Número 9
TRAS LA SEGUNDA operación me dieron la noticia de que no iba a volver a caminar. El desastre es una posibilidad que siempre alcanza para todos y una parte de mí se tranquilizó: ya había cumplido mi cuota de desastres de esta vida, no podía pasarme nada terrible porque me había sucedido todo de golpe y estaba empezando a sobrevivirlo. «Así que esta es la parte que me toca del horror», pensé. Mis hijas no morirían jóvenes, no iba a perder ninguna otra parte de mi cuerpo en un accidente, no habría larga agonía para mi padre, que ya bastante anciano estaba, y era posible que hubiera salvado a la ciudad entera de una calamidad natural, aunque desde
que estaba en el hospital llovía y varias casas de las que se asentaban informalmente en las orillas del río se habían desplomado sobre sus habitantes. El televisor se encendía a las seis de la mañana en el canal de noticias y las enfermeras empezaban con el aseo a los pacientes y las dosis de medicinas desde esa hora hasta que la puerta se abría a las ocho para las visitas. Jamás lo apagaban, sólo le quitaban el sonido al anochecer e inclusive en la madrugada dormíamos arrullados por la luz blanquecina de la pantalla. Recuerdo que en ese entonces estaba bastante bien a pesar de que sentía, bajo los vendajes, las rodillas como bolsas llenas de agua y sabía 7