R/N. Revista de narrativa, número 6. 2022

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IES La Florida Las Torres de Cotillas (Murcia) R/N. REVISTA DE NARRATIVA 6 / 2022 ISSN 2605-3608 Con ánimo de espanta jo
IES La Florida Las Torres de Cotillas (Murcia) R/N. Revista de narrativa Número 6 2022 ISSN 2605-3608 Con ánimo de espantajo Edición y prólogo José Eduardo Morales Moreno

R/N.

IES La Florida

Las Torres de Cotillas (Murcia)

DISEÑO Y MAQUETACIÓN

José Eduardo Morales Moreno

ILUSTRACIÓN DE PORTADA

Stefan Keller

Licencia Creative Commons

Reconocimiento No comercial Sin obra derivada

Usted es libre de copiar, distribuir y comunicar públicamente esta obra o cualquiera de sus partes (salvo la ilustración de portada, que tiene la licencia establecida en https://unsplash.com/license) bajo las condiciones siguientes:

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Revista de narrativa Número 6 ISSN 2605-3608 Octubre, 2022

Aquel espantajo de tez trigueña y rostro de chivo se presentó un día en Arkham en busca del temible volumen guardado bajo siete llaves en la biblioteca de la Universidad de Miskatonic: el pavoroso Necronomicón, del enloquecido árabe Abdul Alhazred, en versión latina de Olaus Wormius, impreso en España en el siglo XVII. H. P. LOVECRAFT

Bunica

por Ximena López

secretos

Notas pintadas

Ana M.ª

por José María Martínez

noche de festival

de venganza

por José Antonio

por Claudia Pelluz Martínez

El caso de Steven James

Aquel domingo

por Juan Antonio Pérez

por Laura Cárcel

El móvil, por Germán Rico

El universitario

por Eburahima Jadama

La pared, por Cristian Fernández Riquelme

El día que cambió mi vida, por Natalia Palazón

Detrás de las sombras

por Sonia Cánovas

por Mariela Galián

Estudiar, para otro día, por Jesús Palazón

pasar, por Alba Fernández

sombra negra

Máscaras

por Ainhoa Guijarro

por Fatoumata

Diario de una bruja, por Luna Palazón

pasado

metro

por Celia Jie Ruiz

Alba

por Elena Galián

ÍNDICE Prólogo.....................................................................................8
,
Navarro.......................................10 Los
del psiquiátrico, por
Ramos Dumitrascu ................................................................................................14
,
Macías..................23 Una
,
Tomás Pineda........27 Sed
,
......................30
,
Fuentes....32
,
Campos.............................36
Navarro.......................................39
,
Sanneh...................42
..........................46
Mateo.........52
,
López.................55 Navegantes fantasmas,
López.................58
Balsalobre ..........61 No
Morcillo.................................63 La
,
Fernández................67
,
Ba Ba............................................70
Gil............................74 Un
oscuro,
Navarro......................80 ¿Pesadilla o realidad?, por
Peñalver Peñaranda...........85 El
,
Lorente........................................90

Atrapados, por José Alfonso Vicente Diaz

El sueño, por Saad El Yagoubi

La traición, por Karen Rodríguez

Amine

El monasterio abandonado, por Alberto

de terror, por María Luisa Bolarín Rizo....................106

La noche de Halloween, por Lucía Almaida Ruiz

El destino de Andrea, por Domingo Araez

Un antes y un después, por Ángela Férez

El vacío del cementerio, por Anahí E. Guevara

El sueño encantado, por Rocío Peñalver Ruiz

Mis paranoias, por Lara María Membrilla

El apagón, por Natalia Nieto Teruel

La muerte del conde, por Hannibal Martínez Pérez

No dejes la puerta abierta, por Lucía Guardiola

El bosque, por Vera Martínez Cuadrillero

, por Juan Navarro

niño?, por Nerea Vidal Tornel

noche terrorífica, por Noa del Rosario Nicolás Aroca.146

diario de Sara, por Marina Mateos Martínez

cada año…, por Paula Navarro

La habitación, por Irene Povedano Sarabia

Solo en casa, por Adrián Alfonso Pérez

Pollo y su oscuro negocio, por Juan C. Abril

habitación, por Gisela Egidos Ruiz

............................93
El
..............................96
Legaz................................98
Pastor Sánchez.....101 Gotas
..............109
Barquero...........113
Moreno...............115
Aguirre.....119
....................122
Lorenzo ............124
....................................127
.............130
Conesa.....132
...........................136 Él
González.............................................139 ¿Jugamos,
...........................143 Una
El
..................149 Como
González..................153
.........................154
Alarcón.................156 Don
Pérez.....159 La
................................162

Desconocidos, por María José Rodríguez Fernández...........165

Una noche en el campo, por Ana Adán García....................168

Seis deseos, por Miriam Palazón Gambín

El tiovivo, por Nazaret Blaya Martínez

Asesinato en el instituto, por Francisco J. Ortuño Torrano

La noche de Halloween, por Sofía Jiménez Sánchez

El bosque, por Leticia Baeza Melgarejo...............................182

Muñeco de cera, por Claudia Nieto Martínez

Nada de lo normal, por M.ª Elena Gómez Ripoll

La escuela de las monjas, por Francisco Palazón López

La habitación encantada, por María Romera Jiménez

La realidad temible de Adam, por M.ª Cielo Calderón

Una vida difícil, por Nadia Hernández

Birmingham, por Sergio Fernández Corbalán......................200

Qué pasó en la fiesta, por Ismael Torres Balsalobre............203

............................170
................................173
..176
..........179
......................186
................188
.....190
........192
Marcatoma............................................................................195
Bravo......................198

PRÓLOGO

Los relatos de terror, además de generar tensión, expectación y adrenalina, funcionan como unaalegoríadelos miedos universales a los que el ser humano se enfrenta en algún momento de su vida: el abandono, la oscuridad, la traición, la soledad, el dolor, la venganza, la incertidumbre, la muerte.

Mientras que a los lectores estas historias les son dadas, los autores de este tipo de narraciones afrontan el reto de crear, a partir de sus propios temores, unos mundos ficcionales en los que no solo ponen a prueba sus límites, sino que bucean en los temores que horadan lo más profundos abismos de sus mentes. Y lo hacen con la seguridad de salir indemnes de semejante trabajo, pues, cuando escriben, tienen plena consciencia de estar construyendo lugares imaginarios en los que, dentro de los márgenes que impone la verosimilitud, cualquier suceso es posible.

Precisamente por ello, hacen que sus personajes se vean inmersos en situaciones que nosotros, los lectores, ni siquiera desearíamos vivir en las pesadillas de las noches más oscuras de alma.

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A esta labor se han dedicado algunos alumnos de Secundaria y de Bachillerato del IES La Florida, que muestran aquí, en este nuevo número de la revista de narrativa R/N, los resultados de su indagación en el horror con motivo de la fiesta de Halloween, cuando los fuegos fatuos iluminan la madrugada con sus llamas llenas de tribulaciones y desesperanza.

Esperamos que los lectores disfruten de estas páginas llenas de crueldad y locura.

O que las sufran.

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BUNICA, por Ximena López Navarro

Bunica siempre me había contado, desde muy pequeña, historias sobre brujas con gorros grandes y largos en forma de pino que volaban en escobas mágicas y hacían pócimas con los niños queseportaban mal.Nuncaterminabadecreerme del todo aquellos relatos que me narraba; además, mamá siempre le decía que no me contara aquellas cosas, que luego tenía pesadillas y la molestaba por las noches cuando me asustaba imaginándome que una nariz larga y puntiaguda asomaba detrás de la cortina. “Sueños estúpidos y tontos de una niña chica”, decía mamá mientras me cepillaba el pelo por las noches antes de ir a dormir.

Este verano me tocaba ir de vacaciones a casa de bunica, así que unos días antes decidí hacer una lista de todas las cosas que me gustaría hacer aquellas semanas que pasaría en Rumanía con mi abuela. Tenía pensado ir algún amanecer a ver, sobre unas colinas a unos cuantos metros de la casa, cómo el sol despertaba. También quería descubrir qué había en el ático, pero ese ya era un tema del que nunca me gustaba hablar. Nunca había conseguido averiguar qué se hallaba en aquel rincón oscuro de la casa que siempre me había producido escalofríos desde pequeña.

Una semana después

El canto de los gallos me despertó por la mañana. Un aroma a citronela y lavanda recorría delicadamente mis fosas nasales mientras el aire fresco del amanecer rozaba mi cara. Bunica me esperabaen lacocina con el desayuno reciénhecho: tostadas con

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una mermelada de arándanos casera que hacía ella misma y zumo de naranja recién exprimido.

Desdelaventanapodíaobservar, siestirabaunpocoel cuello, el huerto repleto de vegetales y árboles frutales. Ella me explicó cómo plantaba la mayor parte de sus frutos, aunque no era una mujer de muchas palabras. Podía pasarse días enteros sin hablar con nadie, ensimismada en sus propios pensamientos e ideas. Mamá decía que era una persona peculiar, pero que la edad también había causado la presencia de ese ensimismamiento en su persona actualmente.

A veces, hasta me atrevía a pensar que era una bruja que llevaba uno de esos gorros largos y puntiagudos y que se transformaba por las noches, que sus uñas se volvían como garras afiladas y que su nariz se descomponía en arrugas, pero de pronto quería borrar ese pensamiento de mi imaginación e intentar olvidarlo.

La tercera noche recuerdo que salí a dar un paseo con Buddy, el perro de bunica. Mientras él olisqueaba las flores, yo observaba atentamente cómo las luciérnagas volaban en compañía hacia una pequeña charca que había al lado del establo. Todo era tanbonitoy silencioso en aquella noche deverano sobrelas altas montañas del bosque hoia baciu, que me olvidé de que era la hora de cenar. Era extraño, ya que ella aún no me había llamado para poner la mesa y lavarme las manos, y siempre cenábamos a la misma hora, a las ocho y cuarto, cuando atardecía, así que decidí asomarme por la ventana trasera de la cocina para ver si podía intuir por el olor qué había para cenar. Pero, de pronto, cuando me asomé por la ventana, vi algo que jamás habría deseado ver. Y sí, pude ver cómo una figura femenina extremadamente alta y delgada arañaba las paredes tapizadas con las uñas. A la vez, podía distinguir un áspero sonido proveniente de

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“eso”, una especie de gruñido ronco. En aquel instante, las rodillas me comenzaron a temblar, y sentí cómo un escalofrío intensoybrutalrecorríaminucaatravesandotodomicuerpodesde los talones. El miedo me superaba y las lágrimas que recorrían mi mejilla también. Y, repentinamente, sin darme cuenta, vi cómo aquella cosa giraba la cabeza crujiendo hacia mí, pero logré hundir a tiempo todo mi cuerpo bajo la ventana antes de que “eso” me viera.

Corrí lo más rápido que pude sin ningún destino. En mi cabeza sonaba la nana que bunica me cantaba cuando era pequeña, mientras todo el bullicioso silencio exterior se apagaba como si del volumen de una radio se tratara y lo único que escuchaba eran los latidos de mi corazón cada vez más despacio y débiles. Lo veía todo a cámara lenta, y cada vez notaba la casa más cerca a medida que iba avanzando hacia el horizonte, hasta que, de un momentoaotro,medesploméenelsueloymicuerpocayósobre la hierba mojada.

Me desperté unos cinco minutos después y con un dolor terrible en la parte derecha de la cabeza. Aunque el miedo me sobrepasaba en aquellos momentos, decidí volver a la casa. Con miedo de lo que pudiera encontrarme, descubrí que todo estaba completamente en su normalidad; bunica estaba preparando la cena y me regaló una sonrisa amable, de esas de las que no puedes sospechar porque son intensamente verdaderas, y un aroma a pollo asado invadió mis fosas nasales.

―¿Qué te ocurre, princesa, por qué estas llorando? ―dijo ella con una voz dulce.

El cuerpo me temblaba y no era capaz de mover la mandíbula para responderle, así que subí rápidamente a mi habitación para llamar a mamá. Ella me tranquilizó sin aún saber qué había ocurrido, y recordé que, por suerte, a la mañana siguiente tenía el vuelo hacia España y toda esa pesadilla se acabaría.

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Aquella noche me costó bastante conciliar el sueño, por lo que decidí ponerme un rato a leer. Al cabo de media hora mis párpados ya empezaban a pesar y caí en un sueño profundo mientras recordaba la escena que vi aquella noche.

Lo que voy a describir a continuación no sé si puede llegar a tratarse de una simple pesadilla o de algo que verídicamente fue real, pero lo que sé es que hasta hoy no he vuelto a pisar la casa de bunica.

A mitad de la noche, se coló en mi oído una especie de susurro, el cual decía:

¿Por qué tienes miedo, vida mía? Solo estaba jugando al escondite con ella.

No quise girarme, porque sabía que iba a ver algo que no me iba a gustar y que me dejaría paralizada completamente.

Cuando me di cuenta ya era de día, y esta vez no sentía la sensación agradable al despertar del aroma de la citronela y la lavanda, sino que hice la maleta lo más rápido posible y esperé que fuera la hora de ir hacia el aeropuerto.

A día de hoy no sé si lo que vi aquella noche era real o no, tampoco sé si “eso” era mi abuela o simplemente algo que habitaba en su casa. También quiero desear que todo lo que vi fuese solo una mala pasada que me jugó el miedo y mi mente.

Probablemente las historias que me contaba ella sobre brujas con gorros puntiagudos y narices largas con verrugas eran ciertas, o tal vez, y solo tal vez, bunica era una de ellas, pero sin el gorro, sin la nariz y mucho más terrorífica y depravada.

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LOS SECRETOS DEL PSIQUIÁTRICO, por Ana María Ramos Dumitrascu

¿Qué daño puede hacer echar una ojeada?

―Firma aquí. Aquí ―pasa varias hojas señalándome los lugares y repitiendo―. Aquí. Y, finalmente, aquí.

Termino de realizar todas las firmas y el jefe y yo nos damos la mano sentenciando el contrato con una sonrisa fingida en la cara. Inquieta por el lugar, solo a mí se me ocurriría ir a trabajar al psiquiátrico de Chicago. Es un lugar más, pero a mí solo me trae recuerdos realmente horripilantes, aunque para algo estoy aquí: para luchar contra mis miedos.

―Enhorabuena, Maxwell Moore, mañana es su primer día, será guiada por uno de sus compañeros, esté tranquila.

Y así conseguí mi primer puesto de trabajo en donde, por tiempo limitado, me encargaría de la zona juvenil para acostumbrarme. Con los nervios a flor de piel, asistí a mi primer día, mi compañero, Byron,me guio yayudó en diversas partes alo largo del día.

Me dirigí a la última habitación y quedé petrificada en la puerta cuando leí el diagnóstico: se trataba de un niño de unos doce años con trastorno del ritmo circadiano, un trastorno del sueño lo suficientemente grave como para requerir atención clínica, como el insomnio, la apnea del sueño y el síndrome de las piernas inquietas; tenía todas las características, y no solo eso, la situación le había provocado trastorno de estrés agudo. Puede que no fuera el peor caso que tuve en el día, pero para mí lo era,

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detrás de esa puerta se encontraba un niño con mi mismo diagnóstico de niña, quería intentar hacer lo posible por ayudarle e intentar que no tuviera el mismo miedo que yo llegué a tener.

Abrí la habitación y allí estaba, mi reflejo, un muchacho de pelo rizado corto castaño, ojos grisáceos con la tez un poco morena. Se le veía sereno, mirándome sentado sobre su cama como si hubieraestadoesperándome.Cerrélapuertaymesentéenuna silla de al lado para guardar distancia por si le incomodaba mi presencia.

―Hola, te llamas Lynn, ¿cierto? ―se limitó a solo asentir mostrando los primeros indicios del temor que metenía―. Bien, yo me llamo Maxwell, me encargaré de ti. Me gustaría saber qué es lo que te gusta, colores, juguetes, dulces, aficiones ―al oírme pareció sorprendido, pero rápidamente sonrió levantándose de la cama para mostrar dibujos y algún juguete que tenía.

Tras una jornada después de dos semanas desde que inicié el trabajo, me quedé hablando con Byron.

―¿Mañana podrás tú sola?

―Claro, creo que sé manejarme, si necesito algo te preguntaré le dediqué una sonrisa, había sido especialmente amable conmigo, no quería ser una molestia.

―Bien―mesonríe devuelta―.Nosvemos mañana,si quieres podemos salir a comer juntos.

―Es buena idea, nos vemos entonces ―nos despedimos y cada uno se va respectivamente a su hogar.

Lynn estaba dibujando tranquilamente, esa noche pudo dormir un poco, me estuvo dando dibujos desde que estaba con él. Cogí el que dejó a mi lado para volver a seguir haciendo más y me espanté de tan solo verlo. Era un dibujo de su habitación de noche en donde me tenía a mí abrazándolo, como si fuera un

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ángel, su ángel protector, pero en el otro lado del folio había un ser asqueroso en la puerta, era todo negro, como si la oscuridad no lo dejara mostrarse. Miré a Lynn algo preocupada, quizá solo era un simple dibujo… Me levanté para dejarlo sobre la mesa hasta que vi más: otros pacientes junto a él que estaban horrorizados, el psiquiátrico siendo incendiado, un hombre ahorcado y el ser oscuro con una sonrisa, otro en donde había una niña llorando… Había varios dibujos del mismo estilo. Los dejé todos. ¿Cómo se le ocurría dibujar eso a un niño?

Tras el trabajo fui a comer con Byron, como acordamos. Pasamos un buen rato charlando de nuestras cosas y comentando nuestro día.

―Oye, Lynn, el niño del insomnio.

―Sí, lo recuerdo, he oído que pudo dormir un poco de forma tranquila ―me sonríe.

―Así es, le gusta mucho hacer dibujos, me ha regalado alguno, pero hoy… Ha dibujado cosas muy raras y horribles.

―Quizá eran de alguna pesadilla. No le des mucha importancia, a muchos les pasa y los representan así.

―Puede que tengas razón…

El tiempo pasó y seguía habiendo algún que otro dibujo, pero meses después me llamaron de la oficina, cambiaron mi turno y la planta en la que trabajo: estaría por las tardes y, si era necesario, por las noches, en el sótano. Me pareció un poco extraño, pero no rechisté, tampoco debía de ser para tanto, al contrario que despedirme de mis pacientes y de Lynn.

―¿¡Cómo qué te vas!?

Asiento.

―Lo siento, me cambiaron de planta, pero tranquilo, Byron me dijo que se encargaría de ti, no tienes que preocuparte ―le

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comenté mientras sonreía. Nos dimos un cálido abrazo en donde él se aferraba y yo lo protegía con mis brazos. Fue entonces cuando noté una presencia y al girarme no encontré más que la nada.

Terminé de despedirme y salí, encontrándome a Dorcel, un hombre algo mayor que Byron y que yo, había sido mi compañero de planta, era peculiarmente amable conmigo, y a Lynn le provoca intranquilidad el oír incluso su nombre.

―Oí que te cambian de planta ―comentó, caminando a la par que yo.

―Así es, y de turno, por lo que tristemente no nos veremos mucho.

―Vaya, bueno, ya coincidiremos algún día libre. Por cierto, ¿a qué planta vas?

―Al sótano.

―¿Cómo? ―su semblante serio repentino me alarmó.

―Sí, me comunicaron que es allí mi nue…

―Nuevo turno de tarde e incluso noche, probablemente llegues a estar solas en algunas ocasiones o zonas, ¿me equivoco?

―No… ―su certeza me inquietó bastante.

Y llevo varias semanas con mis nuevos pacientes y mi nueva planta. Hasta el momento no ha habido ningún problema, todo va bien, no sé por qué me preocupaba tanto.

Me encuentro en la habitación de una mujer algo más joven que yo llamada Elisa. Desde que me encuentro en esta zona del edificio la oigo todas las noches rezar, es alguien bastante creyente que busca esperanza, y juraría que su diagnóstico es bastante poco certero.

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―Bien, estás avanzando mucho ―le dedico mi sonrisa al hablar―. ¿Quieres contarme algo más?

―Llevo bastantecontigoy…noeres como el resto…¿Puedo confiar en ti?

―Claro, cuéntame.

―Me dejaron en el psiquiátrico como una persona bipolar, pero la verdad es que mi madrastra quería quedarse con la herencia y me mandó aquí ―queda un momento en silencio para seguir hablando―. Ella es parte de una red de trata de blancas y sometió a mi hermana, la violaron y torturaron, hasta que ella quedó embarazada y dio a luz, pero le dijeron que su bebé nació muerta; ella, por instinto maternal, dijo que escuchó su llanto al parir, temo que esté con nuestra madrastra siendo violada como le hicieron a ella…

Trago saliva ante la agria historia que estoy asimilando ―¿Y tu hermana?

―Mi hermana murió en una de las tantas violaciones… ―Yo… Lo… Lo siento… Niega.

―No tienes culpa de nada, agradezco de corazón que me escuches, eso ya es un regalo para mí.

Me despedí de ella y salí. Tan pronto como lo hice, la oí sollozar. Le dolió recordar, es alguien muy fuerte y espero que pueda salir pronto de toda esta situación.

Nada más salir vi a Byron, fui rápidamente a hablar con él para explicarle la situación antes de salir de turno, pero él me trataba como loca, así que solo me quedaba llevarlo hasta ella, pero al llegar me encontré con la sorpresa de que no había nada: no estaba ella, ni sus sabanas, ni sus cosas de costura, que tanto le gustaba. Se habían esfumado, como si nunca hubiera existido.

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―Deberías tomarte un descanso, Max ―me acaricia la cabeza para retirarse.

No, me negaba a creerme esto, ¡ella estaba ahí hacía nada! Corrí lo más rápido posible hasta llegar donde dejé mis papeles y expedientey mepusea buscar.Nada.Niunsolo rastrodeElisa Hayson. Volví a dejar todo en su sitio, y me fui de la zona.

Pensé en ir a visitar a Lynn antes de irme, así que fui a su habitación, pero no estaba, así que volví a buscar a Byron, quien esperaba que no pensase que era una pesada, aunque él siempre me trataba con amabilidad, por más irritable que pudiera ser.

―Byron, ¿dónde está Lynn?

―Lo han hospitalizado, está bastante grave, no creemos que vaya a sobrevivir por mucho tiempo.

―¿Puedo visitarlo? ¿Me enseñarías dónde se encuentra? Siento pedirte esto.

―Tranquila, te enseño dónde está.

Nos dirigimos a la habitación y Byron me abrió la puerta para cerrar tras entrar. Me senté en una silla cercana a la camilla en la que se encontraba tumbado con varias vías.

―Moore… ―me miró abriendo los ojos.

―Sabes que puedes decirme por mi nombre, peque ―tomé su mano con delicadeza intentando sonreírle para animarlo y endulzar la situación.

―Tienes que llevar cuidado…

―¿A qué te refieres?

―El ser oscuro viene a por ti.

―Espera, ¿el de tus dibujos? ¿Ese ser oscuro?

―Sí… Es malo, y viene a por ti. Ten cuidado, Moore.

―Lo tendré. Descansa, Lynn.

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Pasé semanas tras el fallecimiento tan temprano de Lynn analizando los dibujos: los niños asustados eran el día a día, la niña que lloraba era Jocelyn, no estaba loca. Aún quedaban tres: el incendio, un hombre ahogado y el ser oscuro sonriendo.

El tiempo pasaba y un día en la cocina empezaron a sonar las alarmas, algo se quemaba.Asistí juntoa Dorcel, queestabajusto conmigo al oírlo, y rápidamente pudimos detener los fogones. Tiempo después un paciente se ahogaba mientras comía, pero nos percatamos de forma veloz y pudimos ayudarle. Pude detener ambos casos sin problemas.

Felipe, apodado Philip, uno de mis pacientes más mayores, de unos 52 años, es un agradable señor con el que puedes tener un tema del que hablar fácilmente.

―Disculpa,Philip,hayalgoquequieropreguntarsino temolesta.

―Claro, mujer, pregunta, no te cortes.

―Tú tienes familia según las anécdotas que me cuentas. ¿Por qué no te visita? Además, en tu expediente figura que no tienes parientes.

―Bueno… verás… Hace unos años, antes de ser ingresado, vi cómo unas personas se comían los restos de mi familia en un hotel abandonado. Los policías a los que les reporté esto dijeron que todo estaba en mi cabeza, pero, sin embargo, nunca me olvidaré de que mi hija tiene una cicatriz en el tronco debido a que fue operada de corazón ―me comentaba mientras me enseñaba una foto enmarcada donde se veía asomar la cicatriz de su hija en la ropa que llevaba―. Fui parte de la CIA y no puedo decir nada más porque entonces me matarían a mí también, pero, bueno, creo que puedes entender por qué me mudé.

Asentí, atónita, ante lo que acababa de oír mientras colocaba la foto en su lugar.

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―Una cosa, Max, ¿puedes ir aquí si llega a pasar? ―me comenta mientras me extiende un papelito con una dirección―. Quisiera que los cuadros que pintó mi hija los conserve alguien.

―¡Dios santo, no puedo aceptar eso!

Tras varias insistencias acabé aceptando y el día finalizó. Al día siguiente Dolcer me comunicó que Felipe se había colgado con lassábanas desu cama.Ninguno podíamos creeresto.Hablé con él para que me hiciera el turno y poder ir a la dirección que me había dado. ¿Qué daño podía hacer echar una ojeada? Después de todo, me lo pidió.

Había muchos cuadros, eran hermosos, de paisajes en su mayoría. Los observé y recogí los que pude, pero, de repente, se me nubló la vista.

Mis párpados pesan. Intento acostumbrarme a la oscuridad de la habitación y empiezo a sentir todo, estoy atada y amordazada en una silla en el cuarto de limpieza del psiquiátrico, intento gritar y soltarme y, de repente, se abre la puerta, y ahí está, el ser oscuro. Cierra la puerta tras de sí y cuando se acerca y mi vista vuelve a acostumbrarse, me doy cuenta de todo: Byron… Por eso estaba loca: primero Elisa, Lynn, Felipe… ¿Por qué hacía todo esto?

―Vaya, vaya, vaya… Maxwell, Maxwell, Maxwell... ¿Acaso no te enseñaron a no meter las narices donde no te llaman? Supongo que te percataste de que este psiquiátrico es bastante peculiar, y en vez de ser buena chica y estarte quietecita tenías que meter la pata... ―cada vez se acerca más y mi pulso coge una velocidad sobrenatural, sus pasos retumban en el pequeño cuarto mientras se escuchan mis sollozos―. En fin, supongo que este es el fin ―quiero gritar, y no puedo, no quiero acabar así. ¿Qué pasará con mis padres? ¡No puedo acabar así!―. Salúdame al crío.

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―No, no, no, basta, escucho voces, sí, ellos me salvarán, Dorcel me salvará, él lo hará… De pronto veo cómo levanta una sierra mecánica encendida con una sonrisa en su blanco rostro y solo puedo limitarme a negar rápidamente con la cabeza, ahogando mis gritos, esperando mi maldito fin inalcanzable sin ninguna escapatoria…

―Últimas noticias, el psiquiátrico ha sido incendiado hace menos de una hora y el fuego se propaga afectando a otras zonas de Chicago. Los bomberos intentan hacer todo lo posible por extinguirlo, hasta ahora hay 43 fallecidos, todos del psiquiátrico, y dos ciudadanos más exteriores…

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NOTAS PINTADAS, por José María Martínez Macías

Era la última noche de las fiestas de mi pueblo. Había sido un año raro: tres desapariciones sospechosas ocurrieron en Las Torres de Cotillas. ¿El factor común? Una misteriosa nota con un dibujo aparecía en las que, presuntamente, eran las zonas donde fueron raptadas las personas. Sumado a todo esto, no había ninguna pista que pudiera llevar al causante: ningún pelo, resto de saliva, huella..., nada. Pero eso no paró las ganas de los habitantes de Las Torres de celebrar las fiestas patronales. De hecho, no había ocurrido nada raro en esas dos semanas. La gente salía como si nada hubiera pasado, supongo que queriendo olvidar todo lo ocurrido.

Esa noche estaba todo el pueblo en la plaza mayor esperando a que empezaran los fuegos artificiales que darían por terminado el verano, la mejor época del año para cualquier adolescente. Bueno, quizás no para todos.

