El Callejón de las Once Esquinas
Azul cielo, verde mar
Aitziber
Conesa El mundo es muy grande, y la botella muy pequeña... —INFORME, contramaestre. —Mar en calma, capitán. Cielo azul, nubes blancas. Las redes tendidas ante las casas, la carga segura en bodega. Los barriles apilados en el puerto. Todo en orden, como siempre. —Genial. —Sonrió el lobo de mar apostado en popa con su casaca azul—. Un nuevo día en un mundo perfecto. Elisa estornudó levantando una pequeña nube de polvo. Se cubrió la nariz y la boca con la manga y volvió a estornudar mucho más fuerte. No podía evitar asomarse a las escenas inmutables que guardaba su abuelo: dioramas y pequeños belenes que mostraban calles y casas en momentos de idílica paz. Una rebanada de lo cotidiano cortada y presentada con enorme esmero. Había muchas pastorales, algunos molinos, calles de pueblos de montaña. Algunas estaban planteadas para que un pequeño fuego de celofán cobrara vida de pron18
to. Unas pocas eran maravillas mecánicas cuyos personajes se entrecruzaban en una danza calculada al milímetro y al microsegundo. Pero, de todas ellas, la favorita de Elisa era el barco en la botella. Una mañana de cielo apacible, un pueblo costero blanco y azul sobre una loma verde, calles y muelles rojos moteados por las redes puestas a secar que recordaban a pequeñas telarañas. Y, en el centro, una goleta de velas crema, completamente armada. Siempre se había sentido fascinada por esa escena en particular, por el misterio de cómo se puede crear algo así dentro de un recipiente con un cuello tan estrecho. Llevaba diez años imaginando las historias de los pescadores y pescadoras, los rumores que se contarían mientras se remendaban las redes. Los dramas de las almas perdidas en el mar. El puerto al que se dirigiría ahora el barco inamovible que presidía toda aquella escena. Solía reírse al imaginar