Número 9
El hombre gris Héctor
Núñez
Siempre fue un hombre pequeño... IGOR se había mantenido quieto, muy quieto, debajo de la claustrofóbica cama, detrás de una pila de zapatos sucios y viejos. Ahí permaneció encogido como un feto recién expulsado del vientre de la madre. Los pasos en los pasillos se escuchaban huecos, hondos, terriblemente amenazadores. Aquellos infelices estaban fumando cigarrillos ordinarios, subiendo y bajando, repitiendo juegos inventados como turbulenta parvada. Parecían alucinados dementes chocando contra los muros con andrajosa locura. Desde que nació hasta ese momento había tenido una vida gris, tan insípida y mediocre como una gota de lluvia perdiéndose entre las grietas de una casa a punto de caerse. Consagró su vida a la rutina del trabajo, entregado a la fórmula social del hogar y al amor proporcionado con estéril imaginación. Después se entregaba al silencio elocuente del sueño mientras su mujer
mantenía la vela de compañera insatisfecha. Ambos habían caído en el sueño de la esterilidad. Comían en silencio, ella mirando el mantel, él perdido en el periódico. A veces con paréntesis cortísimos como aquel que te pide una cerilla y sigue su camino humeando pensamientos. Siempre fue un hombre pequeño sin mayores deseos, sin aspiraciones políticas ni creencias religiosas, su padre le había escogido la carrera y la esposa, le consiguió un trabajo medianamente remunerado, le regaló un automóvil y un par de trajes de opaco pasado. De no ser por los desteñidos recuerdos de aquella tarde se hubiese convertido en un amnésico fantasma. Negado a su propia muerte, a las lamentaciones largas y a los latidos de su propio corazón. La vida no es un camino recto ni siquiera es sinuoso, tiende a ser una espiral empedrada, llena de psicopompos, a ambos lados, dispuestos a servirte de 95