Pablo, Ángel y yo habíamos quedado en vernos en lo alto de la montaña que queda al final del pueblo, donde hay un mirador, para verlos mejor. No había sido partidario de esa idea desde el primer momento, no me hacía gracia estar los tres en un lugar oscuro y solos con un asesino suelto por ahí, pero no me dejaron otra opción.

Conforme me alejaba del centro montado en mi bicicleta, en dirección a la periferia, cada vez había menos gente. Todos iban bien vestidos: pequeños, adolescentes y mayores, y es que, en mi pueblo, esa noche es la más especial del año. Según la leyenda, los fuegos artificiales ahuyentan las malas energías y te

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depuran, de forma que cada año la gente va a dejar esas malas energías a un lado para centrarse en nuevos sueños y metas que quiere cumplir.

Había llegado ya a la carretera que da a las afueras. No había nadie, no se escuchaba ningún ruido, parecía que hasta los gatos callejeros habían ido al centro para ver el espectáculo, de forma que dejaban que el ruido de la cadena de mi bicicleta fuera lo único que se oyese. De repente oí un ruido. Pensé que habría sido un animal salvaje o cualquier otra cosa que no fuera nada extraño. Había llegado ya a la base de la montaña, por lo que había bajado del sillín. Tras oírlo, empecé a andar rápido. Pasaron un par de minutos sin que se volviera a escuchar nada, pero, de repente, otro ruido. Empezaron a escucharse con una frecuencia mayor sonidos parecidos a las ramillas que caen de los árboles en otoño y crujen haciendo un sonido peculiar cuando alguien las pisa. Empecé a andar rápido, realmente estaba asustado. De repente, un terrible hedor invadió el ambiente, olía a algo que parecía podrido. Me faltaba subir todavía la mitad de la montaña y estaba a punto de echar a correr. Me sudaba la frente y me temblaba cada partícula de mi cuerpo, nunca me había sentido así. Los ruidos no cesaban y eran cada vez más fuertes. Decidí dejar la bicicleta en ese mismo sitio y momento y ponerme a correr como si fuera lo último que fuera a hacer. Estaba aterrado. ¿Sería el secuestrador del que tanto nos habían advertido que tuviéramos cuidado?

Tardé dos minutos en llegar a la cima, al punto exacto en el que había quedado con mis amigos. Era una situación irónica: había pasado todo el día deseando que llegara el momento y en ese instante me quería morir. Escuchaba los ruidos de forma nítida, como si estuvieran corriendo detrás de mí para cogerme. Al llegar encontré lo peor. Estaban solamente las bicicletas de mis amigos,juntoadosnotasdibujadas:loshabíacogido.Elcorazón

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melatíatanfuertequese meibaasalirdel pecho. Estuveapunto de gritar, pero decidí que echar a correr sería una mejor opción, supongo que sería mi instinto de supervivencia.

Mientras corría no paraba de girar la mirada a un lado y a otro, hasta que, de repente, vi una gran sombra que parecía un hombre gigante y corpulento con un sombrero y algo parecido a un gran saco. Los fuegos artificiales habían empezado y, mientras todos estaban en la plaza del pueblo, yo estaba huyendo del presunto secuestrador de mis amigos, el mismo que ya había secuestrado a tres personas antes que nosotros y el cual tenía la intención de hacérmelo a mí también.

No había marcha atrás. Los ruidos de los cohetes se mezclaban con los pasos del hombre gigante y con aquel terrible olor a podrido. Mientras corría pasaban mil pensamientos por mi cabeza: recuerdos con mis familiares, amigos, todo lo que me quedaría por hacer, todas esas cosas que dicen que piensas cuando vas a morir. Se me vino a la cabeza también la imagen de la comisaría, el sitio al que iría si lograba escapar de aquel hombre. Estaba llegando ya a la entrada de la montaña cuando, de repente, ¡BUM! El hombre apareció ante mis narices. Eso es lo último que recuerdo.

Minutos después, despertéal ladode mis amigos,queestaban preocupados por mi estado. Al parecer me había desmayado del susto que me llevé.

Resulta que todo fue una broma pesada que llevaban planeando desde hacía una semana, ya que sabían que el secuestrador me daba miedo. Pasé sin hablarles unos días por lo que me habían hecho, soy un tanto rencoroso y no me había hecho ninguna gracia, pero, después de pedirme perdón unas mil veces, terminé por disculparles, aunque siguiera enfadado por ello.

Han pasado ya tres meses de aquello y la policía todavía no ha encontrado al culpable de las desapariciones, a las que se les

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han sumado otras dos: una mujer, una niña y dos notas pintadas. El miedo a salir a la calle es cada vez mayor y es algo desesperante.Espero realmentequepillen al culpablede todos estos males y que todo vuelva a ser como antes.

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UNA NOCHE DE FESTIVAL, por José Antonio Tomás Pineda

Era un día soleado, un mañana que hace que quieras sonreír al mundo, incluso podría atreverme a decir que era uno de los mejores momentos de mi vida: era el día de la cosecha, algo que raramente ocurre donde vivo, pues la tierra aquí escasea y la que hay no es precisamente fértil. Dejando esto de lado, era un día normal, como cualquier otro, tampoco tenía nada de especial, excepto por un pequeño detalle: este sería el día de mi muerte. Sí, lo sé, vaya manera de empezar un relato, pero ¿qué le puedo hacer? Es decir, tampoco es como si pudiera cambiarlo. Una vez dicho esto, podemos continuar por donde lo dejamos previamente.

Un día tranquilo, sin duda; esa mañana solo se veían por las calles festejos y celebraciones. No era raro ver a familia, vecinos y amigos bebiéndose unas copas en el bar de la esquina del pueblo, después de todo era un gran día, y a todo esto yo estaba caminando por los campos, viendo si podía robarle a alguien algunos de los frutos de su labor, porque, eh, yo no soy exactamente trigo limpio, como dicen por ahí. Después de robar unas cuantas hortalizas para no pasar hambre en el invierno, ahí es cuando sentí algo dentrodemí,unreflejo instintivodesdelo más profundodemiser,notabacomosiunosojosmemiraranelalma y me la arrancaran de cuajo y al mismo tiempo me susurraran la inminente muerte que iba a tener a sus manos. Salí corriendo de allí lo más rápido posible, me daba igual lo que dejase atrás en ese momento, solo me importaba huir, huir inmediatamente antesdequemepudiesepasaralgo delo queme pudieraarrepentir.

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Cuando por fin conseguí dejar de sentir ese malestar en el fondo del pecho, me encerré en mi casa durante todo el día, no quería que ningún alma me viera, temiendo que esa sensación volviese a aparecer, pues puede que solo haya sido mi mente pasándomeunamalajugada,peropreferíahuirantes dehaberme arrepentido sufriendo una muerte innecesaria. Cayó la noche y en lo único en lo que podía pensar era en el hambre que tenía, me había pasado todo el día en casa y, como no había recogido las hortalizas de mi huerto, no tenía provisiones ni las fuerzas necesarias para recoger mis cultivos y, caída esta hora de la noche, ya deberían de estar todos durmiendo. El hambre se estaba apoderando de mi ser y ahí es cuando recordé las frutas y hortalizas que tiré cuando huía de aquella sensación. En un impulso desesperado, salí de mi casa a buscar esa fuente de energía que necesitaba en ese momento.

Por fin llegué al lugar donde dejé la comida, pero había desaparecido, hice todo este esfuerzo para acabar con las manos vacías. Mi desesperación aumentaba por momentos y ahí es cuandosentílapeorsensaciónquehabíapodidosentir:unosojos en mi nuca. Sin embargo, en esta oscuridad no se veía nada, así que intenté calmarme respirando, empecé a contar hacia cien para poder relajarme y, en cambio, mi corazón empezaba a acelerarse, veía cosas en la oscuridad, ya no sabía si eran verdad o alucinaciones, solo quería salir de ahí, solo quería correr, y así hice: corrí todo lo rápido que pude, corrí todo lo rápido que mis piernas me permitían y, aun así, sentía ojos acechándome en la oscuridad, acompañados de pisadas, cada vez iban más rápido, no podía seguirles el ritmo y ahí es cuando me di cuenta de algo: no podía huir, no podía escapar. Mis energías se agotaban, mis piernas desfallecían y mi cuerpo dolía a cada zancada que pegaba y, sin embargo, las rápidas pisadas de mis perseguidores estabanpisándomelostalones.Enunúltimoesfuerzo,diunsalto

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hacia delante, esperando encontrar aunque fuera una sola cosa que me pudiera proteger y, aun así, solo era un salto de unos cuantos metros de una persona desesperada y sin energías. Cuando por fin me volteé hacia la cara de la muerte, unos colmillos del tamaño de mi cabeza se me clavaron en el cuello. Solté un grito ahogado desde lo más profundo de mi ser y este fue enterrado en un mar de gruñidos y mordiscos, notaba todos esos dientes atravesando mis tripas, sacando mis intestinos de la manera más brutal posible, sangre inundando las bocas de mis agresores. Después de ese momento de sufrimiento que parecía durar siglos, mi consciencia por fin se desvanecía, pero en vez de apenarme, sentí un extraño alivio de que la tortura por fin acabara, y, entonces, mordieron mi cabeza, destrozando mi cráneo e hiriendo la poca conciencia que aún me quedaba. Había muerto a manos de unos lobos cualesquiera que esperaban mi regreso por la noche, supongo que es un final adecuado para alguien como yo. Después de todo, una noche lúgubre y triste no era lugar para un conejo como yo.

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SED DE VENGANZA, por Claudia Pelluz Martínez

Una mujer suplicando ser amada por su esposo, un hombre desleal a su amada y un matrimonio sumido en una desgracia continua. Ella intentaba revivir la llama de un amor muerto, él se ahogaba en un mar de cenizas.

―¿Qué he hecho para merecer tal desprecio? ―preguntó ella con el corazón en un puño y suplicando misericordia.

―¿En serio me estás preguntando qué has hecho? cuestionó con furia . La dejaste morir, la abandonaste sin luchar, escuché la desesperación en sus gritos, solamente me queda en la memoria su presencia la rabia con la que la miraba hizo que rompiese la frágil coraza que la protegía.

―No sabía qué hacer, solo quería hacerla callar ―admitió con la verdad acariciando cada palabra. Nunca sabes qué hacer, ¡eres una inconsciente! mientras gritaba aquellas palabras, recordó todo lo relacionado con su pequeñadecabellosrizadosysonrisainocentequeleregalabacada vez que estaban juntos.

―Esaniñaeraunabastarda, tú arruinastenuestro matrimonio en el momento en que decidiste tener una hija con otra mujer. ¿Creías que iba a proporcionarle el amor que su madre no le dio? Recuerda que yo no soy su madre biológica y, por lo tanto, no tengo que cuidarla ni darle el cariño que creías darle bloqueó la puerta de la pequeña habitación con su cuerpo y sacó el arma que tanto quería estrenar. Con decisión, la levantó y le amenazó . O me dices ahora mismo que me quieres, o una bala

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cruzará tu frente dicho esto, una sonrisa cínica cruzó por su cara.

―No lo vas a hacer, tu consciencia no lo permitiría ―en los ojos de aquel hombre afligido se reflejaban años de mentira y engaños y, a su vez, que no se arrepentía del disfrute de estos. Claro que sí, si no me pudiste amar en vida, lo harás bajo tierra, querido y el silencio después del disparo contó la historia de una mujer herida en busca de venganza. Su cuerpo se desvaneció en el suelo al igual que todos los sueños y promesas que una vez se prometieron siendo tan jóvenes.

La mujer, desolada por lo que había hecho, cogió la pistola y, con la misma decisión con que había sostenido el arma para matar a su marido, se la puso en su sien y, de un simple gatillazo, un gran charco de sangre se esparció por la moqueta, dejando un rastro que daría fin a una historia trágica y llena de desgracias.

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EL CASO DE STEVEN JAMES, por Juan Antonio Pérez Fuentes

Año 1996

Steven, de dieciséis años, era un chico callado, tímido, estudioso y deportista. Por las mañanas asistía durante seis horas a clase, al igual que el resto de los chicos de su edad, y por la tarde practicaba fútbol en el polideportivo de su pueblo, ayudaba a sus padres en las tareas de casa y a su abuelo, en la granja familiar. En general, era un chico responsable y educado.

Jueves 21 de noviembre de 1996

Aquel día, Steven se levantó a las 7:15 para ir al instituto. Como todos los días, desayunó unas deliciosas tostadas que le preparó su madre, tardó exactamente siete minutos en pegarse una buena ducha, preparó su mochila y se dispuso a sacar a pasear a su perro Vito, un bulldog francés hermoso. Durante el trayecto de su casa al solar donde solía sacarlo, que estaba a dos manzanas de su casa, Steven notó la presencia de alguien detrás de él. Al girarse, vio a un chico, al parecer ruso y aparentemente mayor que él, apoyado en una farola mirando el móvil con guantes negros, sudadera negra con capucha, gafas negras y pantalones de camuflaje negros. Steven no notó nada raro en su comportamiento, por lo que siguió de camino al solar. Después de estar durante quince minutos esperando a que su perro hiciera sus necesidades, emprendieron de nuevo el camino a casa, pero Steven recordó a aquel chico apoyado en la farola mirando el móvil, por lo que optó por coger otro camino para volver, más largo pero aparentemente más seguro. Al doblar la esquina de la

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calle de su casa lo volvió a ver, aquel chico volvía a estar ahí, apoyado en una farola con la misma ropa que hacía unos minutos, esta vez sin móvil, únicamente se dedicaba a observar a su alrededor y, en concreto, a Steven que, muerto de intriga y a la vez de miedo, trató de interactuar con el hombre. Hola, ¿puedo ayudarte en algo?

El hombre sacó su teléfono y, sin mirar a Steven, dio media vuelta y se fue con el móvil pegado a su oreja, aparentemente hablando con alguien. Steven se quedó observándolo hasta que dobló una esquina y desapareció. Se quedó pensando quién podría ser aquel misterioso hombre, hasta que miró su reloj y se dio cuenta de que eran las 8:50, en diez minutos tenía que estar en el instituto porque a primera hora tenía examen de Filosofía y no podía llegar tarde, por lo que llegó rápido a su casa, dejó a su perro, se cargó su mochila a la espalda y se dirigió rápidamente al instituto.

En el recreo se encontró con su amigo Michael, cuya novia lehabíasido infiel conSteven,peroparecíaqueMichael lehabía perdonado.

Hola, Michael, ¿qué tal te ha salido el examen?

Bastante bien, ¿y a ti? Te veo preocupado. No es por el examen. ¿Y entonces?

Antes de venir al instituto, al sacar a mi perro, he visto a un hombre extraño vestido de negro y, al parecer, me ha seguido al ir y al volver a mi casa.

Si te sientes más seguro puedo volver contigo a tu casa.

Muchas gracias, Michael.

Al salir del instituto Michael esperó en la puerta a Steven para acompañarlo. Durante el camino hablaron de temas del instituto, de cómo les había salido el examen de Filosofía, cuál era

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su opinión del nuevo maestro de Geografía e Historia, etc. Llegaron a un callejón oscuro que estaba a dos calles de la casa de Steven, había mucha basura y olía mal, ya que en ese callejón se montaban la mayoría de las fiestas del pueblo, los dos dudaron en pasar por ahí, pero finalmente accedieron y lo atravesaron. Todo iba bien hasta que, al final del callejón, apareció una furgoneta de la nada, de ella salieron hombres vestidos de negro y raptaron a Steven y Michael.

A mitad de trayecto (podrían llevar aproximadamente una hora) pararon para dejarles inconscientes y ponerles un saco en la cabeza. Steven despertó en una habitación vieja, tirado en el suelo, atado, pero esta vez sin la bolsa en la cabeza, miró a su alrededor desesperado por encontrar una vía de escape, pero se dio cuenta de que era inútil. Habían pasado dos horas cuando escuchó unos gritos atroces provenientes de la otra habitación, conocía esas voces. ¡Eran de Michael! (O eso creía). Acto seguido, escuchó abrirse una puerta vieja y a una persona dando pasos para bajar escaleras, por lo que supuso que estarían bajando al sótano. Steven sentía miedo, un miedo que nunca antes había experimentado, rezaba para que Michael estuviera bien y para que a él no le pasase nada. Pasados dos días, deshidratado y con mucha hambre, escuchó cómo la puerta de su habitación se abría. Al girar la cabeza para ver de quién se trataba, vio a un hombre gordo, con una máscara y con una motosierra en la mano. No dio tiempo a hablar nada: cogió a Steven del pelo y lo arrastró hacía un sótano, donde lo ató a una silla. El hombre salió del sótano, debido a que otra persona aparentemente mucho más mayor que él le llamó; en ese corto periodo de tiempo que Steven estuvo atado, solo, preso del pánico y del miedo que sentía, comenzó a mirar hacia sus costados y observó que habían cabezas humanas colgando:

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este hecho desencadenó la locura máxima en Steven, que, gritando hasta quedarse sin voz, llorando y preso del miedo, vio cómo entraba otra vez ese chico gordo con la motosierra, pero esta vez encendida, el chico se acercó a un Steven loco y muerto de miedo, se acercó a él y le susurro al oído: “No deberías haberte metido en mi relación”.

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AQUEL DOMINGO, por Laura Cárcel Campos

Era una noche de viernes bastante oscura, aunque en realidad aún no era de noche. Imagino que serían sobre las siete de la tarde, pero el cielo estaba apagado; no había luna, ni siquiera una simple y diminuta estrella. Estaba llegando a casa de Jesús, así que las preocupaciones ya desaparecían de mi cabeza. Aun así, el haber visto por quinta vez en esta semana al mismo hombre sentado en el banco de enfrente de mi casa me tenía algo descolocada.

El fin de semana transcurrió con tranquilidad, con muchas risas y bastantes cervezas, sin darle muchas vueltas al asunto. El sábado por la noche cenamos fuera, y el domingo también. Mientras recogía mis pertenencias de la habitación de Jesús, mi suegro me preguntó sobre el instituto. Le dije que todo seguía como llevaba siendo hacía más de un año, aprobándolo todo, sin huellas de la ansiedad, y amablemente me dijo que, si en algún momento necesitaba cualquier cosa, no dudase en pedirla. Dos minutos después, Jesús y yo ya estábamos saliendo de su calle, en dirección a mi casa.

Llegando a mi vivienda, vi que la puerta estaba abierta, y me resultó curioso porque no es costumbre nuestra. Mientras aparcamos, eché un ojo por mi jardín para comprobar si había alguien regando o tomando el aire, pero no había nadie aparte de mis dos mascotas, dos perritas pequeñas, que me miraban como si buscasen refugio, consuelo...

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Me despido de Jesús, que se aleja por la calzada, y entro a mi casa, con la mochila y el casco a cuestas, deseando entrar a mihabitaciónparapoderdejarlotodo.Entonocon ciertamelodía el nombre de mi madre, luego el de mi padre y finalmente el de mihermano.Miestómagoseretuerceconunasensaciónuntanto extraña porque nadie contesta. Me asomo a la ventana: sendos coches de mis padres están ahí aparcados, incluso la moto de mi hermano.

Comienzo a buscar por la casa: primero, en el comedor; luego, en el despacho. Sigo por la habitación de mi hermano: no hay nadie.Compruebo lahabitación demis padres y lacamaestá deshecha. No me cuadra. Es demasiado temprano para que se hayan acostado y hayan abandonado la cama sin ninguna razón. No lo entiendo. Me tiemblan las manos, las rodillas, la boca del estómago. Le escribo a Jesús diciéndole que algo va mal, pero hasta que no llegue a su casa no lo verá, porque va conduciendo. De repente, oigo un crujido que viene de la terraza… ¡La terraza, joder! Tengo terraza en mi casa y no he mirado, ¡vaya cabeza! Comienzo a subir las escaleras, se me traban los pies, voy demasiado rápido. No sé por qué mi cabeza monta mil hipótesis distintas de lo que podría estar pasando, pero mis dudas desaparecen al ver tal escenario.

Mi padre y mi hermano estaban atados, sentados en sillas y con labocatapada. Mi hermanoteníaunacejapartidaymi padre una brecha en la cabeza de la que la sangre aún brotaba. Pude notar el alivio en la cara de los dos al verme, así que me apresuré a quitarles la cinta de la boca y la cuerda de las muñecas. No podía moverme, mi cuerpo no reaccionaba ante aquello. No sé si pasaron segundos u horas entre tomar la decisión de moverme y hacerlo. Cuando por fin logré dar un paso hacia ellos, alguien

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me dio un fuerte golpe en la cabeza, mi cuello crujió y una corriente de un dolor inexplicable me recorrió todo el cuerpo. Les había fallado. Me desplomé.

De todo esto han pasado ya seis años, pero aún sigo sin poderandarporaquel fuerte golpe.Estuvemásdeunañoingresada en el hospital y, por suerte, he podido recuperar el habla y el movimiento en la parte superior de mi cuerpo. Mi madre desapareció y no se supo más de ella, aunque no nos hemos rendido y seguimos buscándola. Sabemos quién fue el autor de los hechos, pero aún no hemos dado con él tantísimos meses después. Aquel hombre del que un día sospeché, el ocupante del banco de enfrente de mi casa. Esa persona nos ha fastidiado la vida a mi familia y a mí, y no pararé hasta asegurarle el final más tenebroso y sangriento posible. Le devolveré el daño que nos hizo y nos lleva haciendo todo este tiempo de una vez, para que lo viva en sus propias carnes, con la misma esencia.

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EL MÓVIL, por Germán Rico Navarro

3.º ESO

Estahistoriacomienza en unlugardeMurcia de cuyonombre no quiero acordarme. A mí me encantaba estar todo el día con el móvil, tenía un collar muy especial con forma de diente de tiburón que me regaló mi abuelo, hablaba con un montón de gente por algunas aplicaciones como Discord o Instagram cuando tenía mucha confianza con esa persona.

Un día llegó una solicitud de amistad de un extraño, yo sentía curiosidad por saber quién me escribía. Al ver a qué juegos jugaba, comprobé que jugábamos a lo mismo, entonces le escribí y le dije: “¿Oye, de qué me conoces?”. Él respondió diciendo: “De un servidor en común que tenemos de un juego, me preguntaba si querías jugar” . Le respondí: “Vale, ¿hace cuánto que juegas?”. Me respondió: “Catorce años”. En ese momento me paralicé porque ahora me estaba preguntando cuántos años tenía esa persona. Le dije: “¿Cuántos años tienes?”. Me dijo: “Perdona, me he equivocado, tengo 14 años, es que creía que me decíaslaedad antes,llevojugando tres años aestejuego”.Metranquilicé cuando dijo eso.

Pasaron tres meses y él y yo nunca hablamos por chat de voz, entonces un día le pregunté: “Oye, ¿dónde vives?”. Él me dijo: “En Murcia, ¿por qué?”. Le dije: “Si quieres, pues, podemos quedar algún día”. Él me dijo: “Claro, por cierto, tienes un pelo bonito”. En ese momento me quedé en shock. ¿Cómo sabía él eso? Le pregunté y me respondió: “En Instagram salía una foto tuya, ya que tienes el mismo usuario en todas las redes sociales” .

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Para cambiar de tema le dije que si quería quedar al final, y me dijo que sí, concretamos un sitio y la fecha. Cuando llegó el día, llegué primero, esperé un cuarto de hora más hasta que llegó. Vi a una persona de treinta años viniendo hacía mí, creí que iba a pedirme la hora, pero en vez de eso me dijo: “¿Te llamas Germán?”. Yo me quedé congelado sin poder pronunciar ninguna palabra y, de repente, puso un pañuelo blanco en mi boca, intenté quitarlo de todas maneras, pero fue inútil, él tenía mucha más fuerza y empecé a dormirme.

Me desperté en una furgoneta atado de pies y manos, en la boca tenía cinta para no poder gritar, no me acordaba de nada, hasta que abrieron la puerta. Era él. Me dijo: “Eres muy inocente para tener la cuenta de Instagram abierta y hablar con extraños, es verdad, que tienes la boca tapada” . Teníamos que llegar a un lugar seguro para no llamar la atención, entonces procedió a quitarme la cinta, nada más quitarla le dije: “¿Por qué haces esto?”. Él me dijo: “¿Tú no sabes a cuánto se venden los órganos, verdad?”. Me quedé en shock sin saber qué hacer ni qué decir. Él continuó: “Un niño tan ingenuo como tú era la oportunidad que esperaba para conseguir dinero fácil y fresco” .

En ese momento se me ocurrió una idea para intentar escapar, le pregunté: “¿Y cuándo lo vas a hacer? Sabiendo mi destino no quiero seguir respirando” . Me habló: “Pues en pocos minutos, voyairaprepararlotodo,notemuevas” .Soltóunarisamalvada. Cerró la puerta de la furgoneta y me quedé a oscuras. Al intentar levantarme, no pude, una cuerda me lo impedía, pero no estaba bien sujeta, al final pude levantarme y vi que había un maniquí, unamantayunalinterna, ahí teníaunaoportunidadparaescapar. Con la linterna empecé a ver qué había en cada sitio, y con esa luz ya pude desatarme, mis padres me habían enseñado algo más que discutir. Al intentar salir, no pude, ya que la había cerrado por fuera el desgraciado, entonces tuve que esperar. Él volvió y

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dijo: “Conque estás durmiendo, pues te voy a despertar” . Quitó la manta, pero yo ahí no estaba, estaba detrás de una plancha, salí y le clavé el collar en la espalda una vez y otra y otra y otra, hasta que estuvo en el suelo ese mal nacido. Salí y me cegó la luz del sol, no sabía dónde estaba, era una casa abandonada. Vi que estaba mi móvil y llamé a la policía.

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EL UNIVERSITARIO, por Eburahima Jadama Sanneh

La historia de nuestro protagonista comenzó en un momento delicado de su vida personal: sus padres habían fallecido recientemente,es decir,sehabíaquedadohuérfanojunto asu hermana. Esta situación obligó al protagonista, llamado Carlos, a tratar de sacar adelante a su hermana pequeña.

Lo primero que hizo fue buscar un trabajo de media jornada para poder compaginarlo con la universidad. Así, empezó su trabajo como dependiente en un supermercado de barrio, el sueldo que conseguía no era mucho, pero para mantener a dos personas era suficiente. En cuanto a su vida académica, en la universidad le iba muy bien. Desde siempre Carlos fue un excelente estudiante y un chico muy extrovertido, su rama favorita de toda la vida eran las ciencias, lo que le hizo decantarse por el bachillerato científico y, finalmente, la carrera de Física en la universidad. El hecho de la muerte de sus padres hizo que sus calificaciones se aflojaran un poco y su poca interacción en clase hizo que sus amigos se preocuparan por él.

La hermana de Carlos, llamada Lucía, siempre fue una chica de pocas palabras, pero se le veía tocada por la muerte de sus padres. En cuanto a su vida personal, nunca se le dio bien relacionarse con la gente, pero tenía unos cuantos amigos. En el instituto era una alumna más, es decir, no era la que más destacaba, sino bastante reservada.

Las personalidades de estos hermanos eran muy opuestas, pero siempre tuvieron una muy buena relación. También tenían

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una mascota: un gato. Parece un dato innecesario, pero más adelante será importante en el relato.

Los meses pasaban y poco a poco quedaba atrás el horrible suceso. Los amigos de Carlos ya se sentían más aliviados: su amigo había vuelto a ser el mismo. Se acercaba navidad y en la ciudad de Carlos había una famosa fiesta que se celebraba en esas fechas, y su hermana le pidió permiso a él para ir. Carlos no tuvo ningún inconveniente, así que sí podía ir. A Carlos le sorprendió esta pregunta, ya que Lucía no solía frecuentar este tipo de lugares, pero pensó que estaba empezando a relacionarse con más gente de su edad, lo que le contentó.

Unas semanas antes de la fiesta empezaron a circular unos rumores de ciertos asesinatos premeditados cerca del lugar de la celebración, lo que hizo que Carlos le dijera a su hermana que no fuese, yaqueeramuy peligroso.Ellatansolo se limitó adecir que eran simples rumores.

Dos días después fallecería el gato de la familia, lo que dejó impactado a nuestro protagonista. No vio ningún signo raro en el animal, por lo que fue al veterinario de su ciudad para averiguar lo que había pasado. El experto, tras realizar la autopsia del animal, le comunicó a Carlos que había veneno en el cuerpo del felino. Los dos supusieron que había comido en la calle algo que había sido envenenado por alguien sin corazón. Fue otro suceso que afectó a la vida de Carlos, pero decidió ser fuerte y seguir por su hermana. Sin embargo, había algo raro: su hermana se veía normal, como si nada hubiera pasado, no le dio importancia a aquello.

