Número 9
El eslabón perdido Joaquín
Valls
Cuarenta años y ciento doce días... HEMOS LLEGADO a la terminal a las dos en punto de la tarde hora local, después de cinco semanas de viaje. Por fortuna, los modernos sistemas de sedación para rutas de medio y largo recorrido evitan cualquier signo de fatiga u otros efectos indeseados. Al millar de pasajeros que íbamos en la aeronave nos han embarcado directamente en varios vehículos ligeros sin conductor que en un par de horas nos llevarán hasta Bilbonova, la ciudad moderna edificada bajo la superficie. Mi tan ansiado regreso se produce gracias a un permiso especial para una estancia de tres días por el que he pagado una cifra equivalente a un año de salario. Durante mi prolongada ausencia nunca perdí la esperanza de poder volver un día al lugar que me vio nacer. El vehículo, una especie de carro de
combate sin tronera ni cañón, se sustenta sobre colchones neumáticos y parece deslizarse sobre unas invisibles guías o raíles. Una vez cerrada herméticamente la puerta, observo con cierta decepción que el interior carece por completo de ventanas u otras aberturas. Pero nada más ponerse en marcha, en su parte delantera aparece una pantalla en la que se van proyectando vistas actuales del exterior, alternándolas con fotografías de cuarenta años atrás. Unas imágenes que habían quedado impresas en mi retina y que, al revivirlas, me producen una congoja que no sabría expresar con palabras. Echando un vistazo alrededor, diría que la mayoría de viajeros sienten de modo muy parecido a mí y debo hacer un esfuerzo para reprimir las lágrimas. Cuarenta años y ciento doce días. 27