Historia y Desastres en América Latina (Volumen I)
libres y pobres arriba mencionadas y cuyos efectos llevarían a la intervención de instituciones especializadas en la neutralización de revueltas populares agrarias (como los capuchinos italianos, según veremos brevemente más adelante), durante una nueva crisis, a inicios del siglo XIX. En 1793, el Consejo Ultramarino de Lisboa recibió diversas representaciones de Cámaras del interior, quejándose de los efectos agregados de la sequía, y de la aparente insensibilidad de las autoridades locales ante sus reclamos: lloran aquellos pueblos la desgracia de tan sensibles ruinas, no sólo por los actuales y presentes efectos, como no menos por los perjuicios y consecuencias que son para el futuro infalibles y ciertas. Ellos reconocen que el infeliz estado de su crítica situación en esta parte es un golpe muy costoso de curarse, mayormente cuando aquellos mismos que deben solicitar su remedio, son los mismos que más se agravan y sepultan; se quejan sí del hambre y de la gran falta de mantenimientos que necesitan para socorrer y conservar sus vidas, pero, más que todo de un sin número de enemigos de la humanidad que roban, escalan y asolan las haciendas, frutos y ganados [...] reduciendo estos malhechores todo aquel continente al mísero estado de nunca jamás recuperarse de sus ruinas.(31) LA RECUPERACIÓN Todo indica que la recuperación agrícola de la Capitanía General de Pernambuco después de la sequía de inicios de 1790 se dio a una velocidad vertiginosa y tuvo como punta de lanza, precisamente, el producto que había provocado todos los desajustes en la estructura productiva regional desde la década de 1770, el algodón. De hecho, paradójicamente, la década de 1790, a pesar de la sequía y de los problemas resultantes de las deficiencias en la base de apoyo del sistema agro-exportador, parece haber sido el gran momento del algodón en la Capitanía de Pernambuco y en sus Capitanías anexas. Junto con una demanda que se consolidaba a la luz de las perturbaciones provocadas en las fuentes tradicionales de abastecimento por la intensificación de las rivalidades franco-británicas, las medidas de represión a su cultivo cesaron, ya fuera por el éxito de las operaciones de expulsión de los cultivadores pobres libres, ya fuera por el convencimento gubernamental de que los lucros eran tales que compensaban, en el mejor sentido colonial, la desorganización interna que la expansión del algodón provocaba. Ya fuera, finalmente, porque el contexto de la Grande Seca obligaba a desvíos en los proyectos socioeconómicos de la administración colonial. Así, acompañando el crecimento de la demanda británica, la producción pernambucana de algodón alcanzó cumbres históricas entre 1795 y 1805, mientras que las exportaciones de azúcar se incrementaban rápidamente por causa de la crisis de la producción haitiana. Esos años comprenden aproximadamente el período de mayor tensión militar previa a la ocupación francesa de España y Portugal, período que es también, et pour cause, el apogeo del proceso de "protección" de los bosques para fines de reserva de materiales estratégicos y de la consecuente expulsión de comunidades campesinas de esas áreas; y que corresponde por otro lado a uno de los momentos de mayor crisis alimentaria en el Nordeste oriental, fundamentalmente en sus centros urbanos y, primo inter pares, en Recife.(32) Todo esto enmarcado por dos variables locales de primera importancia, como son la catastrófica sequía de 1790-93 y la menos famosa pero igualmente perturbadora sequía de 1801-1803. Pero, pasados los efectos directos de la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina http://www.desenredando.org
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