Llegó el día de la fiesta y Carlos no lo sabía, pero se convertiría en el peor de su vida por todo lo que iba a pasar aquella noche. Acompañó a su hermana al lugar, donde había mucha gente en la cola. Lucía vio a sus amigos y Carlos volvió a casa. Tras unas horas tratando de conciliar el sueño, fue a la cocina a

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por algo de comer y empezó a mirar las redes sociales. Lo que vio lo dejó helado: estaba ocurriendo un asesinato múltiple en la discoteca en la que se encontraba su hermana. Era trending topic en ese momento, por lo que mucha gente de la ciudad se había enterado. Carlos fue apresuradamente al lugar. Cuando llegó no podía creerse lo que estaba pasando: su hermana estaba repleta de sangre, junto a un arma en el suelo, y estaba siendo esposada a la pared con tres individuos más. El lugar estaba repleto de gente mirando lo que estaba sucediendo, por lo que tuvo que abrirse paso por la multitud. Le dijo a un policía que la que estaba ahí junto a la pared era su hermana, por lo que el policía se lo llevó a la comisaria para explicarle lo sucedido. Cuando llegaron se lo explicó. Su hermana y su grupo eran los culpables de todos los asesinatos recientes en la zona. En ese mismo instante Carlos se sintió más solo que nunca. Tantas preguntas abundaban su cabeza y ninguna tenía solución. Todo por lo que había trabajado no había tenido sentido, no había servido de nada.

Tras ese suceso Carlos cayó en una depresión severa, dejó la universidad, renunció a su sueño de ser un famoso químico, dejó el trabajo por el que había empezado a trabajar por y para su única familia: su hermana. Desarrolló enfermedades mentales provocadas por la muerte de sus padres. Lucía fue internada en un centro de menores.

Años después nos encontramos un adulto desempleado, con adiccionesy problemas mentales.Esees Carlos, conlaintención de visitar el centro donde está su hermana internada. Lo único que le pregunta a su hermana es el motivo por el que empezó a asesinar gente. Lucía, sin ningún remordimiento, dice que por venganza al mundo, es decir, sentía que el mundo tenía la culpa de la muerte de sus padres, así que empezó a matar con gente con sus mismos sentimientos.

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La Lucía que pensábamos era tranquila, introvertida, en realidad estaba sufriendo un infierno del que su hermano no se dio cuenta. Carlos, sin decir una palabra, se levantó, se fue del lugar ysedirigióconlágrimas enlosojoshacialaazoteadeunedificio para darle punto final a su miserable y solitaria vida.

Así es como acaba la vida de nuestro protagonista, lo que se puede considerar una vida miserable. ¿Cómo pudo acabar así la vida de un joven con un futuro prometedor? Una pregunta simple de responder: la oscuridad del mundo. La vida puede ser una alegría para unos y un sufrimiento para otros, pero los dos casos coinciden en algo: el dolor.

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LA PARED, por Cristian Fernández Riquelme

Sucedió hace más de diez años, un frío viernes de invierno. El viento hacía resoplar con fuerza a los árboles del patio. En casa siempre solíamos acostarnos temprano, alrededor de las diez de la noche. Yo sentía algo de vergüenza, ya que mis amigos se reirían de mí por esa misma razón. Es por eso que, cada vez que hablaba con mis amigos, mentía sobre la hora de irme a dormir.

Desdehacíacasitresmeses,siempremequedabaconmimóvil hasta una o dos horas después de que mis padres me acostaran, hablando con mis amigos o jugando a cualquier juego.

A veces, mis padres se levantaban a por agua, o a por algo para picar, o simplemente para entrar al baño, y aunque eran dos o tres minutos, parecían interminables horas. Por esto, tenía que apagar mi teléfono y fingir mi sueño hasta que mis padres volviesen a su habitación.

Recuerdo a la perfección el juego que me tenía enganchado aquel día: Plantas contra zombis. Seamos sinceros, ¿quién no ha jugado a este juego nunca?

Unas horas después de que mis padres me acostaran, logré completar el sexto mundo de unos doce que tendría el juego, y cada uno, con unos treinta niveles. Estaba realmente feliz por esta increíble hazaña, ya que los interminables días jugando estaban dando resultado por el gran avance que estaba teniendo. Pero esa felicidad cesaría ligeramente tras lo sucedido minutos después.

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Escuché unos pasos provenientes de la escalera, por lo que apagué mi teléfono y fingí estar dormido.

Espera ―pensé en aquel momento― , no he escuchado a nadie bajar por las escaleras hacia la cocina, qué raro. No le di muchaimportancia,yaquehabía estadobastante concentrado en el juego y podría no haberme percatado del sonido de los pasos al bajar la escalera.

Estas horas de juego que aprovechaba después de que mis padres se durmieran me ayudaron a desarrollar ese sexto sentido que tenemos algunos para reconocer los pasos de los integrantes de la casa y todos los sonidos que se producían en ella.

En esta ocasión, yo creí haber reconocido los pasos que subían las escaleras, o, al menos, eso pensaba yo. Los pasos eran algo bruscos, pero con un intento de ser tenues, aunque no lograron ser del todo silenciosos. Esos pasos eran parecidos a los que daba mi padre cuando iba a la cocina y volvía de regreso a la habitación.

Como un acto reflejo tras escuchar aquellos pasos, puse en práctica todos los conocimientos que había desarrollado en los momentosenlosquedíasanterioreshabíahecholo mismo:dejar mi teléfono rápida pero cuidadosamente, sin hacer ruido; girarme hacia el lado contrario de la puerta para que mis ojos no se abrieran en ningún momento y permanecer inmóvil, quieto, sin mover un sólo músculo, para poder retomar más tarde el juego.

Por el reflejo del ventanal de mi balcón podía observar la puerta sin que nadie se diese cuenta, por lo que, cada vez que se asomaba mi padre durante unos segundos para saber si yo estaba dormido, entreabría los ojos para poder observar su silueta y saber cuándo podría retomar mi partida.

Tras unos interminables cinco segundos, mi padre volvió a su habitación.

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Qué alivio, pensé. Ya podía retomar de nuevo mi juego.

Cada vez que pasaba esto, siempre realizaba mis segundos de prevención, segundos en los cuales me aseguraba de que mis padres no podían ver la luz que mi teléfono producía, ya que las habitaciones estaban a escasos pasos una de otra y era bastante fácil observar la luz entre ambas.

Uno, dos, tres, cuatro…

Cuando ya estaba preparado para volver a afrontar aquellos malditos zombis en mi jardín virtual, comencé a escuchar unos golpessecosquehicieronquetodasesasganasdevolveraljuego desaparecieran de repente.

Eran golpes secos y fuertes.

Al principio supuse que en realidad estarían haciendo cosas de adultos. Mis amigos me habían hablado sobre esos temas y yo, con una gran curiosidad de saber qué era realmente ese asunto que no paraban de mencionar en los recreos, decidí ir a ver a escondidas, ya que no habían cerrado la puerta y no haría apenas ruido.

Salí de mi cama y me aventuré por el pasillo para poder descubrir qué era lo que realmente estaba sucediendo. Agachado y pegado a la puerta de la habitación me asomé, con alguna esperanza de lograr ver algo para poder contárselo a mis compañeros en el recreo (con diez años era algo superemocionante, pero ahora todo resulta un acto juzgable).

Aquella imagen que vi al asomarme a la puerta fue todo lo contrario a lo que yo esperaba ver. Vi una sombra de un hombre grande, con un gran palo, el cual parecía ser un machete, golpeando a dos grandes almohadas que se ocultaban dentro de la cama. En ese momento, me quedé paralizado por unos instantes, escuchando y viendo aquella situación, viendo que no eran simples almohadas, sino mis padres.

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En ese momento no pude llorar, ni siquiera soltar un suspiro, no tenía valor ni siquiera de soltar el aire que acumulaban mis pulmones. Estaba completamente congelado.

Mi cerebro recibió de repente una descarga eléctrica, o algo así, y volví a ser yo. Podía sentir mi corazón tan rápido que parecía que fuera a salir caminando de mi cuerpo. Una vocecita dentro de mí me dijo que volviese a mi habitación; que, si no, podría llegar a morir. Le hice caso a mi pequeña vocecita interior, y con la mayor cautela posible regresé. En cuanto llegué, me acosté de nuevo sin hacer ningún tipo de ruido, y, en menos de veinte segundos, los golpes secos cesaron.

En ese momento, un gran escalofrío invadió mi cuerpo, provocando otra de esas descargas eléctricas, las cuales me decían esta vez que fingiese estar dormido, como lo había hecho anteriormente con mis padres.

Cerré los ojos lo más fuerte que pude, y también sentía cada vez más fuerte mis latidos, retumbando sobre mi cabeza y mi pecho. Escuché de nuevo los pasos. En ese momento, mi cabeza formaba un mapa de mi casa, y mis ojos intentaban comprender dónde andaría ese gran sujeto oscuro. Gracias a esto, pude adivinar que los pasos se dirigían hacia mi habitación, por lo que cerré todavía más los ojos, aun estando de espaldas a la puerta.

Tras unos largos segundos comprendí que el sujeto estaba ahí, parado justo en la puerta de mi habitación, observándome. En ese momento, lo único que quería hacer era llorar, vomitar y realizar todos los actos posibles que puedas imaginar que tendrías durante esa situación.

En ese momento, yo no controlaba mi cuerpo, él mismo era el que se controlaba, haciendo que no pudiese moverme, hasta que mis oídos escucharon cómo aquella sombra bajaba las escaleras.

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Mi cuerposeguía controlándoseasí mismo, preso del miedo, aunque mis oídos escuchaban que la sombra se encontraba justo en el piso de abajo.

En menos de un minuto, pude volver a escuchar los pasos de aquella sombra subiendo las escaleras, aunque esta vez subía a un paso muy lento.

En unos escasos segundos pude volver a comprender que aquel hombre se volvía a encontrar dentro de mi habitación: no estaba en la puerta, sino dentro de la maldita habitación.

Escuché los pasos acercarse a la cama, y gracias a mis oídos pude comprender que se encontraba a menos de cinco pasos de mí. Llegué a notar su respiración, la cual era un poco acelerada, pero tranquila.

Tras unos segundos logré escuchar cómo el hombre se acercaba hacia la habitación de mis padres, esperaba unos segundos y volvía de nuevo a la mía.

Esta vez podía notar aquella respiración de nuevo, esta vez mucho más fuerte, como si le costase mucho respirar o algo por el estilo. Esa ida hacia la habitación de mis padres y vuelta hacia la mía ocurrió varias veces seguidas, sin descanso.

Mi cuerpo seguía inmóvil, aunque la adrenalina de la situación seguía haciendo que pudiese observar un gran mapa de mi casa, de las dos plantas, en las cuales podía ubicar en todo momento a aquel hombre que se encontraba dentro de mi casa.

Se produjo un gran silencio en la habitación, y en escasos segundos escuchédenuevoaquellarespiración forzosa,quesentía detrás de mí, a escasos metros de mi cama.

Cuando volví a dejar de notar aquella respiración, escuché cómo un sonido algo rasposo tocaba la pared de al lado de la puerta. Era un tacto parecido al de una caricia, pero algo rugoso, como si de unas uñas se tratara aquella caricia contra la pared. Después de un largo minuto de aquel sonido, pude escuchar

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cómo el hombre bajaba las escaleras, se adentraba en el salón y los pasos cesaban.

Mequedéquieto,sinsabercómomoverningúnmúsculo,con los ojos cerrados, pero sin dormir.

A saber cuántas horas estuve así. Perdí la noción del tiempo. Llevaba mucho sin escuchar ningún paso, ningún sonido o ruido con el que paralizarme, por lo que me aventuré a abrir lentamente mis ojos. Pude notar que era de día, aunque el sol aún no emitía demasiada luz. Serían las siete o las ocho de la mañana aproximadamente.

Estuve durante un buen rato observando aquella gran cristaleraqueseubicabaenlacaraopuestademihabitación,deseando que aquello que había ocurrido fuese un sueño.

Me supuse lo peor, ya que, a esas horas, mis padres ya deberían estar en el salón, charlando sobre cualquier tema y desayunando, pero esa mañana no escuché nada.

Me volví a aventurar de valor y me dirigí hacia la habitación de mis padres, para, tras un pequeño y corto camino por el pasillo, encontrarme con sus cuerpos mutilados, llenos de cortes, brechas y sangre. Sus caras eran irreconocibles y sus extremidades colgaban de pequeños hilos rojos.

En ese momento, solté un gran grito que llevaba guardando desde el comienzo de la noche, comencé a llorar, ahogándome entre lágrimas y mocos.

Laalfombra, el suelo y todalahabitación estaban recubiertos de sangre.

Volví a mi cama y noté algo duro: mi teléfono.

Lo recogí y, cuando me disponía a salir de mi habitación, encontré aquella imagen que me perseguirá durante el resto de mis días. Un mensaje escrito con la sangre de mis padres, en aquella pared azul cielo, que decía: “Sé que estabas despierto”.

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EL DÍA QUE CAMBIÓ MI VIDA POR COMPLETO, por Natalia Palazón Mateo

Todo lo que pasó aquella noche parecía irreal, pero yo lo vi con mis propios ojos.

La tarde del 13 de diciembre del 2021, yo salí a pasear con mi perra Luna y tres amigos, Lucía, Sofía y Miguel. Ellos iban conmigo a la escuela y los conocía desde que era pequeña. Miguel y Lucía fueron conmigo a guardería y a Sofía la conocimos el curso pasado, cuando entró nueva a nuestra clase.

Esatardenosotrosfuimos anuestroparquehabitual ehicimos lo de siempre: nos sentamos en el sucio banco que estaba al lado de la fuente, compramos pipas y nos quedamos un par de horas charlando y hablando de los deberes. Miguel fue el primero que se fue, ya que tenía que ayudar a su madre a hacer la compra, se despidió y se marchó.

Cuando eran las nueve y media, decidimos irnos nosotras también. El cielo ya estaba oscuro y estaba empezando a chispear. Sofía y Lucía vivían por el mismo barrio, así que ellas se fueron juntas por el mismo camino. Yo vivía a un par de manzanas y tuve que irme sola, normalmente me acompañaba a casa Miguel, ya que vivíamos muy cerca, pero, como esa noche él no estaba, tuve que hacer el camino sola, lo que para mí eso no suponía ningún problema, ya que más de una vez me había vuelto a casa sola.

Cuando me quedaban tres calles para llegar, escuché una leve risa por mi izquierda, miré y solo había un cubo de basura. Más tardé sentí que alguien me tocaba el hombro. Cuando miré no

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había nadie, pensé que sería el viento, ya que estábamos en diciembre y hacía bastante frío y aire. Cuando estaba a punto de llegar a casa, escuché en mi oído cómo alguien me decía: “Natalia, Natalia, soy yo”. Me asusté y ni siquiera miré, cerré los ojos y empecé a correr. La voz no paraba de repetirme la misma frase todo el rato y cada vez más fuerte, hasta que tuve el valor suficiente y me giré. Cuando me di la vuelta vi la sombra de una mujer, una sombra oscura, alta y tenebrosa, no tenía rostro y casi no podía diferenciar las partes de su cuerpo. Cuando la vi, lo primero que hice fue correr y correr hacia casa. Cuando llegué, cerré rápido la puerta y dejé el abrigo en el perchero.

Después fui a buscar a mi madre, que estaba en la cocina preparando la cena. Cuando me vio, me preguntó: “Natalia, ¿te pasa algo? Te veo asustada”. Yo se lo conté todo, pero, para mi sorpresa, ella no me creyó, pensaba que estaba bromeando y no le dio importancia.

Esa noche, cuando me acosté, no pude dormir. Tenía muchas pesadillas y la voz de aquella mujer la escuchaba en todos lados.

Al día siguiente, cuando me desperté, me levanté de la cama casi sin fuerzas, muy cansada y con muchas ojeras. No había descansado nada, seguía con miedo por lo que me había pasado y sentíaunagran preocupación a todashoras. Tambiénmesentía enfadada porque mi madre no me creyó, y no era lo suficientemente valiente como para contárselo a mi padre o a mis amigos.

Ese día no salí de mi casa por miedo a lo que me pudiera encontrar fuera. Mi madre me preguntó por qué no salía, y yo solo le decía que era porque el día estaba nublado y me apetecía quedarme en casa viendo una película, aunque eso era mentira: tenía muchas ganas de quedar con mis amigos y tenía aún más ganas de despejarme y darme una vuelta por el pueblo.

Lucía me llamó y me preguntó si me apetecía quedar. En ese momento me llegué a plantear salir un rato, pero cuando me dijo

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queno ibaMiguel, miideacambió,cambió porcompleto, yaque eso significaba volverme a casa sola.

Así que, finalmente, decidí quedarme en casa viendo una película y bebiendo chocolate caliente. Recuerdo que eso me tranquilizó bastante y esa noche pude dormir algo mejor, pero aún seguía teniendo alguna pesadilla y la voz seguía sin salir de mi cabeza.

Esa fue la última noche que volví a casa sola. Actualmente tengo diecinueve años y todavía algún amigo o familiar me tiene que acompañar a casa. Ese día me cambió la vida por completo.

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DETRÁS DE LAS SOMBRAS, por Sonia Cánovas López

Esta historia comienza en un pequeño pueblo, alejado de las grandes ciudades, en donde nunca, jamás, había ocurrido nada malo. El pueblo tenía una fama estupenda, ya que, a pesar de su pequeño tamaño, era un lugar muy tranquilo y perfecto para turistas en navidades, y, como no podía ser de otra forma, esta historia sucede el día de nochebuena.

La mañana del 24 de diciembre despertaba Alicia, una joven de quince años la cual había nacido y sido criada por su madre y su abuela en el pequeño pueblo. Alicia bajó de su cuarto a la cocina para desayunar, como hacía todos los días, pero esta vez con un poco más de ilusión, ya que sus padres estaban divorciados y las navidades eran una de las pocas veces al año en que su padre venía a visitarla. En la cocina se encontraba su madre haciendo tortitas para desayunar, y su abuela estaba sentada en la mecedora tejiendo, como siempre.

Alicia les dio los buenos días a las dos y empezó a desayunar, mientras que le preguntó a su madre: “Oye, mamá, ¿a qué hora vendrá papá?”. La madre y la abuela se miraron con cara de decepción y Alicia dijo: “¿Qué pasa? ¿Por qué os miráis con esa cara?”, y su madre le respondió: “Hija, papá ha llamado y ha dicho que no va a poder venir esta noche, tiene que coger un avión por trabajo esta misma tarde”. Alicia empezó a sentir rabia y decepción y en un ataque de ira tiró su plato al suelo y gritó: “¡Siempre es lo mismo, anteponéis el trabajo a mí y mirad cómo está nuestra familia, sois los peores padres de mundo!”. Después de eso cogió su móvil y se fue corriendo a la calle, pero cuando

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miró el móvil se dio cuenta de que casi no tenía batería y decidió ir a casa de su mejor amiga para contarle lo que había pasado. Cuando llegó, empezó a tocar la puerta, pero, después de un rato llamando sin que nadie abriera, se acordó de que le había dicho que iba a pasar esas navidades con su familia en Ámsterdam. En ese momento sintió mucha envidia al comparar su familia y la de su mejor amiga, y con esa rabia decidió comenzar a dar una vuelta por el bosque, al fin y al cabo, no tenía nada más que hacer, estaba sola. Cuando se iba adentrando en el bosque, empezó a observar que, a medida que avanzaba, más oscuridad había, y miraba hacia atrás y se daba cuenta de que la oscuridad iba avanzando detrás de ella, no veía el camino que había recorrido para llegar allí, ni el de la salida.

Alicia se empezó a asustar, pues miraba a su alrededor y solo veía oscuridad. Decidió encender la linterna del móvil e intentar buscar el camino de vuelta, y justo en ese momento llegó una llamada de un número desconocido. Alicia lo cogió, pensando que podría ser su padre, y, cuando contestó, solo escuchó una vozmuy débil ycon tonodeburlaquedecía: “Acorrer”,seguido de una risa, y en ese mismo instante se apagó el móvil. Alicia, ya muy asustada, empezó a correr, y cuando llevaba un pequeño tramo se le figuró ver un poco de luz. Se paró para observarlo y se fijó en que era una silueta blanca que intentaba acercarse a ella y alargaba el brazo para intentar cogerla. No tenía rostro, y a Alicia se le cortó la respiración. Iba andando hacia atrás lentamente cuando se dio cuenta de que no era una sola sombra: adondemirarahabíamás sombras delasquepudiesecontar.Alicia entró en pánico y siguió corriendo, y cuanto más avanzaba más siluetas veía, hasta que logró ver una luz a lo lejos. Era un rayo de luz que se colaba entre dos árboles, y cuando llegó su única idea fue quedarse debajo de ese rayo espontáneo de luz y ahí pudo observar que solo veía las siluetas en la oscuridad. Se

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quedóallíunratohastatranquilizarse.Pasadountiempo,vioque el rayo de luz empezaba a desvanecerse, y cuando se desvaneció por completo sintió cómo había algo que le agarraba los pies y le impedía caminar, la empezó a arrastrar y empezó a sentirse mareada hasta quedarse inconsciente. Cuando despertó, estaba en una cueva cuya única luz era una antorcha a punto de apagarse. Comenzó a mirar hacia los lados y vio a más niños inconscientes tirados en el suelo. Muy asustada, empezó a buscar por el suelo algo que le sirviese para escapar. Logró encontrar otro palo, el cual pegó al fuego que había para hacer otra antorcha, y en ese momento recordó que las siluetas no se acercaban cuando había luz, así que cogió la antorcha que había fabricado y empezó a correr y correr sin parar hasta ver luz. Tras veinte minutos corriendo sin parar alcanzó a ver las luces del árbol de navidad del pueblo, y logró salir del bosque, pero no paró de correr hasta que consiguió llegar a casa.

En casa estaban su madre y su abuela muy preocupadas, pues Alicia se había ido de casa por la mañana y era la hora de cenar y todavía no sabían nada de ella, ni siquiera cogía las llamadas. Después de muchas horas de angustia, al verla llegar comenzaron a llorar de la alegría y la abrazaron muy fuerte. “Gracias a Dios que estás bien, hija, nos habías dado un susto de muerte”, dijo la madre, y Alicia respondió: “Para susto de muerte, el que me he llevado yo”.

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NAVEGANTES FANTASMAS, por Mariela Galián López

3.º ESO

Era un día muy lluvioso, hacía frío y, mientras los patios se inundaban, apareció un barco en el mío. Me asusté. Del barco venía un ruido muy fuerte, como gritos. Salí al patio, el agua cubría mis rodillas, y me acerqué al barco, barco en un tono morado translúcido ―era fantasma― . Entonces, me paralicé.

No me habría imaginado nunca nada parecido en mi patio, menos en un día lluvioso, menos estando despierto y completamente estable. Del barco bajaron dos personas, no tenían piernas, pues eran fantasmas. Después aclaré mi vista y mi voz, asimilando un poco más lo que estaba pasando, pues, obviamente, no podía creer nada de lo que estaba viendo.

Uno de ellos, del mismo tono morado translúcido, llevaba un típico parche pirata, y su sonrisa si puedo describirlo de alguna manera era completamente desdentada. Tenía algo parecido a una espada clavada en el pecho, supuse que esa había sido la razón de su muerte.

El otro destacaba, no era de ese morado, era más un verde azulado, también translúcido. Sentía que en cualquier momento podría acercar la mano para tocarles, y que esta los atravesaría, pero, claramente, estaba tan nervioso y asustado que ni siquiera traté de acercarme más. Tenía un sombrero más grande que el del resto que podía distinguir en la lejanía. También era de un color distinto, así que supuse que era el capitán. Este carecía de ojos, su “mirada” se basaba en dos cuencas vacías y profundas, que no mostraban emoción alguna. Y su cuello llevaba una raja: si estesemovía, eracomosi su cabezasedesprendieradel cuello

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y rebotase, así que asumí que a este otro le habían cortado la cabeza.

Ambos se quedaron mirándome, como si nunca hubiesen visto algo parecido. Lo mismo hice yo, pero, a diferencia de mí, ellos sonrieron.Aquellas fueronlassonrisas másaterradoras que había visto en mi vida. Entonces, el fantasma morado sacó aquella espada que tenía atravesada. Pude observar que era una espada oxidada y de aspecto realmente antiguo. Retrocedí, mientras este avanzaba en mi dirección, como si quisiese algo de mí; entonces, choqué con la pared de mi patio, y el fantasma me acorralaba, mientras el supuesto capitán miraba sonriente, desde la distancia.

―¿Quién eres? ¿Y por qué has tenido la valentía de acercarte a nuestro barco? ¿Acaso quieres morir? ―me dijo. Yo no pude contener el carraspeo y, con aires de superioridad pero con la voz temblorosa debido al miedo que sentía en esos momentos, respondí la cosa más absurda, en el momento menos adecuado:

―Largo ―dije, e hice una pausa― . Estáis en mi casa, ¿quién os ha dado permiso para estar aquí?

Sus miradas cambiaron a unas de asco. Al menos, la boca del capitán y la cara de desaprobación y la mala mirada del otro me hicieron creer eso.

¿Acaso quieres morir? me dijo el capitán desde la distancia, casi gritando.

Tragué saliva, claramente no quería morir, así que tuve una idea bastante impulsiva y absurda: correr.

Abrí la puerta del patio y comencé a correr. Salí de casa lo más rápido que pude, y ellos me seguían en el barco, pegados por escasos metros a mí, parecía que no podían “acelerar” más. Seguí corriendo, pasó como media hora, y mis piernas no podían parar de moverse, hasta que vi una luz, el resto fue todo negro…

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Me desperté en mi cama, temblando y sudando. Seguía siendo un día nubloso, estaba solo en casa. Podrían ser perfectamente las cuatro o cinco de la tarde, así que había sido una pequeña siesta después de comer. Supuse que todo había sido una pesadilla, pero, por alguna extraña razón, cada vez que mi mente se quedaba en blanco, escuchaba una risa pirata, y cada vez que cerraba los ojos, esas dos figuras aparecían en mi memoria, con las espadas llenas de sangre y unas miradas profundas y aterradoras, mientras en mi cuerpo se formaba una sensación de calidez, y podía sentir por momentos cómo algo arañaba mi espalda. Pero, al abrir los ojos, no había ni una mosca a mi lado.

Desde entonces, siento que esos fantasmas me persiguen, he llegado a verlos en espejos, y me siento en peligro, siento que vienen a por mí, y no tendré manera de defenderme, no habrá escapatoria. He tenido suerte, de momento…

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ESTUDIAR, PARA OTRO DÍA, por Jesús Palazón Balsalobre

―Qué mal me siento...

―¿Eh? ¿Qué ha sido eso?

Me levanto de la cama con un dolor de cabeza increíble, un pitido incesante me retumba en los oídos, todo está oscuro, la única luz que entra es la de la luna llena de un sábado noche en el que me he quedado en casa para estudiar para los exámenes de EBAU que tengo la semana que viene, mientras que mis colegas salen de fiesta.

De repente, al salir de mi habitación veo pasar una sombra que cubre toda la extensión del pasillo. Un escalofrío recorre mi cuerpo sobrio.

―¿Cómo estarán mis amigos?― pienso.

Sin pensarlo, voy a comprobar el origen de esa extraña sombra, para, al girar a la izquierda, encontrarme a Chispas, mi gato, al que le gusta dar vueltas por toda la casa en la noche. Tengo que seguir estudiando. Para espabilarme, voy al baño a refrescarme la cara, el agua helada me hace despertar por completo, pero, al levantar la cabeza del grifo y mirarme en el espejo, veo detrás de mí la cara de Marcos, mi amigo.

Acho, el Pablo va to volcao dice la cabeza flotante de mi amigo.

¿Qué hace Marcos en mi casa? Se me pone la cara blanca y los pelos de punta. Me giro rápidamente para encontrarme de nuevo con Chispas, pero ni rastro de mi colega. ¿Qué ha sido eso? pienso.

