Un viaje sin fin ILSE ALEJANDRA MOLINA ZEA
La historia que voy a contar quizá parezca común, quizá parezca que a muchas personas les ha pasado, sin embargo, me gusta pensar que soy afortunada y he experimentado ese sentimiento de amor y calidez. Fue en verano cuando lo conocí a Pepe, cuando los árboles se están quedando sin hojas y cuando el viento aparece las hojas de caen amarillentas y rojizas crujiendo al pasar por encima de ellas. Fue cuando hablé por primera vez con él, ahí sentada en una parada de tren viendo pasar los automóviles y gente siempre apresurada por llegar a sus destinos, fue ahí cuando llegó un hombre de estatura media, con el cabello rizado y los ojos enormes como si fueran de un mirikina. Una aventura se aproximaba, algo diferente algo fuera de lo que ya conocía. En ese momento pensé que ese hombre sería algo pasajero porque nunca pensé en enamorarme ya que era joven y nunca me había abierto a algo nuevo algo que dejara ese toque especial en mí, sin embargo, pasó. Al salir con él en los primeros días no era para nada diferente, ya sabes, salidas cotidianas como el cine, la comida, un bar, un café y platicas que teníamos en común; aun me pregunto cómo es que llegas a pensar que tienes cosas en común con una persona sólo porque te gusta. A medida que va pasando el tiempo la gente cambia, todo se transforma nunca somos los mismos, pero él comprendió el cambio y siempre se abrió a nuevas experiencias. Recuerdo que en mi último cumpleaños de adolescente era una rebelde como la mayoría de los jóvenes, me gustaba la música de los sesentas y la vida relajada, ese año viajamos lejos a 14 horas en un camión chimeco de Boulevard Puerto Aéreo,
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