Historia y Desastres en América Latina (Volumen I)
La batalla por el control de los precios significaba así un delicado equilibrio entre niveles que estimularan la producción de alimentos, pero que al mismo tiempo no fueran tan altos que impidieran su consumo e hicieran persistir las amenazas de hambre inminente, sobre todo en los centros urbanos, y principalmente en Recife, el núcleo administrativo del complejo agroexportador. Por otro lado, aunque se quería que los cultivadores libres y pobres, así como los pequeños productores esclavistas propietarios de seis o menos esclavos (los lavradores), volvieran a producir alimentos, tampoco se les podía desestimular de producir algodón, cuyo movimiento comercial era en esos años más importante que el del azúcar. Pero, en última instancia, tal vez gracias a las medidas implementadas por la administración colonial, los precios de los géneros alimenticios se mantuvieron aparentemente estables en los años posteriores a la sequía de 1784-85. Lamentablemente no fueron localizados registros que permitan acompañar su evolución hasta los primeros años de la Grande Seca. Eso puede, por un lado, reforzar la idea de la estabilización, que habría llevado a retirar de las preocupaciones principales de la correspondencia oficial los datos referentes a cuestiones alimentarias (generalmente sólo presentes en épocas de crisis) y, por otro, ser indicativo del grado de desajuste que la hecatombe climática de 1790-1793 produjo en la región y en sus aparatos administrativos. Pero en febrero de 1792 a la crisis de abastecimento derivada de la desaparición de la agricultura campesina mercantil de alimentos, se sumó la catastrófica coyuntura de una sequía de dimensiones desconocidas, hasta para una región tan acostumbrada a sufrir sus efectos. Las cotizaciones de los géneros alimenticios, no obstante estar controladas por el gobierno, subieron a los mismos niveles del inicio de la escalada anterior a la sequía, esto es, a principios de 1788, en torno de 1$280 réis el alqueire,(25) (según fuentes secundarias) y con un ímpetu mucho mayor. Pocos meses depués, y ante la continuidad de la sequía, el agravamiento de la escasez de géneros alimenticios superaba ese límite, precisamente en el momento en que comezaban a llegar al puerto de Recife cargamentos de mandioca enviados desde las Capitanías del sur y el gobierno autorizaba su venta al inimaginable precio de 1$600rs.(26) En la parte más aguda de la sequía, la cotización llegaría a cinco mil réis y la venta sería racionada en "un salamim de harina, debiendo los pobres ser los primeros servidos". La batalla de los precios fue así descrita por un conocido cronista: No había harina de mandioca, y los acaparadores, cuyos corazones no palpitan cuando su semejante sufre, quisieron enriquecerse a costa de la desgracia pública; mas el [Capitán] General, frenando tanta maldad, consiguió que la harina nunca excediese el precio de cinco mil réis por alqueire. Muchos hombres acusados de tener harina guardada, fueron por este hecho mandados a la cárcel, y cargados de fierros, y la harina que se les encontró tomada por perdida, y su producto aplicado para los Lázaros de Santo Amaro. Todos, pues, fueron obligados a denunciar la harina que tenían, y a llevarla a la Praça da Polé [...]. Un pelotón de infantería, comandado por un oficial, tenía a su cargo, no sólo la policía del mercado, mas, igualmente prohibir que a nadie se le vendiese más de un salamim de harina, debiendo los pobres ser los primeros servidos; de manera que ya fuera que los ricos mandasen sus esclavos, o ya fuera que apareciesen personalmente, eran ellos siempre los últimos que compraban. Tres años duró esta calamidad, aumentada, aun, Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina http://www.desenredando.org
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