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Sin darle mucha importancia, me dirijo a mi cuarto para sentarme de nuevo en el escritorio y pasar toda la madrugada estudiando. Pero mientras voy andando por el pasillo, una música de discoteca empieza a sonar a todo volumen. Me caigo al suelo del susto. Otra cara se aparece delante de mí, en este caso, Marina, una amiga, que dice: Miradlo, está medio muerto dice entre risas.

Esto es demasiado para mí. Me levanto del frío suelo y, para terminar, empiezo a verlo todo en blanco. Ese pitido infernal vuelve a sonar en mi cabeza. Despierto. ¡Está despierto!

Mae mía, pensaba que lo perdíamo.

―Qué rayada, ¿no?

Medespierto en unasilladeunadiscoteca,desconcertado. Mi grupo de amigos está alrededor de mí, parecen preocupados, pero, al verme despierto, se alegran. Ey, vamos a por otro cubata dice uno de ellos.

―De una ―digo.

Supongo que estudiaré mañana, bueno, pasado mañana mejor, cuando se me pase la resaca. La EBAU puede esperar, me toca salir de fiesta.

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NO PASAR, por Alba Fernández Morcillo

2.º Bachillerato

―La encontramos a las cinco de la mañana desorientada, semidesnuda, con bastantes moretones en el cuerpo, no ha dicho ni una palabra desde que llegó, no ha levantado ni la cabeza al dirigirnos a ella, creo que lo mejor sería que hablara usted con ella ―dijo el policía.

―Lleváis diez años en esta comisaría, ¿ya no sabéis interrogar a las víctimas? Decidle a Susana que prepare café y traedme a la mesa.

Se dirigió a la puerta de la sala muy decidido. Tomó dos segundos para abrir la puerta y empezó su conversación con ella.

―Buenas noches, soy el jefe de policía James Mars. ¿Cómo has llegado hasta aquí esta noche? No tienes un buen aspecto. ¿Cómo te llamas?

El silencio hacía presencia en la sala. La joven no mostraba ningún interés por comunicarse con él. Mars decidió insistir.

―Bien, si no hablas no podré ayudarte, es una tontería que me hagas perder mi tiempo, ¿sabes? En eso te pareces a mi mujer, ella siempre se tiraba horas y horas para escoger qué vestido ponerse, no sé por qué lo hacía.

¿Ya no? preguntó, con una melosa y baja voz. Lo cierto es que falleció hace dos años, pero ya veo que no eres muda el policía sonrió falsamente . ¿Y tu nombre?

―Olivia.

―Olivia, ¿qué edad tienes?

Diecinueve años, en una semana cumpliré veinte.

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¿Cómo has llegado aquí? Mis compañeros me han dicho que te vieron correr huyendo de algo. ¿Alguien te ha hecho daño?

Volvió a callar sin levantar la cabeza del suelo. La luz de la sala parpadeaba y James empezaba a impacientarse. ¡Responde! dio un golpe en la mesa, la chica no se inmutaba.

―Todo empezó hace unos meses… Los Robinson me contrataron en su casa para cuidar de sus dos hijos. Harry era el más pequeño, siempre hacía preguntas difíciles de responder, estaba muy atenta a él porque nunca sabía qué era capaz de hacer, y Elisa era más independiente, ella siempre leía y estudiaba, le encantaba cocinar y demostrar que conocía más cosas de la vida que su hermano.

Cuando llegué a la casa, el señor Jacob me dio tres sencillas reglas que debía seguir: la primera de todas, acostar a los niños a las diez de la noche; la segunda consistía en limpiar toda la casa los días impares; y, la más importante, mantener su despacho cerrado. Esa puerta siempre tenía que permanecer cerrada, el señor Robinson me pidió que guardara la llave, pero insistía en que nunca debería abrirla. Insistí para saber la razón de esta decisión, pero lo cierto es que el señor Robinson era muy misterioso, su despacho se encontraba en el sótano y siempre apartaba a los niños de ahí.

La semana pasada, Harry me preguntaba constantemente qué había detrás de esa puerta para que su padre no los dejara entrar e incluso se enfadara cuando alguno de ellos lo espiaba para saber qué había. A mí, ese espacio no me parecía interesante, necesitaba el trabajo para pagar mis estudios y el señor Jacob pagaba muy bien por mantener todo en orden. Durante la semana pasaron una serie de hechos que me hacían interesarme cada vez

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más por el misterio de esa puerta. Hombres extraños acompañados por Jacob entraban al despacho y salían como si nada, a veces veía al señor Robinson contando grandes cantidades de dinero y cerraba puertas para no ver tales sumas. Harry tenía más libertad, pero Elisa debía estar encerrada en su habitación desde que llegaban los hombres hasta que volvía a amanecer.

Hace dos días la puerta del sótano estaba abierta, los niños estaban en el colegio y el papá de estos trabajaba. Al principio dudé en entrar al despacho, ¿merecía la pena entrar? Lo cierto es que no creía que meter las narices fuera lo mejor. Me dirigí a las escaleras que llevaban a la puerta, cuando escuché un grito que proveníadel sótano.Eracomo el deunachica; sin embargo,apareció Robinson y cerró la puerta. Estaba furioso, empezó a chillarme, sin darse cuenta golpeó un jarrón que cayó encima de mi pie, parecía que no se detendría. Cuando escuchó llegar a sus hijos, se relajó, me pidió que curara mis propias heridas y que le devolviera las llaves. Me dijo que la siguiente vez no dudaría en arrancarme los ojos de las cuencas. Al día siguiente el recuerdo del grito de esa mujer me retumbaba en la cabeza, no paraba de repetirse una y otra vez y mis heridas me pedían llegar al fin de este misterio.

Las llaves ahora estaban en el pantalón del señor Robinson, por lo que convencí a Harry para conseguirlas. Le dije que las llaves que tenía su padre en el bolsillo derecho eran las del trastero, donde había una sorpresa para él, pero tenía que cogerlas sin que Jacob se diera cuenta. Harry era muy escurridizo y las consiguió sin que su padre se percatara, y le prometí guardarlas hasta que volviera del colegio para ver su regalo juntos. Cuando tuve la casa sola, no lo pensé: bajé las escaleras corriendo, abrí la puerta y tomé aire.

―Jefe, aquí está su café, como le gusta ―dijo el policía interrumpiendo en la sala.

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Robert,tehedichomillonesdevecesquellamesalapuerta antes de entrar

Perdón, jefe.

protestó Mars

. Sal de la sala.

El policía abandonó la sala, Mars resopló, pegó un sorbo a su café y, seguidamente, le pidió a Olivia que continuara. Al cruzar la puerta vi a una chica atada de pies y manos, mantenía la cabeza cabizbaja y su boca estaba tapada con cinta americana. Quité la cinta adhesiva de su boca, dialogamos por unos minutos. Estaba asustada, solo quería que la sacara de esa sala. Le desaté las cuerdas de sus muñecas y de sus pies, y le dije que avisara a la policía; ella se negó, dijo que no era una buena opción. No levantaba la mirada. Fue en ese momento cuando oí las llaves de casa. Jacob se había dado cuenta de que Harry le había robado las llaves. Salimos por la puerta de atrás corriendo por los bosques, cuando la chica empezó a reírse. No entendía nada, fue en ese momento cuando me miró a los ojos: sus cuencas estaban vacías. Me dijo que había cometido un error, que no sabía qué hacía. Fue cuando entendí que Jacob la protegía. Una criatura había poseído a esa mujer, que era la mujer de Jacob. Este pagaba cantidades enormes por rituales para salvarla, pero loshombresqueentrabanalacasanopodíanhacernadaporella. Nos peleamos por unos instantes.

Espera un segundo, ¿cómo se llama la mujer de Jacob? No hay ningún registro de esa mujer en comisaría ―interrumpió Mars.

―Olivia Robinson.

¿Ese no es tu nombre? Mírame exigió el jefe. Esa niñera te hubiera contado esta historia si hubiera salido con vida, su nombre era Amber ―Olivia reía a carcajadas. Olivia levantó la cabeza: sus cuencas estaban vacías. Seguidamente, la luz se cortó. Al encenderse las luces, la señora Robinson se abalanzó sobre el policía.

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LA SOMBRA NEGRA, por Ainhoa Guijarro Fernández

3.º ESO

Una noche de sábado, mi familia y yo salimos a cenar por Murcia. Acabamos sobre las doce y media. Ya listos para volver a casa, al arrancar el coche escuchamos ruidos que salían de él, como si estuviera roto. No nos preocupamos lo bastante, ya que a los dos minutos paró. Echamos camino a casa, cantamos, nos reímos y de todo. A mitad del trayecto volvimos a escuchar el mismo sonido que antes de montarnos en el coche al principio. Bajamos la ventanilla y apagamos la radio para ver cuánto tiempo duraba el ruido. Viendo que el sonido seguía después de seis minutos, paramos el coche y bajó mi padre para ver de dónde procedía.

Mi hermano estaba durmiendo, mi madre con el móvil y yo haciendo tiktoks. Algo extraño vi en el TikTok después de ver el resultado. No le di importancia, ya que pensé que era porque tenía sueño. Mi padre terminó de revisar el coche y, según él, no había nada ni le pasaba nada. Seguimos la ruta a casa, nos quedaban treinta minutos para llegar. Mientras tanto, mi padre me puso en la pantalla del coche una peli de Netflix de miedo que se estrenaba ese mismo día. Llevaba quince minutos de peli cuando en una esquina de la pantalla se reflejaba la misma sombra todo el rato. Me di cuenta de que no formaba parte de la peli, sino que algo extraño estaba ocurriendo. Pensando todo el rato en eso, me acordé del vídeo que hice y de que algo raro se veía en él. Abrí la aplicación, me metí en el borrador y, comparando la sombra de la esquina de la pantalla y la de mi vídeo, vi que

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eran la misma. Me asusté, se lo comenté a mis padres y les enseñé el vídeo. Al enseñárselo, mi padre se desconcentró de la carretera y un camión nos empezó a pitar, ya que por el despiste nos cambiamos de carril y casi nos estrellamos. Consiguió volver a cambiarse de carril y se quedó en un susto.

Aloscincominutosmipadremiróporelespejoamihermano a ver si seguía durmiendo, pero, al mirar, la sombra apareció, y mi padre no pudo evitar, del susto, cambiarse de carril, y chocamos con el coche que venía de frente. Todos estábamos boca abajo e inconscientes. Empecé a escuchar el ruido de sirenas de policías, ambulancias, etc. Me asusté al ver a mis padres y mi hermano con sangre e inconscientes, intenté salir del coche pero al desabrocharme el cinturón me di un golpe en la cabeza y me corté el codo con los cristales. Pude salir del coche, pero yo quería que se despertaran mis padres y mi hermano. Fui a la policía corriendo, pero al hablarles no me hacían caso y las ambulancias y demás policías solo estaban pendientes del otro coche y no lo entendía, porque en aquel coche no había nadie, ni siquiera conductor, lo que me resultó extraño, y con las mismas me volví al coche a ayudar a mi familia.

Al llegar, no estaban, y ahí empecé a aterrorizarme aún más. Volví a la ambulancia y a los policías, a ver si los habían visto o alguna ambulancia se los había llevado, pero nadie respondía, solo me miraban y volvían a mirar a la nada. En ese momento estaba sola, y esa palabra me aterrorizaba aún más. Tenía que volver al coche a buscar alguna prueba o algo, pero, al llegar, había desaparecido el coche. Empecé a volverme loca, porque no podía ser que, cada vez que me movía, las cosas fueran desapareciendo. Volví hacia la policía y seguían sin darme ninguna explicación, ni siquiera me miraban a la cara ni me dirigían la palabra.

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Me senté en el suelo pensando o buscando alguna señal de que mi familia no me había dejado sola. Pasaron dos horas y yo seguía ahí, sin hacer absolutamente nada, ya que no me creía lo que estaba ocurriendo. Empezó a hacer un viento fuerte, pero ni lashojasdelos árboles nilahierbasemovían.Ahí sí queempecé a volverme loca de verdad. Me puse en camino a casa, pero a la mitad del trayecto se me apareció la misma sombra que creo que causó todo este desastre. Se me ocurrió tocarla y, entonces, desperté en mi cama. Me levanté corriendo, miré el móvil que tenía en la mesilla y vi que era domingo. Fui a la habitación de mis padres y estaban durmiendo con mi hermano. No entendía nada, pues resultó ser una pesadilla.

Dos meses después, estaba arreglándome porque iba a salir con mis amigas a cenar y al mirarme al espejo la sombra volvió a aparecer…

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MÁSCARAS, por Fatoumata Ba Ba

Era por la mañana, a las diez específicamente, estábamos en clase de Lengua. Marcos, mi amigo, el cual se sienta en frente de mí, se giró y me susurró:

Tss, Ely, ¿quedamos esta tarde? Laura, Maggie y Lou se vienen.

Asentí rápidamente antes de que el profesor se diera cuenta de que estábamos hablando.

Por la tarde le dije a mi madre que iba a salir con mis amigos, me dio permiso y nos vimos más tarde en el parque.

―¿Qué hacemos, gente? ―les dije.

―Ni idea ―replicó Maggie.

¡Vamos a la fábrica abandonada que está cerca de El Coto! exclamó Marcos. No me hacía mucha gracia la idea y me negué rotundamente, pero los demás, excepto Laura, querían ir, así que tuvimos que aguantarnos e ir.

Cuando llegamos, había un señor trabajando en la fábrica de al lado, así que nos costó un poco entrar sin nos viera, para no meternos en un problema. Ya dentro, empezamos a explorarla. El suelo estaba lleno de agujeros y cristales, me daba miedo caerme en alguno de los agujeros y clavarme un cristal, así que lo pasé muy mal. Cuando subimos al piso de arriba, había unas escaleras que daban a no sé dónde, no lo sé porque no quise bajar, me quedé sola arriba, tenía mucho miedo, sentía una presencia, estuve cinco minutos que se sintieron como una hora. Subie-

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ron y volvimos a bajar todos, pero, ya para salir, cerca de la entrada, había como una entrada a un sitio difícil de describir, pero había hojas tapando una especie de pasadizo muy estrecho al exterior.

¿Y si pasamos por aquí? propuso Lou. Solo cabes tú le respondí. Yo lo intento dijo Marcos.

―Bueno, nosotras saldremos como personas normales ―dije, y junto a Lourdes y Laura salí de la fábrica. Salimos con mucho cuidado para que no nos viera el trabajador de la otra fábrica. Esperamos durante un rato a que salieran, pero tardaban mucho, así que nos asomamos para ver si les quedaba mucho, pero solo vimos dos personas asomándose con una sonrisa enorme y pálidas como si llevasen máscaras. Creímos por un momento que eran Maggie y Marcos, así que los llamamos:

¿Dónde estáis? dijo Lou.

―Intentando salir aún ―respondió Marcos.

―Pues hemos visto a dos personas asomándose ―les dije. Empezaron a hablar entre ellos, pero no se les entendía bien. Después Marcos dijo algo que no entendimos y colgó. Nos asustamos un poco, así que nos alejamos más de la fábrica y les avisamos por mensaje para que supieran dónde estábamos. Cuando lograron salir, les pregunté qué había pasado.

―Justo antes de que nos llamaseis, vimos desde donde estábamos una oficina que tenía las luces encendidas, y con vuestra llamada creíamos que había alguien dentro me aclaró Marcos. Decidimos ignorar el tema e irnos a cenar.

Cuando llegué a mi casa, después de ponerme el pijama, me dio por buscar qué había pasado con esa fábrica y por qué cerró. Según internet, dos trabajadores fallecieron por intoxicación, no

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llevaban la indumentaria adecuada. Me fui a dormir justo después que mi hermana (dormimos en la misma habitación). Encima de mi cama hay una ventana con cortinas translúcidas. Cuando me acosté y me giré hacia el lado de la ventana, vi una máscara tras la cortina. Por un momento pensé que estaba soñando; luego me di cuenta de que era real. Salí corriendo de la cama hacia la puerta, pero no podía abrirla. Me giré hacia un lado y mi hermana no estaba. Intenté encender la luz también, pero no encendía; me giré desesperada y la máscara no estaba, pensaba que me estaba volviendo loca, pero era real. Miré de nuevo la ventana: ya no había nada, así que me acerqué a mirar. De repente, sentí algo detrás de mí, me giré y había dos presencias, eran negras con forma fantasmagórica, pero con una máscara teatral, eran ambos iguales. No podía moverme del miedo, aunque de un momento a otro reaccioné e intenté correr, pero estaba paralizada, y esta vez no era por miedo: algo me habían hecho esas máscaras. De la nada todo se volvió negro, pero no porque no viese nada, sino porque estaba como en una especie de lugar con una luz que estaba encima de mí dándome directamente. Seguía sin poder moverme, me estaba dando taquicardia, pensaba que me iba a dar un ataque al corazón, pero no, preferiría haberme muerto. De la nada apareció una máscara en frente de mí, mis intentos de salir corriendo fueron en vano, empecé a escuchar susurros ininteligibles, entonces detrás de mí sentí la segunda máscara, que sacó una máscara y me la puso. Justo después me desmayé.

Me levanté al día siguiente normal. “Habrá sido un sueño”, pensé, pero entonces me giré y estaban las dos máscaras al lado de mí. Me levanté corriendo de la cama, pero me estaban siguiendo. Le pregunté a mi hermana y a mi madre si las veían, pero solo podía verlas yo. Les pregunté por WhatsApp a mi

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grupo de amigos si les había pasado algo esa noche, y todos dijeron que no, que habían pasado una buena noche.

Escribo esto desde un psiquiátrico. Las máscaras me seguían persiguiendo, y empezaron a ordenarme cosas. Una vez les hice caso esperando que se fueran: me pidieron que apuñalase a un compañero, cogí unas tijeras y lo apuñalé en medio de clase de Plástica. No le pasó nada malo, pero a mí me procesaron. En vez de enviarme a la cárcel, me enviaron al psiquiátrico porque no me creyeron cuando les dije que me lo habían dicho las máscaras. Espero que tú si me creas.

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DIARIO DE UNA BRUJA, por Luna Palazón Gil

3.º ESO

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Como en dos días es mi decimotercer cumpleaños, mamá y yo fuimos a comprarme mi tarta favorita de chocolate; además, la abuela me llevó a una tienda muy rara a comprar un colgante negro azabache. Me gusta mucho. Ella dice que destaca mis ojos azules, así que me lo pondré el día de mi cumpleaños. Espero no perderlo.

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Mañana es mi gran día, qué ilusión. Espero que estos días sirvan para que mamá y la abuela se lleven mejor. ¿Por qué pelean siempre por tonterías?

14-11-2021

Hoy fue un día genial, me regalaron muchas cosas y comí un montón de tarta. Luego de que los invitados se fueran a sus casas, mamá me dijo que me fuera a dormir temprano. ¿Cómo voy a dormir sin antes haber probado todos estos juguetes y escribir en mi superdiario?

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Ayer estaba tan cansada que ni tuve tiempo de escribir. Caí rendida en la cama, tendría que haber hecho caso a mamá.

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No entiendo qué me pasa, siempre estoy cansada y no tengo ni ganas de escribir. Mamá me llevó al médico, pero dice que no mepasanada,quetodoes cuentoparanoiralinstituto.Esagente se equivoca porque yo realmente tengo ganas de dormir a cada rato. Creo que mañana le preguntaré a mi abuela, ella siempre tiene algún remedio con hierbas medicinales.

19 11 2021

Hoy fui a ver a la abuela. Ella se veía más enérgica y parlanchina que de costumbre, como si nos hubieran intercambiado. Medijoqueel cansancio sedebíaalcrecimientoy nodebíapreocuparme. Más tarde volví a mi casa porque mamá ya estaba discutiendo otra vez. Cuando estaba en el jardín, mamá preguntó quién me había dado el colgante negro, le dije que la abuela e inmediatamente me lo quitó y lo escondió. Supongo que sigue enfadada.

20 11 2021

Desperté con más energía. La abuela tenía razón, no debía preocuparme. Hoy adelanté un montón de tarea para el instituto y luego me puse a jugar. A eso lo llamo yo aprovechar el día.

22 11 2021

Contar esto va a ser muy difícil… Ayer en la madrugada mi abuelasecolóencasaparatraermeotrocolgante,sepuso agritar que ella necesitaba que yo lo usara porque si no pasarían cosas malas. No entendí nada. Llamé a mamá y ellas empezaron a discutir violentamente, no sé qué pasó después, mis recuerdos están borrosos, ciertamente no sé cómo logré conciliar el sueño.

Esta mañana mamá entró a mi cuarto con mala cara, se sentó en la cama a mi lado y me dijo escapa antes de que te encuentre ya está el desayuno. El día transcurrió con total normalidad.

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Mamá me dijo que nos quedamos en la casa de ella unos días; además, me devolvió mi colgante y dijo ella nos necesita, prepárate que habían hecho las paces. Estos días están siendo realmente raros.

24 11 2021

Llegamos a la casa y me dediqué a descubrir zonas que jamás había visto, desde un ático lleno de telarañas y velas aromáticas a un jardín con minerales de miles de colores. Conseguí reconocer uno, era amatista, y estaban colocadas cerca de una fuente. La casa de la abuela es realmente bonita, si te paras a mirar los pequeños detalles.

Acabo de encontrar un sitio… ¿raro? Creo que es la palabra indicada. Parece que es el sótano, mañana lo investigaré mejor, que hoy vuelvo a tener sueño.

25 11 2021

Conseguí apartar el cansancio para llenarme de valor y bajar por las frías, oscuras y tenebrosas escaleras para llegar al sótano. Descubrí que a la abuela le gusta Halloween o disfrazarse, una de las dos, o bueno, ambas. En la oscura habitación había muchos trajes de bruja colgados en perchas y en el centro de la sala un caldero con un líquido rojo que no sabría decir qué era. Lo que más me sorprendió fue el estante de frascos, porque era enorme y estaba lleno de miles de sustancias que desconozco, creo recordar que vi uno rosa fluorescente; definitivamente, ese es mi favorito. No vi mucho más debido a la mala iluminación, mañana conseguiré una linterna e investigaré mejor mi nueva habitación favorita de la casa.

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26 11 2021

En la madrugada mamá entró en mi habitación con un cuchillo y se hizo cortes en partes de las piernas mientras recitaba algún tipo de conjuro.

Mientrasdesayunabaconlafamiliaviquemamáteníavendas en las piernas, fue muy extraño, le pregunté el porqué y me respondió que simplemente se cortó mientras podaba unas ramas del jardín, aunque no creo que ese sea el motivo porque mi abuela tenía una cara realmente rara.

En el trastero conseguí encontrar una linterna para iluminarme en la sala oscura, aunque decidí dejar la exploración para mañana e irme a dormir.

27 11 2021

Desperté temprano, creo que mamá seguía dormida en ese momento, tomé mi linterna y fui al oscuro salón de disfraces graciosos, aunque lo que encontré no fue demasiado gracioso quedigamos. Abrílapuertay meencontréami abuelatroceando con un gran y filoso cuchillo lo que parecía ser un pequeño ciervo, la sangre que perdía el animal, que por cierto creo que el pobrecito estaba vivo, la metía en el caldero de bruja La puerta estaba cerrada.

El resto del día no sucedió nada interesante.

Fui a la cocina a tomar un vaso de agua y encontré a mamá dentro del caldero y la abuela derramando sobre su cabeza la sangre del ciervo, el olor era insoportable, me pregunto en qué idioma estaban parloteando.

28 11 2021

Me desperté de un salto de la cama, el colgante estaba resplandeciendo, casi me encandilaba los ojos, y no era capaz de quitarlo, como si de una soga en mi cuello se tratase. Pedí ayuda

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a gritos pero no sé si fue lo correcto. Al cabo de unos minutos llegó la abuela con unos de los disfraces de bruja del sótano y sin decir ni una sola palabra me agarró del brazo y me llevó a la salaoscuradonde se encontrabamamá, bueno,lo queparecía ser mi madre, porque ella ya no tenía rostro, estaba fría en el suelo con unas heridas como si un perro hambriento le hubiese mordisqueado la cara. Mis recuerdos se vuelven borrosos y no sé si me desmayé del impacto de aquella escena o sueño.

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La bruja que creía ser mi abuela me despierta de una cachetada, dice que el amuleto que llevo está creado para robar mi energía vital y transmitirla al poseedor de otro amuleto, supongo que ahora entiendo el cansancio extremo. El plan de la bruja era intercambiar su cuerpo y alma con mamá mientras roba mi energía vital hasta que yo crezca un poco más y robar mi cuerpo pero… Mamá quería salvarnos de la vieja bruja y acabó como almuerzo de un cánido.

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Creo que fue ayer… Volví a desmayarme mientras escribía, ya no puedo ni mantenerme en pie, además, el fétido olor del cuerpo de mamá y el amuleto incandescente no ayudan.

¿Cómo saldré de aquí?

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Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día…Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día…Hoy es el gran día… Hoy es el gran

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día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día… Hoy es el gran día…

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La bruja me ha dicho que ya falta poco. ¿A qué se refiere?

xx xx 2021

La bruja me quitó las ataduras y me llevó al apestoso caldero, peroel ambiente era diferente.Todas lasvelas estabanprendidas y ya no era la sala oscura que yo reconocía.

El colgante comenzó a resplandecer más y más hasta llenar toda la habitación de luz. La bruja comenzó a lanzarme líquidos defrascos,sobretododeunorosafluorescente,mientrasrecitaba una especie de conjuros antiguos. De repente, todo se nubló.

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Cuando desperté ya no estaba ni la bruja ni el amuleto ni el caldero ni el cadáver de mamá. La bruja abandonó la casa luego de realizar su conjuro y se llevó con ella todas las pruebas de su existencia. Lo único útil que encontré fue un cuaderno llamado Diario de una bruja. Ahora que no me queda nadie supongo que solo me resta escribir aquí la historia de cómo perdí a mi madre y una bruja robó mi cuerpo dejándome atrapada en el suyo, lleno de arrugas y poca vitalidad, un cuerpo cerca de los ochenta y cuatro años al que ya no le quedaba mucho. Juro que me vengaré y, luego de vengarme, encontraré un cuerpo más joven para vivir, aunque tenga que engañar a una niña y robarle su vida usando los mismos métodos que ella usó conmigo.

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UN PASADO OSCURO, por Celia Jie Ruiz Navarro

Nunca imaginé que la persona que una vez fue mi héroe pasaría a ser la sombra que temería hasta el día de su muerte.

Mi padre era uno de los jefes más temidos por la mafia, pero no era malo, o eso es lo que creía. Siempre intentaba que nuestras vidas fueran normales, aunque tuviéramos un guardaespaldas en todo momento. En su día fue mi héroe, pero esa noche se convirtióenelvillanoquedejóunahuelladedolorenmifamilia. Él no solía pasarse con el alcohol porque decía que debía estar despierto por si venían los monstruos a atacarnos, haciendo referencia a los que querían matarlo, a los que les debía alguna que otra deuda. Aquel día fue terrible. Vino a casa borracho gritando “¿Dónde estás, Mariela? ¡Ven aquí a atender a tu amo!”. José y yo nos escondimos debajo del fregadero como lo hacíamos cuando ambos peleaban.

Después de oír un disparo, mi hermano salió corriendo hacía el trastero y fui tras él para que no le pasara nada, no podía dejar que mi padre le hiciera algo. Mientras corría hacia él, un grito espeluznante erizó mi piel. Al salir al patio, José había recibido un balazo por parte de mi supuesto héroe. No supe reaccionar en el momento adecuadoy, cuando másmenecesitabami hermano, le fallé. Murió entre nuestro árbol y el césped por dónde correteábamos. Varios flashbacks vinieron a mi mente. Me derrumbé sabiendo que no había podido salvarlo.

No me di cuenta cuando ya me tenía amarrada con un cinturón en uno de los radiadores de casa. No sabía en qué habitación estaba, la pérdida de mi hermano me había nublado la mente.

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Sentía cómo me quemaba la piel el calor del radiador, la cara de mi padre enfadado por algo que no había hecho, la manera en la que cogía mis piernas atrayéndolas hacia él poniéndome de espaldas contra la pared, arrodillada. Sentía cada latigazo que lanzaba contra mi cuerpo, cada lágrima que salía de mis ojos lastimados,todo medolía. Conseguí escapar antesdel amanecer.Encontré a mi madre y a mi hermano en un rincón de la cocina. Antes de largarme, no pude evitar abrazarlos por última vez, les puse una manta por encima y cerré sus ojos. Ahora descansaban en paz, ya no vivirían esta pesadilla.

