Número 9
El mar
Luisa
Hurtado Un dragón rugiendo bajo sus pies... ESTA NOCHE TAMPOCO tuvo las horas suficientes como para que el atasco se disolviera. Una vez más, alguien no pudo llegar a casa, no encontró donde dejar el coche y se vio obligado a ver al amanecer agarrado al volante. Pero el amanecer hace ya mucho tiempo que tan solo es una sucesión de grises apagados. Con el día, el mar de coches se llena de metálicos reflejos, otra vez el gris. Un mar que avanza en oleadas de rojos y verdes, conquistando metros de asfalto en cada nuevo embate. Y su ruido sordo, que lo llena todo y llega a todas las casas, como llega el sonido de las olas a las gentes que viven junto al azul. Ese ruido que no descansa nunca, que el tiempo y la costumbre empujan al olvido, pero es mentira, sigue allí, toda una ciudad sumergida en él. Miles de personas sumergidas en él.
Obligadas a serpentear entre los coches aparcados en la acera. Obligadas a despertar al animal para guiarlo entre las corrientes, un dragón rugiendo bajo sus pies. Hace tiempo que callaron, que dejaron de hacer sonar las bocinas, de señalar las líneas amarillas sobre el asfalto como un camino en el mundo de Oz, exigiendo sus derechos. La marea amenazó con lamerles las piernas devorándolos en un bramido, y callaron. Bajo el sol de mediodía, los coches comienzan a rezumar sudor y ven burbujear el agua de sus motores. Un mar blanco, de reflejo cegador, asfixiándose en el calor que sube desde el suelo. Y dentro de él, tras las ventanas cerradas, cientos de gotas resbalan en todas las pieles, formando remansos y cascadas, reproduciendo en las ropas con que tropiezan idénticos 85