillo como consecuencia de los holocaustos de San Juan, Chorrillos y Miraflores. A Piérola lo desconocieron sus lugartenientes tan solo y exclusivamente después de que los chilenos se negaron a tratar con él, la paz pareció inminente con la garantía de los Estados Unidos, como lo anunció con ruda franqueza temerariamente el ministro Hurlbut. Piérola, que en 1894-1895 supo encabezar, sostener y llevar a la victoria la guerra de guerrillas, repetimos, no la entendió en 1881 y 1882. Este tipo espontáneo, movible, tenaz y temible de lucha se ha puesto de moda con los movimientos de los llamados "partisans" en la Segunda Guerra Mundial europea, y después de ella, en China, en Vietnam y otros lugares. Sin embargo, los hombres de la generación que afrontó la invasión chilena, hubieran podido muy bien acordarse de los grades guerrilleros españoles en sus luchas contra las tropas de Napoleón Bonaparte vencedoras en toda Europa. Los nombres de Juan Martín, de "El Empecinado", de Mina y de los demás caudillos de esas jornadas épicas no podían ser desconocidos por los peruanos cultos.