Empecé de nuevo en una nueva ciudad, con otro nombre y otros apellidos. Hace unos catorce años recibí una noticia inesperada por uno de mis guardaespaldas. A mi padre lo habían matado tras salir de la cárcel. Fue condenado por el asesinato de mi madre y mi hermano. Los policías aún seguían sin saber si yo estaba muerta: ¿Dónde estaba mi cuerpo?... Todo aquello que se preguntan cuando un miembro de la familia no aparece tras un crimen.

Todo iba bastante bien hasta que hace menos de medio año una nueva integrante se unió a mi piso junto a otras compañeras de universidad. La chica se llamaba Elisabeth, era un poco tímida al principio. Siempre intentaba no coincidir con el resto de las personas en un mismo lugar. Si se tenía que esperar a cenar hasta las tres de la madrugada, ella se esperaba, pero con el paso del tiempo fue desenvolviéndose, nos dejaba conocerla un poco más, pero siempre había un tema que evitaba. Solíamos quedarnos todas juntas en el salón una vez al mes, contándonos historias paranormales que nos habían ido pasando durante el tiempo que estábamos vivas. A Elisa no le gustaban esos temas, parecía ser que le daban miedo todas esas “tonterías”.

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Una noche de martes 13 un ruido me despertó haciendo que mis ojos se abrieran como platos. No quería ir sola, por lo que desperté a mi compañera de habitación susurrándole con voz temblorosa: “Oye, ¿has oído ese ruido?”. Parecía que no me tomaba en serio, así que se volvió a dormir y tuve que caminar hasta la cocina con todos los recuerdos del pasado. De repente, una de las velas de Elisabeth que había al lado de un cuadro de mi familia se encendió y, conforme más me acercaba, más se encendía. Una energía extraña hacía que mi cuerpo fuera obligado a llegar hasta las velas, queriendo que el piso se incendiara. Una presencia noté detrás de mí, no quise girarme para no cagarmemásdel miedo,perolasmanosque seposaron enmi hombro no ayudaron, las manos me resultaban conocidas. La manera en laquebajabanhastami espalda, notandoesemismo dolorque causó mis cicatrices. Una voz familiar apareció de la nada diciéndome: “Corre”, y esa voz aumentaba cada vez más. Quería parar todo y no podía, sentía que estaba gritando, pero, a la vez, no me escuchaba a mí misma. Me senté bajo la chimenea hasta quedarme dormida.

Al día siguiente Ester, otra compañera, me despertó con delicadeza, haciéndome reaccionar de una manera preocupante. No quise ser el centro de atención por parte de las demás, por lo que me inventé una pequeña excusa: “No me pasa nada, esta noche me apetecía estar frente a la chimenea, añoraba estas noches con mi familia”. Obviamente era mentira, mis padres casi nunca estaban en casa, mi madre solía estar en su empresa y mi padre haciendonegocios.Siempreestábamos conmi niñeraKatherine, ella fue quien me ayudó a empezar de cero.

Desde esa noche he tenido varias alucinaciones. Una mañana me levanté de mi cama, miré cada parte de ella y no pude percatarme de aquel cuerpo descompuesto. Mi boca estaba cosida y en la mecedora de al lado de mi cómoda había una mujer pálida

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recién salida del baño, me miraba con esa mirada intensa, se reía cada vez que sus ojos se posaban en mí y soltaba una risa escalofriante cuanto más se acercaba. La temperatura iba cambiando a menos grados, mi pelo se congelaba y mis manos ni las sentía. Al estar en frente de mí me mostró un pequeño camino hacia la muerte, con sus manos retorció mi corazón hasta dejarlo sin latidos. Dolía la manera en la que moriría, dolía saber que a mis veinticinco años solo había intentado sobrevivir la vida en vez de vivirla. Una extraña silueta brillante se acercó, apartándola: era la vida, que me daba otra oportunidad.

Desperté desorientada bajo las estrellas en el jardín de casa, no sabíacómo habíallegado allí, peroestaba,mis padres estaban juntos, mi hermano llorando mientras les gritaba a ellos desesperadamente. Vinieron hacía mí como si algo catastrófico hubiera pasado, pero ¿qué hacía yo allí si habían pasado muchos años? Quise respuestas, pero ninguno quiso dármelas.

Mamá parecía distinta, era ella, pero a la vez no, algo cambiaba en su modo de actuar. Me llevó a la habitación para acostarme, un déjà vu vino a mi cabeza y una mirada fría reflejaba mi madre. Cerró mi puerta y empezaron a discutir ellos dos. Una cabeza asomaba por la puerta, era José, que tenía miedo, se acercó a mí y me dijo: “Hasta en la muerte volveremos a encontrarnos”.

Volví al lugar del principio. Estaban mis amigas mirándome con preocupación, parecía que había hablado mientras dormía. Había alguien más, estaba herida con sangre por todos lados, me pedía ayuda sin decirlo, solo con su expresión facial podía notarlo. No había explicación para eso, pero sus ojos y cabeza empezaron a girarse. Una voz grave apareció en ella y se convirtió en sombra, en lasombra queen mis seis años de edadmástemía: mi padre, era él en quien se había transformado.

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Pude soportarlo durante unos años, pero las energías que me transmitía esa silueta negra aumentaban a peor. Mi cabeza no soportaba los pitidos que retumbaban cada noche en mis oídos, los ojos se movían de un lado a otro y, a veces, hasta lágrimas negras me salían de la nada. Dolían, pero no había manera de deshacerse de él.

Llamada de Elisabeth a Emergencias (12:30 am): “Por favor, dense prisa, mi compañera saltó del cuarto piso, no la dejen morir” .

Mensaje a Chloe de Elisabeth (16:46 pm): “No pudieron salvarla, ya era demasiado tarde” .

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Como médico con veinticinco años de experiencia, sé muy bien cómo calmar a un niño pequeño. Suelen asustarse cada vez que entran a mi consulta y supongo que será por el típico miedo a las vacunas.

En la consulta, en un pequeño armario, guardo una muñeca de trapo, y cada vez que utilizo mi estetoscopio lo suelo probar primero en ella, ya que los niños, como os digo, son muy asustadizos y les da miedo prácticamente todo, así que siempre lo utilizo primero en la muñeca para que vean que no hay nada que temer. Pero la gran sorpresa me la he llevado yo cuando hoy por primera vez he escuchado un latido dentro de ella. Estuve toda la mañana dándole vueltas, hasta que salí de trabajar. Decidí llevarme la muñeca a casa para ver si todo había sido fruto de mi imaginación.

Cuando llegué a casa, se la enseñé corriendo a mi mujer, que era una chica a la que le gustaba mucho todo el tema de brujería, a ver si entendía por qué pasó eso, o si había algo dentro de ella. Estuvo examinándola un buen rato, pero, a primera vista, según ella, no parecía ir nada mal, así que no se le dio más importancia y me la volví a llevar al trabajo.

Al día siguiente, ya en el trabajo, seguí utilizándola para calmar a los pequeños y, efectivamente, volví a escuchar otro latido en la muñeca, pero esta vez no solo fue un latido, sino que el estetoscopio, después de que se lo pusiera a la muñeca, tocó al niño y este, de repente, cayó al suelo. ¡¡Mi niño!! gritó aterrorizada la madre.

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¿PESADILLA O REALIDAD?, por Alba Peñalver Peñaranda

Intenté calmarla e hice todo lo que pude por su hijo. Finalmente logré reanimarlo, pero se le quedaron secuelas un tanto fuertes, como pérdida de visión o voces inexplicables en su mente, con la peculiaridad de que, si acercabas tu oído a su frente, podías oírlas, y eran muy perturbadoras.

Llegué a casa otra vez con la muñeca: Esto no es normal, Sara, al principio me dijiste que no era nada, que la muñeca no tenía nada y que era fruto de mi imaginación, pero hoy, después de utilizarla para probar el estetoscopio, un niño cayó desplomado al suelo a punto de morir le dije a mi mujer nada más llegar.

Es que, en principio, no se veía nada en la muñeca. Déjamela, que la vuelva a observar ―respondió.

Tras horas investigando qué diablos pasaba con aquel ser misterioso, dejé de escuchar ruido. Me dirigí a donde, supuestamente, estaba Sara con la muñeca. Cuando llegué, vi a mi mujer tirada en el suelo con los ojos blancos. Me acerqué corriendo a ella, pero lo único que me dio tiempo a hacer, antes de quedarme petrificado, fue leer en sus ojos: “Serás el siguiente”.

Salí corriendo cuando me di cuenta de que, de un momento a otro, mi mujer estaba de pie, tan normal y tranquilacomo si nada hubiera ocurrido. Quedó perpleja con mi cara de angustia, se acercó a mí normal y me dijo:

―La muñeca no tiene nada raro, cielo, lo que tiene es un alma, un alma perdida dentro que no sabe qué hacer, dónde ir ni nada, y que se dedica a crear el mal. Entonces, o hacemos desaparecer a la muñeca de alguna manera o no te librarás nunca de ella.

Pero, cuando ella terminó aquellas palabras, la muñeca desapareció. No estaba por ningún lado de casa. No me quedé en absoluto tranquilo porquesabíaquenomeibaatraernadabueno yquealgosucederíadentrodepoco.Llególanocheynosfuimos

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a dormir porque al día siguiente nos esperaba uno muy largo y duro.

Eran las tres y cuarto de la mañana y un ligero escalofrío hizo que me levantara a beber un vaso de agua. Cuando me incorporé ya noté que algo no iba bien, fui a la cocina y… ¡Sorpresa! La muñeca estaba en la silla de la cocina mirándome fijamente. Yo, cansado de la situación, le dije:

―¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que quieres? ¿Me quieres a mí? ¿A Sara? ¿A quién?

La muñeca simplemente sonrió con una risa bastante rara y tenebrosa. Antes de darme tiempo a nada, me encontré detrás a Sara, que se acercó a mí andando bastante raro y dijo:

―Oh,Jorge,dulceylindoJorge,¿tepensabasquetodosestos años utilizándome para no asustar a los niños te traerían algo bueno? ¿Fama, quizás, de buen doctor? Lo único que te han traído son problemas, y los que te quedan.

Asustado, salí corriendo de casa, me escapé al bosque, cuando escuché:

―¡Jorge! Jorge, despierta, que vas a llegar tarde al trabajo.

―¿Sara?

Sí, soy yo, Jorge, por Dios, déjate de tonterías. Todo fue una simple pesadilla, al parecer, pero no me terminaba de convencer aquello.

Aquel día, al llegar del trabajo, estuve contándole todo a Sara para que me diera alguna que otra explicación lógica, pero nada me dijo. Me avisó de que la solución para ver lo que pasaba con la muñeca era hacer una ouija, por lo que accedí a hacerla, descubriendo así que el alma que guardaba la muñeca no era una cualquiera, sino la de un demonio llamado Samael.

Llegó la noche, ya habían transcurrido cinco días desde la ouijaymimujerempezó atenercomportamientos raros:empezó

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a hablar otro idioma por las noches, a comer carne cruda y a comportarse como un animal.

Para comprender aquella situación hablé con mi suegra, que también era “bruja”. La única manera de parar a este monstruo en el que se había convertido la muñeca era sacrificando a una personacuyascaracterísticasfueransimilares alasdelamuñeca, que era pelirroja y con ojos oscuros. No me quedó otra que hacerlo para parar todo esto. Encontré a alguien con estas características, precisamente era una compañera de trabajo: Carla. fui al trabajo cuando no era mi turno, fui directo a ella con una pistola y disparé. Solo me tomó unos minutos darme cuenta de que el que se había convertido en el monstruo era yo.

De pronto, se apareció una figura extraña frente a mí, un ser con alas, cuerpo de serpiente y cabeza de león:

―Bueno, bueno, querido Jorge, me presento. Soy Samael, el supuesto demonio que estaba en la muñeca. He venido a decirte que todo esto fue para ponerte a prueba, a ver hasta dónde eras capaz de llegar, y no me esperaba esto de ti. Si te preguntas a qué vengo lo verás pronto. Quiero decirte que me siento orgulloso de todos estos años de vida, y los que te quedan, solo que ahora un poco distintos.

Noterminédecomprendersuspalabrashastaquepocoapoco dejé de sentirme humano, veía mis brazos convertirse en trapo hasta que finalmente aquello de lo que estaba tan aterrorizado me sucedió a mí: en un abrir y cerrar de ojos yo era aquel monstruo tenebroso, yo era esa muñeca de la que me aterrorizaba. Simplementequedéenel suelo tirado,y mellevaronaunatienda de muñecas, cuando justamente llegó otro doctor principiante con la misma técnica de la muñeca que yo, solo que ahora, al ver los roles cambiados, era yo quien quería hacer el mal.

Eran las ocho y media de la mañana. Despierta, ya es hora, pequeñín.

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¿Qué? ¿Dónde estoy?

―Jorge, que es la hora del desayuno, despierta

me dijo Sara.

―Sé que es difícil asimilar estar en un siquiátrico, pero vamos, Jorge, te espera un largo día, además, ¡hoy es Halloween!

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EL METRO, por Elena Galián Lorente

Inhalo. Uno, dos, tres. Exhalo. Hago lo mismo tantas veces como necesito para relajarme. No quiero abrir los ojos. No tengo el valor suficiente para hacerlo. El ruido ya ha parado, menos mal, me estaba volviendo loca. Ahora hay un profundo silencio, solo escucho mi entrecortada respiración. No sé qué es peor, si el ruido que sonaba hace unos segundos o el silencio de ahora. Pero este dura poco, pues un estruendo resuena en el lugar en el que me encuentro, y abro los ojos de golpe, aunque siga sin ver nada, ya que está muy oscuro. Intento levantarme para ver qué hay a mi alrededor, pero por mucha fuerza que haga, no lo voy a conseguir. Estoy atada con correas de manos y pies. También tengo en mi pecho, abdomen y por mis piernas. ¿Una camisa de fuerza? ¿Dónde estoy?¿Quién me ha traído aquí y me ha atado? Piensa, Andrea, piensa.

Horas antes… Las nueve y cincuenta. Esa es la hora que marca mi reloj y el metro no ha llegado todavía a la estación. Voy a llegar tarde, y prometí a mis padres que no volvería a pasar. Me siento al lado de una señora que parece tener cerca de ochenta años. Ella no me mira, pero se acerca un poco a mí y me susurra.

―Si yo fuera tú, no me subiría a este tren, y volvería andando a casa.

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La miro arrugando mi frente. ¿De qué habla? La demencia, Andrea, ya llegarás, me digo a mí misma. Abro la boca para preguntarle, pero justo llega el metro. Cojo mi bolso y me subo. A través del cristal veo a la anciana sentada en el mismo lugar. Te he avisado me dice gesticulando mucho con la boca, pues no la puedo oír. Me produce miedo. ¿Va a pasar algo en el metro?Me siento enuno delos asientos yme relajo. Hoyhasido un día largo y estoy realmente cansada. Cierro los ojos.

Cuando los vuelvo a abrir me encuentro en la sala oscura. Me vienen las palabras de aquella anciana a la mente. ¿Se refería a esto? ¿Cómo sabía que algo me iba a pasar si subía al tren?

El sonido de una puerta me saca de mis pensamientos. No hablo. No me muevo. Ni siquiera respiro. El miedo se adueña de cada una de las células de mi cuerpo. No hay luz, no veo quién entró. Probablemente sea quien me trajo aquí. Solo escucho pasos a mi alrededor, pero no sé de quién se trata. Y sin quererlo, mi visión se vuelve borrosa, y me duermo.

Sueño con miles de escenas terroríficas, las típicas escenas de las pelis de miedo. No me quiero despertar, no estoy preparada para lo que puede pasar cuando lo haga. Pero sé que en algún momento el efecto de los somníferos que me han puesto se acabará. Y así pasa. Poco a poco voy abriendo los ojos. En cuanto hacen contacto con el foco de luz brillante que apunta hacia mi cara, los cierro de golpe. Los abro poco a poco y distingo tres cabezas de cirujanos. Llevan mascarilla y gorros quirúrgicos de color verde. Uno de ellos tiene un bisturí en la mano. ¿Qué me van a hacer? Estoy aterrada. Intento hablar, pero tengo una máscara de oxígeno en mi boca. Trato de moverme, pero no puedo. Grito y me muevo, pero no consigo nada. El cirujano que tiene el bisturí hace una señal con la cabeza a otra persona que hay detrás de mí y siento un líquido entrar por la vía que tengo en mi mano izquierda. Pero no me duermo, simplemente no me puedo

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mover. Mis brazos y mis piernas no me responden, tampoco mi boca. El cirujano se acerca a mí y me hace un corte a lo largo de mi frente. Intento chillar de dolor, pero ningún sonido sale de mi boca. Me duele mucho, tanto que me desmayo del dolor.

Unos toques en mi brazo derecho hacen que reaccione. Abro mis ojos y miro a la mujer que hay a mi lado. Esta es la última parada, deberías salir del metro.

Miro a mi alrededor. Estoy en el metro, en el mismo sitio donde me había sentado hace un rato. No hay nadie, tan solo la mujer y yo.

Cojo mis cosas y salgo de la estación de metro, después de darle las gracias a la señora. Miro la pantalla de mi móvil. Son casi las doce de la noche. Mierda. Debí bajarme del metro hace muchas paradas. Ahora estoy muy lejos de casa. Tengo unas veinte llamadas perdidas de mis padres y de mi mejor amiga Lucía, que no he escuchado porque tenía el móvil en silencio. Mis padres me van a matar. Y es ahí cuando me acuerdo de mi pesadilla. Me toco la frente instintivamente. La tengo bien. Todo era un sueño. Me acuerdo de la anciana. Pues sí que habría sido mejor que hubiese vuelto a mi casa andando. Porque la pesadilla que me espera al llegar a mi casa va a ser mucho peor y mucho más real que cualquier otra.

Revista
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ATRAPADOS, por José Alfonso Vicente Diaz

En una noche tranquila llena de estrellas y una brillante luna llena, de manera tranquila y ordenada, con un claro rostro de alegría, salía de su lugar de trabajo John, tras acabar sus ocho horas diarias, teniendo solo en mente encender un cigarrillo y dirigirse a su departamento a poco más de tres calles de allí. Sin embargo, de un momento a otro empezó a escuchar lo que parecía ser el llanto de una mujer. Enseguida se dio cuenta de que provenía del callejón situado a su derecha. En primera instancia pensó en ignorar el chirriante sonido, pero la curiosidad dentro de él le impidió seguir caminando como si de cualquier cosa se tratara.Al acercarsealadesconocida, lepreguntóquélesucedía, pero para cuando se dio cuenta esta misma se giró y le dio un golpe de tal magnitud que lo siguiente que John pudo ver no era otra cosa que la luna desde el suelo hasta su posterior desmayo. Al recuperar la memoria, John observó que tenía los brazos atados, la boca tapada con cinta americana y que se encontraba en un extraño desván cuya única luz salía de una pequeña ventana. Ante este panorama tétrico, el joven trató inútilmente de gritar y soltar los brazos por un buen rato hasta quedarse sin energía. Poco después, apareció un hombre bajo, de poco pelo, con una camiseta blanca con tirantes y lleno de tatuajes. Este se sentó en una silla frente a John y, mientras comía un trozo de carne, con una grave voz, le dijo al preso: “Perdón por el golpe, pero dudo que hubieras venido por propia voluntad”. Tras ello, el extraño le explicó que debía hacer esto aunque no quisiera y

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que lo que le iba a pasar no era personal. Poco después, dijo sentir mucho lo de su pierna y volvió a irse. Confundido y extrañado por lo último, miró a sus piernas y en ese preciso momento, cuando vio cómo su pierna derecha había desaparecido, como si nunca hubiera existido, dio un grito de tal fuerza que la cinta de su boca casi no pudo aislar el sonido, siendo este solo el inicio de un gran rato de un incesante lloro, el cual, tras acabar, solo desembocó en una fuerte risa, la cual no podíasignificarotra cosa másqueJohn habíaperdidolacordura.

Tras tres meses de desesperación, John había perdido la esperanza de vivir y no podía hacer otra cosa que mirar su pierna izquierda, la cual, al igual que la derecha, en algún momento, no sabía en cuál, había desaparecido. A lo largo de ese tiempo encerrado había estado recibiendo comida del mismo hombre de los tatuajes, el cual, al llegar, le soltaba las manos y la boca hasta que terminara de comer y, al acabar, lo volvía a atar.

En ocasiones le preguntaba cómo iba el mundo fuera de casa, en otras suplicaba por su vida y en otros casos le pedía que le matase de una vez. A pesar de ello, no servía de nada, porque el misterioso tipo solo le ignoraba. Sin embargo, no fue hasta ese mismo día que, tras insistirle en que no comería hasta que al menos le contara por qué estaba ahí, las cosas cambiaron. El hombre de poca estatura, al oír las quejas de John, comenzó a reír a carcajadas y, al acabar, le dijo que la razón por la que estaba en ese ático era el poder alimentar a su familia con su carne. Al acabar de hablar, dejó la boca del hombre atado suelta para darle a entender que ya no podía hacer nada para escapar y se marchó. Ante lo sucedido, John simplemente se quedó callado hasta perder el conocimiento.

En cinco días desde el incidente el hombre tatuado no volvió a aparecer por la habitación, pero, en lugar de eso, había empezado a escuchar voces misteriosas que lo asustaban, pero eran su

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único entretenimiento y forma de ignorar el hecho de que ya habían pasado cinco días sin comer. John hablaba todo el tiempo con estas voces sobre lo que había pasado antes en esa habitación, lo que le daba a entender que eran fantasmas, pero esto ya no le importaba, pues poca relevancia tenía estando a las puertas de la muerte.

Hablabademuchas cosas con los espíritus, como quéhaytras la muerte o el sentido de la vida. No obstante, siempre terminaban hablando de cómo matar al captor, cosa que John pensaba que era imposible. A pesar de ello, todo cambió cuando ese mismo día apareció el extraño hombre en la habitación con una enorme sonrisa y un cuchillo y dijo: “Hoy será el último día que nos veremos, John” y salió disparado hacia él y le arrancó un brazo de un corte, originando sus gritos pero también que se soltara el otro brazo. John agarró del hombro a su atacante y de un mordisco, con todas sus fuerzas, le arrancó un trozo de cuello que le hizo caerse al suelo y desangrarse sin poder hablar; mientras, John, por su parte, también se desangraba y se murió poco a poco con una sonrisa maniática por, al menos, poder morir llevándose con él a quien provocó todo su sufrimiento.

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EL SUEÑO, por Saad El Yagoubi El Amine

3.º ESO

Era una noche fría del 5 de marzo, estaba rumbo a algún restaurantedelazonaparapodercenardebido aquenohabíahecho la compra. Me dirigí al restaurante habitual al que iba. Pedí lo de siempre, me senté esperando mi pedido, le eché un vistazo a la calle a través de la única ventana del recinto, todo parecía normal, nada fuera de lo común. Una voz me llamó desde el mostrador: Señor, su pedido está listo.

Rápidamente me dirigí hacia él, recogí mi comida y con una sonrisa le agradecí su servicio. Como siempre, una comida excelente y un servicio que no se queda atrás. Le pagué el correspondiente dinero al dueño del restaurante y me dirigí a la salida. Me quedé de piedra: hacía menos de una hora el sol acababa de esconderse y ahora estaba enfrente del amanecer.

Megiréhaciaeldueñodelrestauranteparaencontrarrespuestas, él me miró de forma tranquila y me dijo:

―¿Le puedo ayudar en algo?

Aturdido, salí de allí y me dirigí a mi casa para ver si todo estaba en su lugar, efectivamente estaba todo bien, pero seguía sin entender nada. Decidí ir caminando por la ciudad para despejarme la mente. A cada persona que pasaba le preguntaba qué hora era, pero todos me decían la misma hora, las 16:35. Parecía que el tiempo no avanzaba.

Me empezó a retumbar la cabeza, estaba desorbitado, no entendía nada, lo único que sonaba en mi cabeza era la voz del

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dueño del restaurante preguntándome: ¿Puedo ayudarle en algo?

No sabía qué hacer, escuchaba de fondo una pala cogiendo y tirandotierra. Cadavezquesonaba,mesentíamásymáspesado, hasta que no podía despegar los pies del suelo. Una mujer muy parecidaamimadreestaballorandoconunvestidoenteronegro. Empecé a perder la consciencia lentamente, hasta que me desmayé. Al cabo de unos segundos, que se sintieron como días, vi que estaba rodeado con una túnica blanca y en una caja de madera que venía perfecta a mi medida.

Esa mujer que estaba llorando no había dejado de hacerlo. La tierra que estaba cayendo sobre mí me estaba estresando al no saber qué estaba ocurriendo fuera.

Una voz serena le preguntó a otro hombre:

―Que Dios se apiade de su cuerpo, todo mi pésame. Señor, ¿puedo ayudarlo en algo?

En ese momento me enteré de que me estaban enterrando vivo.

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LA TRAICIÓN, por Karen Rodríguez Legaz

3.º ESO

Era viernes y había quedado con mis amigas a las 20:00 para irnos de cumpleaños, y he de decir que estaba sola en mi casa, ya que mis padres se habían ido esa misma mañana a Mojácar para celebrar durante todo el fin de semana su décimo aniversario. Eran alrededor de las 18:00 y empecé a arreglarme para que me diese tiempo a estar lista a la hora. Lo primero que hice fue ducharme, pero yo tengo una manía, que es que siempre que me ducho tengo que poner música, y cuando estoy sola me da un poco de miedo, pero me confío y lo dejo pasar, ya que nunca ha pasado nada extraño, con lo cual esta vez la puse y me duché. Al cabo de unos veinte minutos empecé a escuchar unos ruidos raros desde el baño, pero no le di importancia, ya que podrían ser mis perras, y me seguí duchando y disfrutando del baño tranquilamente.

Al acabar de ducharme empecé a vestirme, cuando, en un instante, vi a alguien pasar detrás de mí, lo que me hizo dudar, y decidí salir del baño para ver si había alguien. Al poco de estar buscando, me asusté porque vi una sombra, pero me di cuenta de que era una de mis perras y me despreocupé, seguí a lo mío sin darle ninguna importancia al asunto. Cuando ya estaba lista me senté en el sofá a esperar a mis amigas Nancy y Amanda.

Al poco de sentarme, escuché el timbre y fui ver quién era. Me parecía raro que fuese alguna de ellas porque todavía faltaba unos treinta minutos para la hora a la que habíamos quedado, pero igualmente fui a ver. Abrí la puerta y vi que no había nadie, pero al darme la vuelta vi otra vez la misma sombra correr detrás

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de mí. En ese instante me entró un escalofrío por dentro que me decía que algo bueno no iba a pasar esa noche. Volví de nuevo al sofá y empecé a llamar a mis perras, pero no venían. No lo veía raro porque ellas no son nada obedientes, pero ya me estaba asustando demasiado, y decidí ponerme a pensar en todo lo extrañoquemeestabapasandoeneldía.Derepente, sonóeltimbre otra vez, fui a abrir muy cuidadosamente porque estaba muerta de miedo, pero esta vez era Nancy, una de mis amigas. Le dije que entrara en casa mientras esperábamos a Amanda.

Le conté todo lo que me había pasado, pero ella lo único que me dijo fue que eso eran paranoias mías y que dejase de imaginarme cosas. Quizá podía ser verdad, pero yo tenía un presentimiento de que algo no iba bien. Decidimos ponernos a ver la televisión cuando, de repente, se fue la luz y un miedo terrible me entró por todo el cuerpo, pero me infundí de valor y fui a comprobar los fusibles y a darle al interruptor. Sinceramente, no sabía cómo ni por qué se había ido la luz, si tan solo estábamos viendo la televisión. Mi amiga me dijo de acompañarme a comprobarlos fusibles,peroyoledije queno, que nohacía falta, que ella estuviese quieta en el sofá, que enseguida volvería la luz, y ella asintió.

Enseguida encontré el botón y, cuando volví al sofá, Nancy ya no estaba. Supuse que había ido a por algo de bebida o comida. Me senté en el sofá a esperarla mientras veía la televisión tranquilamente, cuando, de repente, una voz detrás de mí me dijo: “Siempre verás lo que tienes delante, pero nunca detrás”. En ese momento se me paró el corazón y salí de mi casa corriendo. Rápidamente llamé a Nancy y le conté lo que me había pasado y me dijo que a ella le había pasado exactamente lo mismo mientras me esperaba en el sofá cuando me fui a encender la luz.

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Me dijo que había salido corriendo de mi casa y que me esperaba en su casa, donde también estaba Amanda. Empecé a correr con todas mis fuerzas hasta llegar a casa de mi amiga. En el momento en que llegué estaban Nancy y Amanda, me puse a llorar como una magdalena y a contárselo todo. Nancy me preguntó si quería subir a lavarme la cara después de haber estado llorando y acepté. Una vez más relajada, caí en la cuenta de que ni había mirado la cara de quien tenía detrás en el sofá, pero tenía una voz que me resultaba familiar. Cuando terminé de lavarme la cara, salí del baño sin darle más vueltas al asunto, pero iba a contárselo a mis amigas.

En el momento en que salí del baño y me puse a bajar las escaleras para llegar al salón, alguien me empujó con todas sus fuerzas y me dijo: “Quien menos te lo esperas es quien más te puede traicionar”. Me giré rápidamente pero ya se había ido y lo único que pude ver es que esa persona iba vestida exactamente igual que yo.

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EL MONASTERIO ABANDONADO, por Alberto Pastor Sánchez

3.º ESO

Julio era un adolescente de apenas doce años, el cual no se interesaba por los estudios y siempre que podía se saltaba las clases del instituto con su amigo César, que tampoco tenía interés por los estudios.

Un día Julio y César se saltaron las clases y fueron a un monasterio abandonado, llamado La orden de Montefrío, que había en el pueblo de al lado. Ellos, anteriormente, ya habían visitado aquel monasterio. Entraron como hacían habitualmente, subieron a la parte de arriba y abrieron un armario que nunca habían abierto, pero, al abrirlo, se dieron cuenta de que por la parte de detrás del armario había un hueco por el que se podía ver otra habitación. Julio y César apartaron el armario para ver qué había en aquella habitación. Nada más quitarlo, vieron que había cinco jaulas de un metro y medio de alto.

En aquellas jaulas fueron maltratadas cinco personas condenadas por los monjes, entre ellas un niño de apenas cuatro años que había sido condenado injustamente. Aquellas personas no recibían ni comida ni bebida por parte de los monjes, estuvieron encerradas hasta el día de su muerte. Ellos, aterrorizados, salieron corriendo, no le dieron más vueltas al tema y actuaban como si no hubiese pasado nada. Era un secreto para ellos.

Al cabo de los meses, Julio se lo contó a su amigo Cristian, quien no se lo creyó e insistió para que Julio lo llevase a aquel monasterio abandonado. Al día siguiente, Julio y Cristian se dirigieron al convento y, una vez allí, Julio entró primero y después su amigo. Cristian se puso a andar por aquel sitio como si

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fuera su casa, como si hubiese estado allí toda su vida. Julio, asustado, insistía en ir rápido a ver las jaulas para irse, ya que le producía respeto e inquietud. Cristian se puso a observar las camas de los monjes, sus armarios, sus altares, y al final llegó al lugar donde se situaban aquellas cinco jaulas. Una vez que vieron aquellas espeluznantes jaulas decidieron irse, pero, justo cuando Julio ya había salido, lo llamó su amigo Cristian y le dijo que se fuera, que él se quedaba un rato visitando aquel monasterio abandonado. Julio se aterrorizó y negó la palabra de Cristian. Pasados cinco minutos fue cuando Julio consiguió, a la fuerza, sacar a Cristian del monasterio.

Nada más salir del monasterio, Cristian cayó desmayado al suelo. Julio se asustó muchísimo, cargó a su amigo en la espalda y se alejó de allí. Una vez alejados, Julio empezó a pegarle para quesedespertara,agritarle,allamarlo,ypasadosvariosminutos despertó. Julio no paraba de preguntarle y, al final, Cristian le dijo a su amigo que desde que entró en aquel monasterio había tenido la sensación de estar acompañado y que escuchaba una voz que le decía que si se quedaba allí todo iba a estar bien, que iba a estar a gusto y que no le pasaría nada. Julio se aterrorizó y, cuando vio que Cristian se recuperó del todo, pusieron rumbo a su pueblo.

Pasadas unas semanas. Cristian se fue con su madre a dar un paseo, pasaron al lado del cementerio y Cristian le dijo a su madre: “Mamá, ¿por qué ese hombre está llorando?”. La madre miró y no vio nada. “¿Por qué está viniendo? ¿Quiere hablar con nosotros?”. La madre, aterrorizada, cogió a Cristian de la mano y se fue rápido, asustada, con su hijo a casa. Ambos cenaron y se fueron a dormir y ahí fue cuando Cristian dijo: “Lucía no para de asustarme”. La única Lucía que conocían su madre y él era su vecina, la cual había fallecido tres semanas antes. La madre estaba ya muy asustada, pero lo dejó pasar porque pensaba que

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eran cosas de niños. En los siguientes tres días, Cristian actuó normal, pero la noche del tercer día después de esos acontecimientos le dijo a su madre: “Mamá, ¿puedo decirte un secreto?”. La madre aceptó y ahí fue cuando Cristian cogió a su madre de la mano y la llevó a su habitación. A su madre esto le pareció raro, ya que solo estaban ellos dos en casa. Cuando llegaron a la habitación, Cristian miró hacia una esquina y negó con la cabeza, como si estuviera hablando con alguien. Acto seguido le dijo a su madre: “En realidad no hay ningún secreto. Él me dijo que te tenía que traer aquí”. A la madre de Cristian se le heló la sangre y rápidamente cogió a su hijo, cerró con un portazo la puerta de la casa y se fue a pasar las siguientes noches a casa de su madre. Cuando llegaron, Cristian se fue a la habitación que usaba su tío cuando era pequeño, todavía tenía peluches y juguetes, también estaba el espejo donde se echaba fotos en su adolescencia.

Aquella noche, en casa de la abuela de Cristian, ocurrieron hechos raros.Amitaddelanoche,unjarróndel comedorsecayó al suelo, acto seguido se rompió un cuadro del difunto abuelo de Cristian, el cual había fallecido tres años atrás. A la mañana siguiente, cuando se despertó, Cristian vio reflejado en el espejo de la habitación una imagen del monasterio La orden de Montefrío. Cristian quedó aterrorizado, pero se asustó más cuando vio a su abuelo sentado en el sofá del salón viendo la televisión. Cristian llamó a su madre, para ver si ella también podía observarlo, pero no, no podía. La madre de Cristian pensó que todavía estaba dormido y que confundió a su abuelo con su abuela, que también estaba sentada en el sofá. Cristian se puso a desayunar tranquilamente cuando, a mitad, gritó: “¡Mamá, alguien quiere matar a la abuela! ¡Hay un hombre armado junto a ella! ¡La va a matar!”. La madre estaba ordenando la habitación de Cristian y cuando llegó al salón, efectivamente, la abuela de Cristian había

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muerto. La madre, asustada, empezó a sospechar que Cristian podía ver fantasmas. Para confirmarlo, decidió llevarlo al cementerio y, una vez allí, le dijo: “Mamá, ¿por qué nos están rodeando unas personas con cuernos y hoces?”. Su madre, llena de miedo, salió corriendo de allí.

Cuando llegaron a casa, la madre de Cristian llamó al párroco del pueblo, don Juan, y le dijo que fuera rápidamente a su casa, que su hijo podía ver fantasmas. El párroco fue a su casa y allí fue cuando el niño dijo: “Don Juan, tienes un demonio detrás, dice que te quiere matar”. El cura no se lo creyó y pidió a la madre de Cristian que se saliera de la sala, y se salió. A los cinco minutos, Cristian salió porque necesitaba ir al aseo y, cuando llegó a la sala donde estaba don Juan, se lo encontró apuñalado y muerto. Fue corriendo a donde estaba la madre para ver si había sido ella, pero no la encontraba. Se puso a gritar su nombre y tampoco contestaba. Salió al patio a ver si estaba allí y, efectivamente, estabaallí, pero tambiénapuñaladay,en esemomento, Cristian lo que pensó era que había un asesino por la casa.

De repente, oyó una voz tras él, se giró y vio un fantasma, que le dijo: “Los he matado yo, no te iban a hacer el bien”. Cristian le preguntó por qué y el fantasma le dijo: “Es que los fantasmas que ves no queremos que dejes de vernos”. Cristian corrió, se encerró en el aseo y llamó a su amigo Julio, le contó lo que estaba pasando y ahí fue cuando le dijo Julio: “¿Te acuerdas de aquella voz que escuchaste en el monasterio de Montefrío? Pues esa voz es la causante de que te haya pasado todo eso”. Cristian ledijoquedeberíanirotravez al monasteriopara hablar con aquellavoz paradecirleque porquélehacía eso, yquedaron al día siguiente en la puerta del instituto.

Hasta ese momento, Cristian no era consciente de que tenía un problema mayor: su abuela y su madre estaban muertas y no teníacon quiénquedarse. Cuando Cristiansedio cuentadeaquel

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problema, decidió llamar a sus tíos, pero, cuando llamó, estos no sabían quién era. Después de un tiempo hablando lo reconocieron. Cristian les explicó el problema y, obviamente, sus tíos aceptaron que se fuese a vivir con ellos. Cristian se tuvo que ir del pueblo donde estaba viviendo al pueblo donde se situaba el monasterio. Esto a Cristian le vino muy bien porque lo tenía solo a cinco calles. Una vez en la casa de sus tíos, llamó a Julio para decirle que fuese él solo hacia el monasterio, ya que él se había tenido que mudar. Al día siguiente, Julio y Cristian se encontraron en la puerta del monasterio y, otra vez, cuando entró, Cristian tuvo aquella sensación de estar acompañado y volvió a escuchar aquella voz, que le dijo: “¿Otra vez aquí?”, a lo que Cristian respondió: “Sí, pero esta vez he venido a preguntarte quién eres”, a lo que la voz contestó: “¿Tú te acuerdas de cuando te metiste a una jaula? Pues en esa jaula morí yo cuando tenía cuatro años, condenado injustamente por los monjes. Mi alma estaba dentro de aquella jaula y, cuando tú entraste, entró dentro deti”, a lo que Cristianrespondió: “¿Yquépuedo hacer paraque salga tu alma de mi cuerpo?”, y aquel niño contestó: “Debes jurarme que nunca más volverás a entrar a este monasterio, y mucho menos a una jaula”, y Cristian se lo juró. Desde aquel momento, Cristian vivió el resto desu vida consus tíos ynuncamás volvió a ver fantasmas…

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GOTAS DE TERROR, por María Luisa Bolarín Rizo

Tan oscuras y pequeñas gotas rojas podían ocasionar tantos desastres en esta sociedad, la verdad es que no sabía por qué. ¿Qué era eso que les daba tanto miedo de ese líquido? O, más bien, ¿por qué les daba miedo yo? Sigo cuestionándomelo desde aquel día que me mandaron a ese lugar tan horrible, donde me sometieron a tratamientos muy dolorosos sin importarles cómo me sentía. Les decía que pararan, ya que dolía demasiado, aunque parecía que no me escuchaban, pero, para su mala suerte, ¡sorpresa!, logré escapar y ese fue mi mejor día desde hacía mucho tiempo; ahora, creo que para ellos no lo fue tanto.

El díaenel quemepropusesalirde ahí, mepreparé muy bien, guardé, sin que se dieran cuenta, algunos fármacos que me podrían ayudar a recuperar fuerzas y, claro, también cogí comida. Posteriormente, después del tratamiento, un chico del personal me estaba llevando a la habitación y, justo cuando me dejó y se iba a ir, agarré el cuchillo que me había guardado debajo de la ropa y se lo clavé detrás del muslo. Empezó a salirle sangre y, antes de que empezara a gritar, le rajé el cuello, desgarrándole, así, las cuerdas vocales. Ahí me quedé quieta, mirándole, viendo cómo sus ojos iban perdiendo la vida. Su respiración era agitada, pero conforme pasaban los minutos se fue aminorando y sus ojos, que antes estaban llorosos, ahora estaban secos, con unas pupilas extremadamente dilatadas.

Me quedé embobada mirando esa increíble escena ante mis ojos. Era tan satisfactoria y a la vez tan excitante, amaba experi-

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mentar cómo mi cuerpo reaccionaba ante esa imagen, ese hormigueo, las ganas de reproducir esa acción otra vez, era algo tan adictivo… Sin embargo, aunque tuviera ganas de volver a cometeresos actos,debíaresistirme, porqueahorallegabalo difícil del plan: coger las llaves del bolsillo del chico, pasar por el pasillo, cruzar la puerta de emergencias y escalar la reja que rodeaba todo el establecimiento, y, aunque no lo creáis, lo logré, casi me pilla un doctor, pero, bueno, esos fueron problemas secundarios que se solucionaron muy rápidamente con mi amigo, ya me entendéis ¿no?

Al salirme sentí como nunca antesme había sentido,eralibre por fin, después de dos meses de terrible sufrimiento. Aunque la amabilidad de esas personas de darme estancia estuviera presente (que se note el sarcasmo), estaría encantada de dejarles un regalito.

Mirando a mi alrededor, vi que cerca de donde estaba había una preciosa gasolinera, así que fui allí, agarré unas cerillas y dos botes de gasolina. Iba a salir cuando el dependiente me vio.

―¿Qué haces con eso, niña?

―Nada que te incumba.

Conforme le dije eso, salí corriendo en dirección al psiquiátrico.

Llamaré a la policía.

Siguió y siguió gritándome; sin embargo, yo ya estaba muy lejos de su alcance. A continuación, empecé a esparcir la gasolina por toda la edificación y, posteriormente, encendí un montón de cerillas colocándolas de forma estratégica para que todo quedara rodeado de llamas.

En ese momento empecé a escuchar un montón de policías.

Maldito viejo, pensé.

Con la poca energía que me quedaba volví a correr, pero esta vez en dirección contraria a la policía.

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Sentía tanta adrenalina, no sabía si podría llegar a escapar de este embrollo. Corría y corría con todo mi esfuerzo, no podía pararme o, si no, volvería a entrar a aquel sitio o, peor aún, me condenarían a cadena perpetua.

Por ello, cuando vi un acantilado me arriesgué y salté sin saber si había agua o no, aunque, gracias a mi suerte, caí en un agradable lago.

No me lograron atrapar y aún sigo suelta por ahí. Unos dicen que soy un peligro; otros, que simplemente quería salir de allí porque fui metida injustamente, pero a mí personalmente me gusta pensar que el mundo de afuera es el loco y yo, demasiado lista para esta humanidad

Yo que tú tendría cuidado, tal vez soy como los demás dicen, una criminal demente, y puedo llegar a matarte, quizás mi próxima víctima seas tú, joven lector ambicioso del saber. Estoy detrás de ti.

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LA NOCHE DE HALLOWEEN, por Lucía Almaida Ruiz

Se aproxima la noche de Halloween, y me hace recordar la anterior; nunca pensamos que una noche entre amigos iba a terminardelamanera en queterminó. Mellamo Lucíaylos amigos que me acompañaron a celebrar aquella noche terrorífica fueron Adrián, Álvaro, Jorge e Irene.

Unos días antes, tomando un café, decidimos celebrar Halloween de una forma especial. Era una fiesta que nos apetecía mucho,pensamos endisfrazarnos,prepararcena fría,algunaque otra botella… Pensábamos en disfrutar y pasarlo bien.

Llegó el día, vinieron todos a mi casa para preparar todo lo que teníamos que llevarnos, nos pusimos nuestros disfraces y salimos. Estaba anocheciendo cuando llegamos detrás del cementerio (fue el lugar elegido para celebrar nuestra fiesta). Allí había más grupos de adolescentes celebrando también esa terrorífica noche. Al final, todos nos conocíamos del instituto y de salir de fiesta.

El lugar estaba decorado con calabazas, telarañas, calaveras… Totalmente preparado para una noche de terror y conseguir que todos mirásemos a nuestras espaldas cuando se oía algún ruido. Durante la cena, los más valientes se dedicaron a contarnos historias de miedo al tiempo que se escuchaban sonidos de ultratumba.

Después de cenar y de estar un rato de fiesta, ya de madrugada, muchos se fueron a sus casas y otros decidimos continuar con la noche. En todos los grupos siempre hay valientes, y no iba a ser menos el mío, con lo que los chicos decidieron echar

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un vistazo por el cementerio, incitando a las demás a que los acompañáramos; creo que nos daba mucho más miedo quedarnos allí solas que ir con ellos. Muy decididos, saltamos la valla y nos colamos en el cementerio.

Nos quedamos observando. Todas las tumbas y panteones estaban iluminados por velas. A lo lejos, nos llamó la atención un gran mausoleo, parecía estar muy apartado del resto, pero muy iluminado, y no veíamos las velas para dar tanta luz. Nosotros, curiosos, nos acercamos y nuestra sorpresa fue que la puerta no estaba completamente cerrada. Nos incitaba a entrar, pero también nos daba miedo por la situación y la noche que era. Los chicos entraron muy decididos; nosotras, aunque un poco reticentes, les seguimos y, una vez dentro, ellos nos aseguraron que iban a estar todo el tiempo a nuestro lado.

EnelmausoleohabíavariastumbasdelafamiliaAraujo,muy conocidaporseruna familiamuy influyente, ya quedabamucho trabajo a la gente del pueblo. Las tumbas se veían descuidadas, con mucho polvo, y una de ellas estaba medio abierta. Estaba todo lleno de telarañas y, justo detrás de nosotros, había unas escaleras que, suponíamos, bajaban a una especie de cripta.

Nada más acercarnos a la escalera comenzamos a notar una extraña sensación, nos daban escalofríos y, cuando hablábamos, nos salía vaho. Ahí todos empezamos a tener un poco de miedo por la extraña situación. En esa escalera no había nada de luz y, ya que llevábamos los móviles, encendimos las linternas y comenzamos a bajar por ella. Cuanto más bajábamos, a esa extraña sensación que recorría nuestros cuerpos se le añadió que parecía que nos observaban, se empezaban a oír sonidos extraños que no sabíamos de dónde venían, pero se iban agudizando. Por fin, terminamos de bajar esa escalera interminable. Despacio, alumbramos la sala a la que habíamos llegado. Nos quedamos todos muy sorprendidos al ver lo que había allí, tenía el aspecto de una sala

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de torturas. Antes de poder empezar a indagar por ella, se nos heló la sangre, ya que por delante de nosotros nos pasaron una especie de sombras que nos rodeaban y nos susurraban al oído. Nosotros cada vez sentíamos más miedo y no éramos capaces de movernos. Las sombras seguían a nuestro alrededor, de un lado a otro susurrando.

Después de un rato, aquello paró, y nuestra sorpresa fue máximaaldescubrirdelantedenosotrosuncrucifijobocabajoyuna gran sombra a la que se le podían ver los ojos enrojecidos. Intentamos marcharnos de aquel lugar, pero la sombra no nos permitía movernos, no éramos capaces de mover nuestras piernas para salir de allí. La sombra se nos iba acercando cada vez más, solo éramos capaces de chillar y llorar, estábamos absolutamente muertos de miedo. Los chicos, valientes, nos cogieron a nosotras y nos protegieron abrazándonos. En el momento en el que la sombra se iba a dirigir a nosotros, no sé si para decirnos algo o para hacernos daño, desapareció y nuestra sorpresa fue que por esa escalera interminable, la cual habíamos bajado, apareció una mujer mayor con el pelo blanco, al igual que su vestido, con una tez por la que habían pasado muchos años y una sonrisa inolvidable. Se dirigió a nosotros y, con una voz muy dulce, nos dijo: “Marchaos de aquí tan rápido como podáis, ya que no sé cuánto tiempo voy a poder retener a la sombra. Olvidad lo sucedido aquí esta noche y no se lo contéis a nadie, estaréis a salvo siempre y cuando no volváis a este mausoleo”.

Le dimos las gracias y salimos corriendo de ese lugar. Al llegar arriba y salir, ya había amanecido y las puertas del cementerio estaban abiertas. Fuera, mis amigos y yo nos miramos, pero no dijimos nada, solo nos echamos a llorar y nos abrazamos todos. Ninguno sabemos de dónde salió esa mujer, ni sabemos lo que ella tiene que ver con ese mausoleo, lo único que sabemos es que aquella noche, creemos, nos salvó la vida.

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Cada uno se marchó a su casa y, hasta el día de hoy en que yo he contado mi historia, ninguno de nosotros ha hablado de ello.

Este año celebraremos Halloween en mi casa todos juntos, pero con mucha luz y sin historias de miedo.

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EL DESTINO DE ANDREA, por Domingo Araez Barquero

Hace mucho tiempo, allá por el año 1985, Andrea era una niña extrovertida de tan solo cinco años. Ella comenzaba a ir a un colegio donde se inauguraban las clases, estaba muy ilusionada porque iba a conocer sus nuevos compañeros y amigos. Lo que ella no imaginaba era que también conocería el miedo en su propia carne.

Comenzaron las clases y conoció a un profesor que venía de otro colegio. Al principio, a ella le daba mucho miedo porque tenía un carácter muy serio y siniestro, y evitaba en todo momento acercarse a él porque le daba mala espina.

No pasaron muchos días para que ella entendiera que estaba equivocada. Cada día iban al colegio menos niños y los profesores comenzaban a ponerse nerviosos. Ella, en un principio, no sabía por qué, hasta que una mañana oyó a este profesor decir en una llamada que no permitiría que le pasara nada a ella.

Andrea comenzó a investigar qué ocurría allí y por qué ese profesor tenía tanto interés en ella. Se quedó impactada cuando descubrió que debajo del colegio había un cementerio y que, en ese cementerio, estaba enterrada su tatarabuela, que había sido una bruja terrorífica y muy fuerte que había sido quemada por la Inquisición.

El profesor era su abuelo, que era brujo y había regresado reencarnado para protegerla de su tatarabuela, pues la bruja necesitaba matar a Andrea para regresar al mundo que conocemos y vengar, así, su muerte, eliminando a todos los descendientes que en su día acabaron matándola.

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Andrea, al conocertodo aquello,tuvo muchomiedo ynoquería volver al colegio, pero ella no imaginaba que la bruja había poseído a su madre. Cuando ella estaba durmiendo en su cama, su madre se acercó con un cuchillo en mano y quiso clavárselo en el corazón, pero, en ese mismo instante, el profesor rompió la puerta y consiguió quitarle el cuchillo, le echó unas gotas de agua bendita y logró que la malvada bruja no consiguiera su objetivo: el agua volvió a quemarla y su espíritu regresó al lugar de donde procedía.

La familia de Andrea pudo descansar y volvió todo a la normalidad.El colegiolo derrumbaron,construyeronahí unaermita y Andrea quiso volver a tener una vida normal, pero…

En su interior, Andrea descubrió que ella también podría llegar a ser una malvada bruja con mucho poder.

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UN ANTES Y UN DESPUÉS, por Ángela Férez Moreno

Solía pasar el mes de agosto en Floridablanca, el pueblo de mis abuelos. Ya era una tradición disfrutar ese mes allí y me pasaba todo el año esperando a que llegara el 1 de agosto para, por fin, poderir.Paramí,cadaverano era mejorqueel anterior: cada año hacía más amistades y las anteriores se afianzaban un poquito más. Sin embargo, en el verano de 1996 todo cambió de manera tan radical que, tan solo con pensar en volver a pisar ese pueblo, se me ponen los pelos de punta.

El 1 de agosto de 1996 llegué a Floridablanca y, nada más llegar, tuve un presentimiento de que ese verano sería inolvidable. Al entrar a la casa de mis abuelos, noté como un escalofrío por todo el cuerpo, una sensación muy extraña a la cual no le di mucha importancia. Fui por el largo y estrecho pasillo y dejé mi maleta y mis cosas en mi habitación habitual en esa casa.

El día transcurrió con normalidad, comí con mis abuelos y luego pasé toda la tarde en la piscina con Nerea, María, Marina y Juan, mis amigos más cercanos de allí, poniéndonos al día con todo y hablando de todo lo habido y por haber. Llegó la hora de la cena y cada uno se fue a su casa, a cenar y a prepararse para las fiestas del pueblo, que comenzaban ese mismo día.

Nosvimos enlaplaza, nos dimos unavueltaporel mercadillo medieval que habían puesto y después nos fuimos a un bar a tomarnos un helado. Mientras nos lo estábamos comiendo, sentía como si algo me mirara por detrás, un escalofrío constante; sin embargo, miraba y no había nada, una sensación parecida pero más fuerte a la que noté al entrar a la casa de mis abuelos. No le

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di mucha importancia. Sobre las dos de la mañana nos despedimos y llegué a casa. Avisé a mis abuelos, que estaban en su habitación ya descansando, de que había llegado, me cambié y me puseelpijamaparadormirtranquilamente.Meacostéenlacama y empecé a adormecerme, hasta que, de repente, la televisión del comedorseencendió.Me levantédelacamadeun sustoydecidí ir a ver qué estaba pasando, ya que aquello no era normal, eran ya las tres de la mañana y, supuestamente, todo el mundo estaba durmiendo.

Anduve por el largo y oscuro pasillo bastante asustada. Al llegar al comedor, la televisión se apagó de golpe y se encendió sola la luz del baño de al lado del comedor. En ese momento, volví a sentir esa presencia detrás de mí, y volví corriendo hacia mi habitación deseando que todo fuera un sueño y que todo lo que acababa de vivir no fuera verdad. Nunca había creído en la existenciade lascosas paranormales,hasta esedía. Como es evidente, no pude conciliar el sueño; con lo sucedido dándome vueltas por la cabeza, era imposible.

A la mañana siguiente se lo comenté todo a mis amigos, se quedaron de piedra y no me creían del todo. Me preguntaban si estaba segura de que no había sido un sueño o, mejor dicho, una pesadilla. A la hora de comer decidí no ir a casa y comí en casa de Nerea. Solo de pensar en volver allí se me ponían los pelos de punta, hasta que llegó la noche, pues mis abuelos no me dejaron quedarme a dormir en casa de nadie y tuve que regresar. Cada vez sentía esa presencia más cercana a mí y más constante en mi estancia en esa casa. Esa noche me sonó una alarma de mi teléfono a las cinco de la mañana, la cual yo no había puesto. En ese instante sentí cómo alguien se sentaba a mi lado en la cama ymetocabalospies.Me quedédepiedra,horrorizada,ynosabía cómo reaccionar ante todo eso. Por la mañana temprano, en cuanto pude, me quedé con mis amigos y, muerta de miedo, les

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conté lo sucedido. Mis amigos se quedaron helados y decidimos haceralgo esanocheparaintentarparartodo eso.Dedujimosque en la casa había alguien que se intentaba comunicar conmigo, de una manera o de otra, entonces decidimos aprovechar que mis abuelos se iban a cenar a la barraca del pueblo con unos amigos para intentar comunicarnos con eso que estaba atormentando y que me tenía, bueno, nos tenía, dos días en vela.

Juan cogió de su trastero una ouija, una ouija usada anteriormente ya por su madre, en su caso por curiosidad, en el nuestro, por desgracia, para intentar entenderlo todo. Vinieron a mi casa a eso de las nueve y media, estuvimos toda la tarde en la piscina planeando qué decir, cómo, qué hacer y qué no, pero llegado el momento no sabes cómo vas a actuar en realidad. Pusimos el tablero en la mesa del comedor y comenzamos a hacer preguntas. Nada más poner todos los dedos encima del tablón, las luces de la cocina y del comedor se apagaron y todo quedó a oscuras. Marina se levantó a encenderlas, pero nada, habían saltado los plomos. Nos asustamos más de lo que estábamos antes, pero decidimos empezar a preguntar dejando el miedo un poco de lado, para que todo se acabara cuanto antes. Primero saludamos y preguntamos si había algún espíritu vagando por la casa. Los dedos de todos se movieron de manera automática hasta formar las palabras PUEDE SER. En ese momento todos los aparatos electrónicos de la casa se encendieron: la televisión del comedor, la radio de la cocina, el microondas empezó a pitar, la campana extractora de la cocina… Impulsivamente, salimos corriendo de la casa, sin despedirnos de la ouija, y todos llamamos a nuestros padres para que nos recogieran del pueblo, sin explicaciones, no queríamos hablar del tema, al igual que se lo comuniqué a mis abuelos, sin una explicación, sin nada que decir.

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Pasamos la noche en el parque de la plaza, la mayoría del tiempo en silencio sin explicarnos lo que había pasado y sin querer hablar de nada. Simplemente, cuando llegó la hora, nos despedimos y cada uno volvió a su domicilio habitual.

Desde ese día me es imposible conciliar bien el sueño, o simplemente estar en la oscuridad y, mucho menos, volver a esa casa. Lo he pasado y lo estoy pasando muy mal, teniendo visiones cada dos por tres, sintiendo algo en mí inexplicable y con miedo a quedarme sola mucho tiempo. Tampoco he vuelto a hablar con mis amigos, no he sabido nada de ellos. Hasta que hace dos días me empezaron a llegar unas cartas de un emisor desconocido enlasquevenían unos recortes deperiódicos depersonas que se habían suicidado de manera bastante rara, con la foto, por detrás de cada noticia, de cada uno de mis amigos. Estoy destrozada y no puedo vivir más así, por eso dejo esta carta para que entendáis el motivo por el cual voy a hacer lo que voy a hacer. Si la estáis leyendo, es porque todo ha salido bien para mí y, por fin, estoy descansando ya de este infierno.

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EL VACÍO DEL CEMENTERIO, por Anahí Elizabeth Guevara Aguirre

3.º ESO

Era una noche fría y oscura. Marta era una chica alta, de pelo moreno y corto, con una figura esbelta. Era una chica tímida que no se relacionaba con nadie, solitaria y entrometida. Siempre iba con unas botas altas de caza, un chaleco azul y un vestido de flores.

Martaestabaparadaen lacarretera,asimilandoquehabíaperdido recientemente a su madre, ese vacío interno era un hoyo que, ni llenándolo con toda la tierra del mundo, se podría tapar. Llegó el día del entierro y ella se vistió de negro. Era un día triste, pues lapérdidadesu madrefueuntrágicoacontecimiento. Había mucha niebla y el cielo estaba apagado, el viento soplaba con fuertes ráfagas y ella agarraba su sombrero como si soltase toda su rabia en ello. Al rato, ya enterrada su madre, volvía a casa sola porque le apetecía despejarse después de ese duro día.Tras caminar durante un tiempo,pasó enfrente deuncementerio y ella, poseída por el valor y la desesperación, se adentró en él. Vio un banco en medio de varias tumbas formando un círculo y, en ese inhóspito y desolado lugar, se encontraba una siniestra figura sentada. Ella, un poco asustada y confundida, se acercó sin pensarlo. A medida que se iba acercando, la figura más se parecía a una anciana. Marta se sentó en el banco y, tras un rato de silencio absoluto, dijo:

―¿Usted por qué está aquí?

A lo que la señora la miró y respondió:

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Llevo aquí demasiado tiempo, tanto que ni me acuerdo de mi nombre. ¿Y tú, pequeña, qué hace una chica tan llena de vida en un sitio como este?

Entonces Marta enunció: He entrado porque hoy enterramos a mi madre y me dijo, días antes de morir, que enterró aquí a mi difunta abuela.

La señora dijo:

―Sí, hijita… Aquí hay muchas madres, hijas, abuelas, familias que han ido a parar debajo de la tierra. Yo llevo aquí más de cuarenta años y nunca llegué a conocer a mi nieta.

Marta, sorprendida, exclamó: ¿¡Cómo?! ¿Es que usted no vino a ver a nadie?

A lo que la señora respondió de una forma siniestra:

―No, pequeña, yo llevo muerta mucho tiempo.

Marta, cada vez más asustada, se fue alejando poco a poco, intentando huir de aquel lugar.

Cuando ya estaba levantada, salió corriendo hacia la puerta. Mientras Marta iba corriendo, miró hacia atrás, pero no había nadie. Llegó a casa suspirando y con el corazón a punto de salirse de su pecho, no terminaba de asimilar lo que había visto.

Al día siguiente no asistió a clase porque había una tormenta, se encontraba acostada en su cama mientras las persianas eran golpeadas por las gotas de agua y el viento. Ella le daba vueltas a la situación ocurrida la noche anterior, no daba crédito a lo que había visto, pues los fantasmas no son reales. Pasó el día sin salir de la cama, hasta que cayó la noche y, de repente, despertó. Eran las tres de la madrugada, la puerta de la habitación estaba medio abierta y una pequeña brisa hacía que esta chirriara.

Marta se levantó a cerrar la puerta, pero en ese momento miró al pasillo y vio que no había ninguna luz encendida. Muy asustada, pensó por qué se iluminaba solo su habitación. Encendió la

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luz y cuando se dio la vuelta… la señora del cementerio estaba de pie junto a la cama. Marta se acercó a ella y le dijo:

―¿Qué haces aquí? ¿Qué es lo que quieres de mí? Yo no he hecho nada malo.

A lo que la señora contestó: Es de mala educación dejar una conversación sin despedirse.

Marta, aterrorizada, enunció:

―¿Cómo? ¿Por no despedirme me has seguido hasta mi casa?

La señora declaró lo siguiente: Yo no te he seguido, he venido a la casa de mi hijo.

A lo que respondió:

―¿Tu hijo? Aquí solo vivíamos mis padres y yo.

La anciana le respondió: Exactamente, tu padre es mi hijo.

Marta dijo:

―No te creo, mi abuela murió lejos de aquí.

La señora anunció:

―Yo vivía aquí cuando tu padre era más pequeño.

Marta, asustada, contestó: ¿Y cómo se despiden los fantasmas?

La señora le explicó lo siguiente:

―Tienes que decir lo siguiente en latín: Valete omnibus spiritibus vitalibus.

Marta repitió lo que la anciana le había dicho y la señora se fue. Se despertó a la mañana siguiente desconcertada, ella creía que todo había sido un sueño, aunque eso es lo que ella creía. Pasó el tiempo y su padre le contó que su otra abuela estaba enterrada cerca de su casa y la llevó a visitar el mismo sitio donde ella estuvo, en sus sueños o en persona. Nadie sabrá lo que pasó nunca en realidad.

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Todo comienza un martes trece del año 1984. Una familia, como otra cualquiera, ponía rumbo a Dublín, una ciudad situada al oeste de Europa, por encima de España. Al montarse en el avión tuvieron un pequeño percance: el café que llevaba Celia, la madre, fue derramado por todo el asiento. Desde ese mismo instante, Celia presintió que aquel viaje no iba a acabar muy bien.

Pasaron las dos horas y cincuenta minutos de vuelo y ya estaban aterrizando. La familia, muy feliz, miraba por la ventana las bonitas vistas que se podían apreciar desde aquel avión.

A la salida de la terminal les esperaba un coche contratado para llevarlos al hotel donde se iban a hospedar. El señor que conducía el coche no tenía muy buen aspecto: la cara la tenía pálida, con unas grandes ojeras y, debajo del traje negroquevestía, se podía apreciar lo delgado que estaba. Los niños Juan y Sara, muy asustados del señor, se agarraban a papá y a mamá.

Al llegar al hotel la madre se sorprendió, pues este no se parecíaennadaalquehabíavistoenlasfotosde Internet.Alentrar, las luces eran muy tenues y parpadeaban, la madera del suelo rechinaba y no tenía muy buen olor aquel recibidor. Aun así, Fernando, el padre, se dirigió a la mesa de la recepción para comunicar su llegada y recoger las llaves de la habitación. Le atendió una señora con mal carácter y, muy tajante, le dio las llaves.

La habitación era la número seis, en la planta seis. Mientras subían en el ascensor mugriento, los adultos conversaron de lo estafados que se sentían con aquel hotel y con el mal servicio

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EL SUEÑO ENCANTADO, por Rocío Peñalver Ruiz

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que había. Al abrirse el ascensor, de frente se encontraron a una mujer con túnica blanca y el cabello hacia abajo. El susto que se llevaron fue angustioso, aunque la mujer, muy educada, les dijo que quería ir hacia abajo. Salieron del ascensor y se dirigieron a la habitación.

Llegaron a esta, se asearon y decidieron descansar, ya que estaban muy cansados del viaje. A las tres de la mañana escucharon unos gritos y golpes en el pasillo. Fernando abrió la puerta, se asomó, pero no vio nada y volvió a la cama. Se volvieron a escuchar ruidos, esos golpes y gritos de nuevo, y esta vez se levantó Celia, que abrió la puerta y se encontró a la mujer que vio en el ascensor llena de sangre y sin media pierna. Celia empezó a chillar muy asustada, cogió a los niños junto a su marido y salieron de la habitación, intentando huir de aquel hotel terrorífico, mientras la mujer los perseguía. Cuando terminaron de recorrer todo el hotel, consiguieron salir.

Comienza a hablar la señora azafata, que da las gracias por volar con la aerolínea y desea unas buenas vacaciones, y en ese preciso instante se despierta Celia, muy sofocada por aquel terrorífico sueño.

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MIS PARANOIAS, por Lara María Membrilla Lorenzo

Constantemente tengo un sueño, siempre es el mismo. Empieza cuando me despierto con angustia y me voy al baño, el pasillo se vuelve más largo y más oscuro, entonces empiezo a correr… Y sigo, entre sofocos y ansiedad sigo corriendo hasta que a lo lejos veo una luz, una luz rojiza.

Al llegar hay un marco que da a una habitación más extensa, tanto que no se ven las esquinas de esa misma habitación, y en el centro hay una mesa antigua y redonda con un mantel blanco debajo de uno rojo más pequeño y, al lado, una silla de madera antigua como la mesa. Encima hay un candelabro con unas velas negras, un plato de porcelana blanco como la nieve, con diseños azules como los jarrones japoneses, y sus cubiertos: un tenedor y un cuchillo.

Aparece un señor con una túnica negra, muy alto, cargando un saco que sangra. Del cielo sale una cadena que hace mucho estruendo y de ella cuelga el saco… Aún gotea. Estoy paralizada y no me puedo mover del marco de la puerta. El señor se saca un cuchillo de esa túnica, un cuchillo enorme, raja la bolsa y… Y empieza a cortar un brazo… Lo lanza encima del plato, mientras que brota la sangre del cuerpo, procede a sacar la carne del hueso. El señor se sienta. Se retira la capucha de la túnica y se le ve la cara. Cómo describirla… Es una sombra con forma de cabra, de ojos brillantes y cuernos enroscados. Entonces procede a devorar el plato como si fuera un animal, pero de la manera más educada que él comprendía.

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Aquí siempre para, pero la semana pasada, el viernes por la noche, siguió el sueño… Cuando acaba,mágicamente,desaparecetodo lo que había en la mesa y aparece otra silla.

El señor gesticula con la mano que me acerque a él y me siente. No siento mi cuerpo… Está entumecido, pero noto cómo está caminando hacia allí sin darme cuenta mientras me tiembla hasta el alma… Él dice mi nombre…Y un escalofrío me recorre la espina dorsal. Estoy meada de miedo. Me siento enfrente de él. Habla conmigo como si me conociera de toda la vida. Dice que le tengo que hacer caso en una cosita, como si fuera un favor para mí: que no me tome la pastilla, y le pregunto: ¿Qué pastilla? Él responde, agresivo: Ya lo sabrás, pero tú hazme caso… Si se da el caso de que no me hagas caso… pasará algo malo…

Pregunto: ¿Cómo de malo? Él se levanta de la silla haciendo mucho ruido y me grita: ¡MALÍSIMA! ¿Has visto antes mi pequeña cena? Pues será poco comparado contigo.

Entonces me levanto corriendo y me dirijo por la misma entrada por donde he entrado y empiezo a correr como si me fuera la vida en ello (literalmente).

Corro y corro más y a lo lejos ya no se encuentra mi cuarto, sino que está en una cochera vacía, con una puerta automática de metal abierta que da a un parking vacío y, al fondo, un hombre encapuchado que arrastra un hacha y se dirige a por mí. Estoy harta y, si es mi sueño, yo lo puedo arreglar. Pongo una puerta con todo mi esfuerzo mental y rápidamente me meto por ella.

Camino un largo trecho por un pasillo decorado al estilo victoriano, todo se vuelve raro. Las cosas flotan y todo da vueltas sin parar, no puedo más con la ansiedad y la angustia y escucho una voz… conocida, casi celestial, que me hace despertar entre sudores fríos y lágrimas. Salgo de mi habitación y me voy al

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baño. Ledigo ami madre quemeduelela cabeza y quehetenido una pesadilla. Ella me da un paracetamol y me lo tomo con un zumo mientras desayuno.

Esa noche no puedo dormir bien, no paro de despertarme, solo duermo treinta minutos y me despierto.

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EL APAGÓN, por Natalia Nieto Teruel

3.º ESO

¡Atención, clientes, la tienda de instrumentos musicales está a punto de cerrar, les rogamos que vayan terminando, y gracias por pasarse por Rose!

Me dispongo a ordenar todo para cerrar cuando escucho un ruido de fondo, lo que me hace girarme en esa dirección y ver a Damián entrar junto a Elías.

―¡Boom! Yo soy Ironman.

Entrando por la puerta, Elías añade:

Y yo, su fiel compañero Máquina de Guerra. ¡Damián! Estás estupendo mi comentario hace que Damián me dé una sonrisa― . Y, Elías, tú pareces un cubo de basura.

He estado tan ocupado trabajando en el traje de Damián que no he tenido tiempo para hacer el mío, pero lo bueno es que sigo siendo un superhéroe.

Elías tenía razón, se había currado tanto el traje de Ironman que incluso llevaba las piedras del infinito. Tendría que admitir que mola mucho.

¡Vaya! Qué disfraz de enfermera tan chulo, Ashley.

¡Ah! Esto no es un disfraz, trabajo como enfermera.

¿Desde cuándo trabajas como enfermera? pregunta Elías.

―Desde que me despidieron de mi otro trabajo ayer.

―Lo bueno es que te sirve para ir a la fiesta de Halloween de Dylan.

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Entonces ya estamos todos listos, y cuando digo todos quiero decir Ariana, prepárate ya, que no tenemos todo el día.

―Dadme un segundo ―cogiendo unas lentes― . ¡Aja! A ver si adivináis quién soy ¿Y bien?

¿Una chica con lentes? pregunta Elías. ¡No! Soy Karl Polanyi.

¡Ah! dicen todos a la vez.

De sopetón, la luz se va y las puertas no funcionan, como si hubiera dado un cortocircuito o algo parecido, si no me equivoco. Le dije a mi padre que llamara al electricista para que lo arreglara, pero veo que no lo hizo.

Escosamíaosehaido laluz yencimaestamos encerrados.

―Eso es porque se ha ido la luz.

―¡Ah!

―Tranquilos, solo durará unas horas, luego volverá la luz y se abrirán las puertas.

Genial, nos vamos a perder la fiesta de Dylan. ¿Y, mientras, qué hacemos?

―Oh, yo tengo una idea. ¿Y si nos contamos historias de miedo? Así aprovechamos que estamos a oscuras ―mi comentario hace reír a todos . ¿Acaso he dicho algo gracioso?

¿Tú quieres contar historias de miedo? ¿Segura?

Sí. ¿Acaso hay algún problema con eso?

―Vamos, Ariana, todos sabemos que te da miedo todo.

―Eso es mentira.

―¿En serio? Está bien.

¡Buuh! dice Elías.

¡Ah! Elías, me has asustado exclamo tirada en el suelo por el susto.

―¿Ves, Ariana? Te asustas con nada ―afirma Damián.

―Tranquila, Ari, yo te apoyo como tu mejor amiga ―me ofrece su mano para levantarme.

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Gracias, Ashley agarro su mano. En cuestión de un segundo me doy cuenta de que le he arrancado su brazo.

―¡Ah! ¡Oh, Dios mío! Mis gritos provocan que todos se rían. ¿Ves? Te dijimos que no valías para esto. Vale, ¿contentos? Sí, soy un poco miedosa, pero solo un poco.

―¿Un poco?

―Eh, mirad, la luz ha vuelto ―digo para cambiar de tema. Cómo te encanta cambiar de tema, ¿eh? Como no os deis prisa, no llegaréis a la fiesta. ¡Eh, Ariana, espéranos! gritan los tres a la vez.

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LA MUERTE DEL CONDE, por Hannibal Martínez Pérez

Era septiembre de 1645. En un cementerio de Huelva se encontraba un sepulturero haciendo su trabajo. En una de las fosas se encontraba un cadáver muy bien vestido, con un traje hecho a medida y un bastón de plata totalmente reluciente. El sepulturero, al ver este bastón y estando en una época de penumbra, decidió cogerlo para venderlo, pero, al momento de tocarlo para retirárselo, este se la agarró.

Del susto, el sepulturero se desmayó y el fallecido decidió escapar para vengar su muerte. El resucitado era el conde Juan Manuel Carrillo de Riquelme, asesinado por su propia esposa para conseguir sus riquezas. El sepulturero, al despertar, decidió ir corriendo a hablar con la guardia real sobre el acontecimiento, pero estos decidieron no creerle.

El conde deambulaba a la una de la mañana por las calles de Huelva con rumbo a su casa, cuando tres jóvenes borrachos le encontraron por la calle y decidieron que molestarle e intentar pegarle era buena idea. Lo que no sabían era que se enfrentaban a un milagro de Dios: no era solo que hubiera vuelto a la vida, sino que su fuerza y sed de sangre eran las de diez hombres juntos. Al intentar pegarle, este le arrancó el brazo con su fuerza sobrehumana, la cual utilizó para defenderse de los otros dos jóvenes. Por su fuerza descomunal, puedo empalarlos con la mano del joven como si fueran de papel.

Tras aquella masacre, el conde siguió su camino hacia su palacio. Al día siguiente se escuchaba en toda la ciudad la noticia

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sobre la muerte de los jóvenes y su investigación. Con las pesquisas empezaron las teorías del pueblo: que si un demonio había subido del infierno, que si había sido un vampiro o que si el asesino había planeado eso para que creyeran que había sido algo no humano.

La familia del conde, obviamente, estaba alarmada por aquel suceso y se puso en alerta; lo que no sabían era lo que pasaría dos días después. Al llegar al palacio, el conde tocó a la puerta como de costumbre. Detrás de la puerta estaba uno de sus criados, el cual preguntó que quién era.

El conde se identificó, pero el criado no le creyó y abrió la puerta pensando que todo era una broma pesada. En ese momento el criado soltó el mayor grito de su vida y cayó desplomado en el suelo de la entrada.

La guardia de su palacio, al verlo, decidió atacarlo, ya que decían que eso era obra del demonio. Ante este ataque se defendió, descuartizando a cada uno de sus guardias con sus propias manos. Lleno de sangre y dejando todo el salón lleno de cuerpos inertes, subió a la habitación de su antigua esposa, causante de su muerte. Al verla, lo único que pensó fue en hacerla sufrir lo máximo que pudiera, así que la metió dentro de una bañera con aguahirviendo y,después dequemarletodo el cuerpo, learrancó toda la piel, hasta que se desangró por las heridas.

El mito dice que, después de vengar su muerte, se dio cuenta de lo mucho que le gustaba ver el sufrimiento y la muerte de otras personas con sus propios ojos, y decidió que hasta que muriera no pararía de hacerlo. Todavía no se ha encontrado su cuerpo, así que cualquiera podría ser su próxima víctima, “tú mismo”.

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NO DEJES LA PUERTA ABIERTA, por Lucía Guardiola Conesa

Llevo cuidando niños desde hace alrededor de un año, accedí a hacer esto porque mis padres me lo propusieron y es una manera sencilla de ganar dinero y darte tus caprichos. Al inicio de todo no conseguíamucho trabajo, pues no todos confíanen dejar a sus hijos con un desconocido. Un día, el señor y la señora Taylormepropusieroncuidarasustreshijosunsábado porla noche, pues iban a salir a cenar y no tenían con quién dejarlos. Los vigilé alrededor de unas cuatro o cinco horas, fueron muy educados y tranquilos. Cabe recalcar que la casa se encontraba en uno de los barrios más ricos de mi ciudad. A partir de esa noche, me llegaron distintos mensajes de varios progenitores para cuidar a sus retoños. Me di cuenta de que se había extendido el rumor de que había cuidado a los niños del señor Taylor, y es que no me quejo, pues me había generado bastante trabajo.

Durantelas siguientessemanas medediqué aesto, pero el trabajo me duró poco, en unos fines de semana había terminado toda mi labor como niñera. Me encontraba en uno de los fríos días de octubre, acababa de salir de la universidad, iba a dedicar toda la tarde a preparar varios exámenes que tenía la semana próxima, pero todo esto cambió cuando me llegó un mensaje un tanto peculiar de uno de los tantos números desconocidos que tenía en mi teléfono. Esta persona me sugirió vernos en una cafetería para hablar sobre un asunto. Estaba un poco desconcertada y asustada a la vez, pues no sabía el motivo de ese mensaje. Al final de todo decidí aceptar, no fuese a tratarse de una oferta de trabajo. Me propuso quedar a la mañana siguiente, me

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acuerdo perfectamente de que no descansé casi nada a lo largo de aquella noche, pues me recorría un mal presentimiento por el cuerpo, pero seguí el plan.

Eran en torno a las diez y algo de la mañana cuando noté que me llegaban varios mensajes de seguido. Me di cuenta de que pertenecían a ese hombre tan extraño, pero decidí no contestarle porque iba a verlo en unos minutos. Entré con seguridad y confiada al local, pero todo eso se esfumó cuando vi a un sujeto vestido entero de negro. Debía de ser él, me acerqué y me saludó amablemente, pero me pareció muy extraño que, al terminar su saludo, saliese mi nombre con apellidos por su boca. No le di mucha importancia, pues alguien se los podría haber dicho. Me comentó que era el secretario de un tal señor Miller y que el recién nombrado necesitaba una niñera para su hija. Al escuchar esto, pegué un suspiro a modo de alivio y acepté el trabajo. Estaba demasiado alegre por conseguir un puesto como niñera, pues era lo que me gustaba.

Unas semanas después, el señor Miller me contactó directamente y me preguntó si podía cuidar de su hija el viernes siguiente. Le dije que sí. Lo que no sabía era que más adelante me arrepentiría de esa decisión. La semana había pasado demasiado rápido: ya me encontraba conduciendo hacia la casa de aquel hombre. Para ser uno de los barrios con más recursos, la carretera estaba llena de baches y cada poco tiempo se te cruzaban animales corriendo de un lado al otro del bosque; además, las luces eran escasas.

Me llevé una sorpresa cuando me encontraba al frente de las puertas de una mansión: estas se abrieron y pude aparcar mi coche. Al bajarme del vehículo llamé a la puerta, me abrió el señor Miller y una mujer que tendría más o menos su edad. Resulta que era su mujer y la madre de la niña. Me invitaron a pasar. La señora me extendió un papel doblado y me contó que eran unas

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cuantas indicaciones que debía seguir; además, me dio su número de teléfono por si necesitaba algo y, después de eso, se marcharon. A los diez minutos bajó una niña que tenía alrededor de unos cinco años, de cabello negro y ojos del mismo color. Me di cuenta de que seguía llevando el trozo de papel en la mano, la verdad era que no me había detenido a leerlo, lo doblé y lo metí al bolsillo de mis pantalones.

A continuación, la hija de la pareja se presentó, se llamaba Verónica. Me encontraba en el salón con ella, le pregunté cuál era su hora de acostarse y ella solo me dijo que leyese la nota. Leí el principio y me di cuenta de que solo quedaban diez minutos para su hora de dormir, la llevé a la cama y después me dijo que cerrase la puerta y que no se me olvidase echar la llave. Mi cara tenía una expresión de confusión. Le respondí con un simple “¿qué?”. La niña me dijo que leyese la nota. Me detuve y la leí, me di cuenta de que era cierto, pero lo que más me asustó fue que la niña tenía que estar con la puerta cerrada desde hacía quince minutos. Simplemente decidí hacerle caso y cerré con la llavequehabía en lapuerta,después de eso lametí en mi bolsillo junto a la nota. Bajé las escaleras un poco apresurada y me dirigí al gran salón de aquella mansión para leerla. Estaba un poco inquieta. Abrí la nota, que comenzaba con un “Hola, Beth, me alegro de que hayas aceptado cuidar a nuestra pequeña, solo sigue las instrucciones y todo irá bien”. Noté un escalofrío por todo mi cuerpo, pero decidí seguir leyendo. Seguía con un índice y varias pautas que debería realizar: “Una vez Verónica esté acostada alrededor de las ocho, cierra la puertacon lallave,bajaal salón ycierralaspuertas,allí es donde más segura estarás”. Nada más leer eso me levanté y cerré las dos grandes puertas, pero lo peor venía ahora... “En torno a las ocho y media empezarás a escuchar a la niña arañar la puerta y lloriquear, bajo ningún concepto le hagas caso si te pide que le

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abras, te pondrás en riesgo. Sobre las diez escucharás gente en el sótano, te entrarán ganas de bajar, pero no lo hagas. Por último, cuando sean las tres de la mañana justas enciérrate en la primera habitación de arriba a la derecha, es posible que escuches a alguien conocido que te dice que le abras la puerta, no mires la sombra que hay en la esquina, solo acuéstate. Si realizas todos los pasos bien, estarás a salvo”. Eran las dos y cincuenta y nueve, cuando me di cuenta y eché a correr. Era demasiado tarde, era la hora justa y alguien me estaba arrastrando de los pies hacía el sótano.

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EL BOSQUE, por Vera Martínez Cuadrillero

3.º ESO

Érase una vez un oscuro jueves, se acercaba la noche de Halloween, solo quedaban dos días. Ese oscuro jueves por la tarde quedé con una amiga en un parque lejos del pueblo. Tenía que pasar varios caminos de tierra y un bosque que daba demasiado miedo. Ese bosque era muy peligroso, estaba cerca de un lago donde murieron cuatro personas, en distintas horas y distintos días. Nunca se ha sabido el porqué de esas muertes.

En fin, iba acercándome al terrible bosque y escuché algo extraño, pero no le di mucha importancia. Al cabo de unos minutos sentí algo por detrás, como un escalofrío raro, pero también pasé de ese escalofrío. Me faltaba un camino por pasar para llegar a la casa de mi amiga, en ese camino vi un coche negro, más bien creo que era una furgoneta, no lo vi muy bien porque ya estaba anocheciendo. Había un anciano muy feo. Llegué a la casa de mi amiga y me giré hacia atrás y, al parecer, me había perseguido durante el trozo que me quedaba para llegar a la casa. Me quedé en casa de mi amiga porque le conté lo que me había sucedido en el camino y su madre nos aconsejó quedarnos, por si nos pasaba algo, así que no fuimos al parque.

Nos fuimos a jugar a su garaje y a los diez minutos de estar allí abajo nos lanzaron varias piedras a la puerta y nos asustamos un poco. La madre de mi amiga nos llamó para cenar y me preguntó si quería cenar allí, porque ya era un poco tarde. Yo le dije que sí, llamé a mi padre y le dije que me quedaba a cenar y me dijo que vale, y que luego me recogía él. Después de cenar mi

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padre no me cogía el teléfono, así que me tenía que ir sola andando, era ya un poco tarde, si recuerdo bien eran como las 22:30 o así. Le pedí a mi amiga una bicicleta y una chaqueta, porque en la bicicleta iba a tener frío. Me dejó una bici un poco pequeña, pero, bueno, me servía para llegar a mi casa. Me despedí de mi amiga y me marché rumbo a casa y, al parecer, la furgoneta rara seguía allí parada. Les di más rápido a los pedales porque, aparte de que me quedaba camino, tenía un poco de miedo. Como me vio acelerar, el anciano de la furgoneta arrancó y me persiguió.

La furgoneta se metió por un camino de tierra para adelantarme, llegué al bosque y estaba allí parada. Me acerqué a ella y no había nadie dentro, así que fui a coger la bici para irme y me cogió alguien por detrás. Intenté defenderme como pude, pero el señor tenía más fuerza. Llevaba una máscara horrible, me puso un pañuelo en la cara y me dormí. Me desperté en un garaje muy extraño, muy oscuro y con un colchón sucio en el suelo. No me acordaba de nada, y tampoco de dónde estaba.

Había una pequeña ventana y me intenté escapar por ella, pero mientras escalaba la pared entró ese señor raro, me cogió de los pies y me tiró al suelo, me golpeó con un bate de béisbol en la espalda y me ató a una silla. Al rato bajó otra vez y me dejó comida y me desató las manos de la silla. No comí nada porque podría haber llevado algo esa comida. Se dejó la puerta abierta, salí despacio y, con cuidado, me agaché detrás del sofá. Se había quedado durmiendo. Entonces salí de la casa, pero el perro que tenía empezó a ladrar, me asusté y eché a correr por si se despertaba. Corrí y corrí y al fin pude llegar a casa. Se lo conté todo a mis padres y me dijeron que llamarían a la policía. Al cabo de dos horas llegó la policía y me hizo unas preguntas sobre cómo era el hombre, pero no pude decirle nada porque siempre llevaba esamascarafea.Lapolicíasefuesinhaberpodidoresolvernada.

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Entonces, llegó la noche de Halloween, y yo estaba un poco asustada por lo que me había pasado. Un rato después vi a un hombreconlamismamáscaraqueaquel señorquemesecuestró, lo perseguí hasta una furgoneta idéntica a la del señor del otro día y allí se quitó la máscara, le eché una foto y me quedé con su cara. Se lo dije a mis padres y llamamos a la policía, les enseñé la foto y me dijeron que a ese hombre lo llamaban el Sospechoso, porque era muy raro y no se relacionaba con nadie.

La policía sabía dónde vivía. Fuimos por la noche y le vimos por la ventana, entramos a su casa y le pegamos un susto, los dos policías le cogieron las manos y le pusieron las esposas y otro policía, mi padre y yo bajamos a ese sótano, donde yo había estado metida, y había un saco con un cuerpo. Al parecer, era él el que mató a esas cuatro personas, lo tenía muy callado, nadie pensó que podría haber sido él.

Al final sigo viva, con la espalda un poco dolida, pero estoy orgullosa de haber podido escapar. Cuando duermo, sueño con esa historia que me pasó, y mi madre, la graciosa, me pegó un susto al despertarme. Lo pasé mal, en verdad, así que no creo que vaya más sola a casa de mi amiga, y menos por ese bosque. ¡Ja, ja, ja! Feliz Halloween…

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ÉL

por Juan Navarro González

Como cualquier día, esa noche estaba siendo una normal, tranquila, aunque, la verdad, no veía a nadie por la calle, a través de la ventana, pero pensé que podría ser porque al día siguiente todos volvíamos a la rutina, ya que era domingo. Mis padres estaban ya acostados y, por el silencio que había en la casa, podría pensar que hasta durmiendo se encontraban. Me encanta quedarme “solo” en mi casa, aunque estuvieran durmiendo, pues me siento libre de poder andar a mis anchas, hacer lo que quiera, y la verdad es que esa noche no era diferente. Me dirigí a la cocina aporagua, porqueporlas noches bebo mucha,pero enel camino del salón a la cocina vi cómo la puerta del baño, el que se encuentraalaizquierdademihabitación,alfinaldelpasillo,estaba en movimiento, se estaba cerrando. A primera vista no le di importancia, pensé que podría ser el viento o alguno de mis padres, aunque me pareció raro, ya que ellos tenían un baño en su habitación, pero, bueno, yo seguí hacia mi meta.

Al volver de la cocina, que estaba más fría que de costumbre y con un olor a podrido cuya procedencia no sabía, continúe mi camino... Estabayaun pocoadormecido, hastaque vi dos puntos blancos, pequeños, en la pared del pasillo, dos puntos que parecían dos pupilas bien abiertas, como si quisieran mirarme bien. Nunca había visto eso en mi pasillo. A su vez, sentí una rara sensación, sentía que todo estaba bien y a la vez no, sentía que me vigilaban. En ese momento aceleré el paso, al igual que mi corazón y respiración se aceleraron. Me dio tiempo a llegar a mi

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habitación y encerrarme en ella, aunque, si lo hubiera sabido antes, nunca habría echado el pestillo. Después de ese momento incómodo y tenebroso, me quité de encima ese miedo que llevaba desde hacía un rato y por el cual no paraba de pensar qué podría haber sido eso. Justo cuando me sumergía en mis pensamientos, se oyó un enorme ruido desde la cocina y, desde ese momento, ya sabía que estaba pasando algo en mi casa.

De repente, mi habitación se me hizo pequeña, me faltaba hueco para esconderme, no podía hacer nada, ya que el miedo me tenía paralizado, y todo porque yo sabía que mis padres no podían ser, dado que por las noches no se paran en la cocina porque dicen que el pasillo por la noche les da miedo. Ahora lo entiendotodo, pero…¿quépodríaseralo queellos temían?¿Sería lo que he visto yo lo que ellos, en su tiempo, vieron?... Mil y una preguntas revolvían mi cabeza. “Ya tenía bastante entre los dos puntos blancos de la pared como para ahora escuchar ruidos en la co…”. Ni terminar la frase pude cuando, de la nada, se empezaron a oír ruidos por la pared de fuera de la casa, ruidos como si unas uñas largas y rígidas rasparan la pared. Se oyeron por un largo tiempo dando vueltas por fuera, como si alguien estuviera pegado a las paredes arañando el exterior de la casa, pero hubo un momento en el que yo ya sabía que algo estaba pasando, no podía ser una persona, ya que el ruido subió a la segunda planta y desde afuera no había forma de subir.

En ese preciso momento me tranquilicé, sentí una paz que poco después no encontraría. Pensé que podría ser un búho, un pajarillo intentando buscar un hueco para huir del cruel frío que se pasaba por las noches o hasta una simple ardilla buscando dónde esconder sus bellotas. Nada más terminar el ruido de sonar, me dirigí a la ventana para ver si podría saber qué animal era, cuando, de repente, al abrir las cortinas vi en la penumbra

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de la noche una cara pálida, con las pupilas dilatadas, una nariz alargada y una boca que dejaba ver unos dientes torcidos. Me quedé sin habla, las piernas me temblaban y mi mente se quedó de un momento para otro en blanco. Sentí que esa noche algo pasaría, no sabía quién era, ni qué hacía ahí, ni cómo había subido…

Yo solo cerré las cortinas de un soplo y, con sudores fríos recorriendo todo mi ser, corrí hacia la puerta para intentar quitar el pestillo e intentar salir corriendo hacia la habitación de mis padres para no estar solo y sentirme protegido. No podía quitar el pestillo,daba manotadas, estirabatodo contal dequitarlo. Los nervios, la ansiedad y el temor se apoderaron de mí. No sabía qué hacer, solo correr a su habitación. En ese momento en el que intentaba quitar el pestillo, con manos torpes, sentía que se acababa mi tiempo. Todo a mi alrededor se sentía como de película, como si fuera todo mentira y en cualquier momento pudiera detener la escena. Ojalá hubiera sido así. De la nada y sin previo aviso, la ventana de mi habitación se abrió y, en ese preciso instante, sentí que me iba la vida en ello: en abrir la cerradura.

Conseguí abrirla en el mismo momento en el que pude ver su esquelético y esbelto cuerpo meterse hacia la habitación y, entonces, cerré lapuertade un porrazo, aunquenosirvió paranada. Al darmelavueltaparasalircorriendohacialahabitación demis padres, vi que se encontraba detrás de mí la misma persona. Me miraba con ojos como si yo fuera su presa, como un lobo mira al corderito al que va a matar. Vi la muerte en esos brillantes ojos blancos, que tenían una mirada penetrante en mí. Justo en ese instante sentía que era la misma muerte, ella era, yo sentía, pensaba, con lágrimas en los ojos, que ya venía a por mí. No podría describir ese momento mejor que el momento que sientes

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antes de que te maten. Yo ya, llorando sin piedad, pero sin lágrimas en los ojos, sentí cuando me puso su mano derecha en mi hombro, esa sensación de un cubito de hielo, helado, duro; pero al quitarla se sentía ardiendo, como una marca de fuego.

En ese mismo momento, ese ser que se encontraba delante de mí, ese mismo por el que no me salían palabras, ya que parecía que me había robado la voz, me levantó en peso de los hombros y, aunque intentara moverme, me sostenía con más fuerza. Arrimó su cara a la mía y, al fin, pude saber de dónde provenía esa peste de la cocina: era él todo el tiempo. Justo al arrimarla sentí que se llevaba algo de mí, algo muy preciado, algo…

¡Joder! ¡Dios mío! ¡Otra vez no, por favor! Volví a despertarme de esa pesadilla, volví a verle, volví a estar cerca del ser que no salía de mi mente. Todas las noches, desde esa, tan simbólica, soñaba lo que pasó esa noche, esa miserable y horrible noche. Esa noche en la que sentí el verdadero miedo a la muerte y desde entonces sabía que no estaba preparado para ella, para la muerte. La psicóloga me dice que es mi mente, pero yo lo sentí, lo viví, lo vi. Todo esto es culpa de él, el maldito él.

Revista de narrativa
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Por fin llegó el día de trasladar todas mis pertenencias a la nueva casa y despedirme del que toda mi vida ha sido mi hogar. La verdad es que estoy muy emocionado por independizarme, pero también muy nervioso, ya que viviré solo y nunca me he encontrado en una situación así.

Bajo de mi coche y veo que el camión de mudanzas ya está aquí, llevamos todo dentro de la casa y, una vez me han ayudado los amables trabajadores, se marchan. Mi madre me dijo que ella vendría también a ayudarme, pero al final acabé convenciéndola de que podía hacerlo yo solo y no necesitaba su ayuda.

Al rato de estar ordenando y amueblando la casa, me fijo en que hay un tocadiscos que no es mío en el salón. Imagino que se lo dejaron aquí porque no lo querrían, por lo que me acerco a la estantería que hay al lado y cojo un disco. The Beatles, suena bien.

Lo pongo y empieza a sonar una bonita melodía por toda la vivienda.

Un rato después, estoy en la cocina limpiando un poco el suelo y las ventanas cuando, de repente, dejo de oír la canción. Pienso que el gramófono estará roto o que el disco habrá terminado de reproducir todas las canciones que llevaba, pero, al volver al salón para ver lo que estaba pasando, empieza a sonar de nuevo, aunque esta vez la canción suena mucho más lenta que antes. Aun así, lo dejo estar.

Ya terminada la cocina, me dispongo a salir al jardín, pero me paro en seco cuando el tocadiscos vuelve a dejar de sonar,

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¿JUGAMOS, NIÑO?, por Nerea Vidal Tornel

así queregreso al salón, maspasalo mismo queantes: lacanción se pone otra vez y, ahora, mucho más lenta que las dos anteriores. Me asusto un poco, así que quito el disco y lo dejo de nuevo en la estantería. Pero algo me impide moverme porque, seguidamente, noto un fuerte tirón de mi camiseta hacia abajo. Si estoy solo, ¿qué está pasando? Bajo la mirada al suelo y veo a un niño pequeño vestido con ropa de abuelo corriendo alrededor de mí, a la vez que ríe. Cuando nota que lo estoy mirando, se va corriendo hacia la parte de arriba de la casa. ¿Qué hago? ¿Lo sigo? Sí, lo voy a seguir para saber el porqué se ha colado en mi casa. Voy detrás de él escaleras arriba hasta que me doy cuenta de que ha desaparecido y ya no está en ningún rincón de esta planta. Puede que haya sido mi imaginación, pienso, pero sería imposible porque he notado cuando me ha tirado de la camiseta y lo he visto con mis propios ojos.

Sin embargo, sigo desliando la casa y, sin yo tocar nada y habiendo dejado el disco en la estantería anteriormente, vuelve a sonar el tocadiscos. Ahora sí que me estoy empezando a asustar. ¿Ysi son solo paranoias mías?Vuelvo al salón para apagarlo y me quedo en shock cuando veo otra vez al niño de antes, pero en este caso está jugando con un trenecito de juguete enorme y, cuando me ve, empieza a correr otra vez con esa risa contagiosa que le hace parecer un ser inocente.

De nuevo, lo persigo hasta que lo veo metiéndose en un pequeño zapatero que hay en el pasillo del salón. Me dispongo a abrirlo cuando...

¿Jugamos, niño?

Pego un respingo y salgo corriendo de la casa. ¿¡Qué era eso!? ¿¡Pero no era un niño!? Del zapatero había salido una mujer mayor con la cara alargada, sin nariz y con quemaduras por todas partes.

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Sé que esto es real, que no es un sueño ni una alucinación, por lo que llamo a mi madre para contárselo y para saber si podría quedarme esta noche en su casa, pero, cuando me coge el teléfono, al otro lado de la llamada suena un ruido raro, y escucho:

¿Te enseño las reglas del juego?

Sé que esa voz no es la de mi madre. Me encuentro hiperventilando porque no sé lo que me está sucediendo.

A continuación, decido ir a casa de un vecino para contarle lo ocurrido y ver si me puede ayudar. Así que llamo al timbre y justamente me abre un abuelo, quien detrás tiene a la extraña señora mayor sin nariz y al niño de antes. Mis ojos se abren como platos e intento escapar lo más rápido posible, pero eso me es imposible porque algo me retiene.

―¡Hijo! ¡Hijo! ¿Estás bien?

Pero... ¿Mamá?

Sí, Alex, soy yo, ¿qué te pasaba?

―Nada, era solo una pesadilla.

Me levanto del sofá, en el que me había quedado durmiendo mientras elegía qué cuadro poner al lado de la televisión, y me dirijo al baño para echarme un poco de agua fresca en la cara.

Al llegar al baño me miro al espejo y veo una ligera sombra detrás de mí, me doy la vuelta y...

―Primera regla: haz lo que yo te diga o morirás.

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UNA NOCHE TERRORÍFICA, por Noa del Rosario Nicolás Aroca

3.º ESO

Hace dos años, la noche de antes de Halloween mis amigas y yo estábamos muy nerviosas porque al día siguiente era nuestro díafavorito del año, nuestroesperado Halloween. El díade antes ya teníamos todo preparado, los disfraces, el maquillaje y muchas cosas más, de verdad que no podíamos dormir de lo nerviosas que estábamos, así que hablábamos por el grupo de WhatsApp que teníamos, que se llamaba Nuestro esperado Halloween. Lo que habíamos pensado era salir del colegio e irnos a comer todas juntas al McDonald’s, ya que había un menú de terror. Cuando terminásemos de comer, cada una se iba a su casa a descansar y a prepararse, ya que iba a ser nuestra esperada noche.

Bueno, y así fue. Eran las ocho de la mañana y me sonó la alarma para ir al colegio. Me desperté toda ilusionada porque mi madre me tenía que maquillar de calavera, a mí me toco el color verde, cada una iba a ir de un color neón. Tuve mucha suerte porque el verde es mi color favorito y siempre lo elijo. Mi madre me estaba dejando guapísima, el maquillaje era como la silueta de la calavera y todo el borde de verde neón. Yo me encargué del maquillaje, así que fue todo cosa mía. Por fin estaba lista, solo me quedaba desayunar y salir corriendo, pues casi llego tarde, y mira que el colegio está al lado de mi casa.

Llegué al colegio y ya estaban allí todas mis amigas, iban guapísimas, aunque daban un poco de miedo. Entramos a clase y todos mis amigos iban disfrazados, daban muchísimo miedo. En clase hicimos actividades como, por ejemplo, crucigramas o

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contar historias de miedo y muchas más actividades terroríficas. Era última hora, ya casi nos íbamos a casa o, bueno, en nuestro caso a comer todas juntas. Por fin llegó la hora, salimos de clase y nuestras madres nos estabanesperando parallevarnosa comer.

Cuando llegamos, nos quedamos sorprendidas porque estaba todo superdecorado de Halloween, hasta las que trabajaban allí iban disfrazadas. Una de ellas, la que nos atendió, se paró a hablarcon nosotras ynos dijo queleencantabanuestro disfraz,que era superoriginal. La comida estaba buenísima, nos pedimos todas el menú especial Halloween y estuvo bastante bien. Se nos hicieron las cinco más o menos y decidimos irnos a casa a descansar para esa noche. Mi amiga Paula se vino a mi casa y estuvimos juntas hasta que nos juntamos con las otras. Se suponía que íbamos a descansar, pero para nada. Estuvimos hablando y planeado, el tiempo se nos pasaba lento porque nos aburríamos, no sabíamos lo que hacer, así que decidimos dormir un ratito.

Cuando por fin llegó la hora, nos volvimos a vestir y quedamos en un jardín del pueblo todas juntas. Íbamos a ir a la casa del terror que hacen todos los años en un colegio. Fuimos andando desde el parque hasta el colegio, que estaba más o menos cerca, y cuando llegamos, ¡madre mía, había muchísima gente! Nos pusimos a saludar a nuestros amigos y nos juntamos con otrogrupodeamigas.Despuésdemuchoratodecola,nostocaba entrar, casi estábamos nerviosas. Cuando por fin llegó nuestro turno y nos tocaba pasar, a una amiga le dio muchísimo miedo y no quiso entrar, pero, bueno, al final entramos nosotras, había una motosierra y todo, fue terrorífico, yo me cogía a personas que ni si quiera conocía, estaba asustadísima pero me lo estaba pasando superbien y riéndome. Estábamos en el final y sonó el ruido de la motosierra y ahí nos asustamos muchísimo, pero salimos de aquella oscura casa del terror y nos encontramos con la

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amiga que no quiso entrar y le contamos todo lo que nos había pasado.

Nos fuimos a un parque donde nos estaban esperando todos nuestros amigos del colegio. Finalmente, comimos pizzas en casa de una amiga, hicimos fiesta de pijamas todas juntas y acabamos la noche contando historias de miedo.

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EL DIARIO DE SARA, por Marina Mateos Martínez

Para poder entender bien por qué cuento esto con escalofríos por mi cuerpo, debemos remontarnos a agosto de 1997 en el sanatorio mental situado a las afueras de la ciudad de Murcia, en el cual trabajo como enfermera. Mi nombre es Alejandra y hoy, día 31 de octubre de 1998, voy a morir.

Era una calurosa madrugada para todos los pacientes que habitaban en el sanatorio. Esa noche me tocaba el turno nocturno, que se basaba en vigilar los pasillos. Pasaban las horas, dieron la una de la madrugada, las dos, las tres, y así hasta las ocho, hora en la que mi turno terminaba, pero sucedió algo que hizo que tuviera que quedarme durante el resto del día, y es que Sara, una denuestras pacientes más peligrosas debido asus grandes rasgos de esquizofrenia y psicopatía, no se encontraba en su habitación ni en ninguna de las instalaciones del lugar. Había salido del recinto y estaba desaparecida.

Pasaron días y días en los que el funcionamiento habitual del centro se vio interrumpido por la búsqueda de Sara, que acabó expandiéndose a las profundidades de la ciudad, aunque fuera algo ilógico que una joven con enfermedades mentales hubiera recorrido tantos kilómetros sola. Sin embargo, no había descanso para nosotros, el personal sanitario del centro.

Pasaron dos meses y no había ni rastro de ella, por lo que ya decidimos rendirnos y desistir delabúsqueda, hastaque una mañana que trascurría con total normalidad alguien conocido cruzó la verja y llamó repetidas veces al timbre. Cuando abrimos la puerta, nuestra sorpresa fue de lo más grande: era ella, era Sara.

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Dos meses después aún vestía con el pijama blanco, que por razones obvias tenía rasguños y manchas de barro, aunque ella no presentara ningún rasgo de deshidratación o falta de alimento o sueño, por lo que asumimos que algún vecino de la zona había tenido la hospitalidad de acogerla allí durante todo este tiempo, aunque no sabíamos el motivo de por qué nadie nos había avisado a nosotros o a las autoridades, ya que la muchacha salió en todos los noticieros y periódicos repetidas veces durante un largo periodo de tiempo. Después de un reconocimiento médico que, en efecto, nos demostró que la joven estaba en un buen estado físico, decidimos preguntarle cómo había conseguido salir delasinstalaciones,el motivodesu huiday,porsupuesto, dónde estuvo todo este tiempo.

Sara se había limitado a responder únicamente con cinco palabras que nos crearon más dudas de las que ya teníamos. Sus palabras eran: “No salí de la casa”.

Para ella y muchos otros pacientes aquel lugar era su casa, ya que muchos no tenían a dónde ir.

Teníamospensadodejar pasaresteincidenteyseguirconnormalidad,hastaqueunanocheen el comedor, alahoradela cena, Sara comenzó a gritarles a sus compañeros uno por uno números que en ese momento parecían aleatorios: 0170101999, 050101997, fueron algunas de las combinaciones numéricas que enunciaba. Cuando el ambiente en el comedor se relajó, trasladamos a Sara a su habitación, esta vez era una de máxima seguridad para evitar que se repitieran los sucesos anteriores. Mi turno había terminado, me fui a casa y descansé de estos días tan movidos.

A la mañana siguiente, una compañera me contó que vieron cómo Sara se repetía a sí misma otra extraña combinación mientras miraba su reflejo en un espejo de aluminio que estaba hecho para evitar accidentes indeseados. Los números que repetía una

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y otra vez eran 090101997. Seguimos sin darle demasiada importancia, lo asociamos a sus enfermedades, incluso creíamos que podía ser algún trauma causado en el tiempo que había estado desaparecida. Pero comenzamos a asustarnos cuando uno de nuestros pacientes falleció sin ningún motivo previo el día 5 de octubre de 1997, y nuestro miedo aumentó cuando descubrimos que los números que Sara le había gritado en aquella cena coincidían con el día de su fallecimiento. Con el paso del tiempo fallecieron cuatro pacientes más, en las correspondientes fechas quelajovenhabíamencionadoesanoche. Recordamos el suceso que mi compañera había presenciado en la habitación de la muchacha, por lo que decidimos vigilar a Sara durante el día 9 de octubre, ya que esa era la fecha que ella había predicho para su ida, pero nuestros esfuerzos fueron en vano, ya que en el momento en el que Sara cerró sus ojos para ir a dormir, nunca más los volvió a abrir, dejándonos a todos con una incertidumbre y miles de preguntas que ahora ya nunca tendrían una respuesta. Mientras recogíamos todas las cosas que habían pertenecido a la chica, encontramos debajo de la cama una especie de diario acompañado de un pequeño lápiz de carbón, objetos los cuales no sabíamos cómo habían podido llegar allí. Aunque pasaron múltiples ideas por nuestras cabezas sobre qué podía contener ese diario, no esperábamos, al abrirlo, que estuviesen todas las páginas llenas, de principio a fin, de nombres y más combinaciones numéricas. Ya sabíamos lo que eso significaba, pero jamás creí encontrar mi nombre entre aquella lista de nombres que desconocía.

Mi nombreera el último,yocerraba aquellalista,aunquedesconocíasi eseerael únicoejemplarquefueescrito porSara.Hoy ya ha llegado mi día, es 31 de octubre de 1998 y no importa de qué manera intente evitar este tipo de maldición que Sara arras-

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tró hasta mi lugar de trabajo, solo sé que este diario es la constatación, la prueba que demuestra que no voy a fallecer por causas naturales o por cualquier otro motivo médico razonable que quieran darle a esto.

Por último, me refiero a ti, seas quien seas: puede que esté equivocada, pero si algo me ha enseñado esto es que lo irreal es mucho más real de lo que creemos. Si no me crees, mira atentamente, porque ahí abajo está escrito tu nombre y, por lo tanto, también lo está tu respectiva fecha. Te deseo buena suerte, pero no tienes escapatoria.

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COMO CADA AÑO…, por Paula Navarro González

En la noche de Halloween, como de costumbre, cientos de niños se lanzan a las calles como locos para ir en busca de chuches y grandes sorpresas que les depara esta noche tan especial. Una niña del vecindario decidió ir a pedir chuches sola por primera vez, ella no tenía miedo, ya que había bastantes niños en la calle. Su madre le estuvo aconsejando que no hablara con desconocidos y, además, que, si veía cualquier cosa rara, la llamara cuanto antes. La noche iba bastante bien, la niña había conseguido todo tipo de caramelos; además, había llenado bastantes bolsas para sus hermanos.

Mientras ella hacía su recorrido, llegó a una calle oscura sin salida prácticamente, la cual le causó bastante miedo, y se dio la vuelta para regresar. Al hacerlo, una niña estaba detrás de ella, ambas se llevaron un susto, al no esperar que hubiera nadie. La desconocida empezó a llorar sin consuelo porque se había perdido y no encontraba a su familia. La niña que salió sola esa noche le dijo que la acompañaría a buscar a su familia sin problema.

Llegaron hasta unas casas abandonadas, un tanto viejas, sitio donde la niña decía que estaba su casa. Ellas seguían caminando hasta llegar a su casa, justo por donde la niña le iba indicando. Cayeron las doce de la noche, conocida por todos en el pueblo como la hora de las brujas. Justo a tal hora, ambas desaparecieron.

No se supo nunca más de las niñas desaparecidas, pero al siguienteHalloween ambas salieron enbuscade una nueva amiga.

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LA HABITACIÓN, por Irene Povedano Sarabia

¿Cuánto tiempo había pasado? Ya se había hecho esa pregunta varias veces, pero ni una sola vez había sido capaz de responderla: horas, días o semanas quizá, no lo sabía, lo único que Álvarosabíaes queestabacansado,llevababastantetiempo cansado para decir la verdad. Estas últimas semanas de universidad lo habían estado matando por culpa de los exámenes, por eso se había dormido en el bus que cogía siempre para llegar a su piso, acompañado por el relajante sonido de la lluvia. Él no había tenido la culpa, de verdad, la única culpable era la lluvia, la causante de que se durmiera y una vez despertara, alejado de su piso y cualquier rastro de civilización, se viera obligado a buscar refugio en el lugar más cercano, una vieja mansión a unos treinta metros de la parada de autobús.

Quizás sí tuvo él la culpa, quizás si se hubiera quedado en la parada esperando a que parara la lluvia o llegara otro bus no estaría en esta situación, pero el cansancio y la incapacidad de comunicarse por la falta de cobertura nublaron su juicio.

La mansión fácilmente tenía unos cien años de antigüedad, el polvo lo cubría todo a la vista y los cuadros colgados en las paredes ya no eran distinguibles por esta razón, debería haber prestadomásatención. Sorprendentemente,no habíahabitacionesen la planta baja, tan solo un comedor donde había una gran mesa que todavía estaba puesta, cinco platos, cada uno con tres cubiertos, y una copa. Al lado del comedor se situaba la cocina, en ese momento no se fijó en que la vajilla no estaba polvorienta como el resto de la casa, y, tal vez, si lo hubiera hecho, habría

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huido antes y, sin saberlo, habría escapado del destino que le esperaba. Después de observar el comedor, regresó a la entrada, donde observó que solo unas escaleras que llevaban a una planta superior le esperaban. Suponiendo que las habitaciones, seguramente, estaban allí, decidió subirlas. Ese fue su segundo mayor error, siendo el primero haber entrado en la mansión.

Llegando a la planta de arriba divisó tres puertas pegadas; detrás de él, un vacío dejado por todos los escalones que había recorrido. Debería haber entrado a la primera o a la tercera, tal vez así podría haber regresado a su casa, pero la segunda puerta, había algo en ella, algo más fuerte que él que lo atrajo hasta ella. Se acercó, poco a poco giró la manilla y… nunca debió abrir esa condenada puerta.

Lo que había detrás ni siquiera era capaz de comprenderlo. Cinco personas desnudas se arrodillaban en círculo, desnudas y con sangre manchándoles el cuerpo, ante un símbolo que no reconocía. En el centro, un altar hecho de huesos, madera y Dios sabe qué más. Pero eso no fue lo peor, lo peor fue la criatura que se alzó de repente frente al altar. Si tuviera que describirla, no podría. Cada vez que intentaba recordarlo su mente le fallaba y se sentía un pasó más cerca de la locura, era un ser más allá de la lógica y de la existencia humana. Nadie en esa sala reconoció su presencia, pero sus pasos hacia atrás ya habían comenzado y, entonces, cayó.

Y nunca paró de caer, todavía sigue haciéndolo, quizás fue su castigoporinterrumpirlaceremonia,nuncalosabría.Ahorasolo pensaba en qué lo mataría antes, si el cansancio o la locura, lo que antes ocurriera, y cuando pasara estaría agradecido.

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SOLO EN CASA, por Adrián Alfonso Pérez Alarcón

Una noche fría y con lluvia se encontraba un joven llamado Jalfonso en su casa, sus padres se habían ido a trabajar, dejándolo solo. Estando en su habitación, tenía pendiente una tarea importante que le había enviado su profesor de Lengua, pero no es que fuera un gran estudiante, al contrario, no se preocupaba por sus estudios y solo iba a clases para molestar, así que decidió dejar de lado el trabajo que tenía que hacer y preparó su mochila para el día siguiente.

Dando por concluido su pésimo estudio del día, se levantó de su silla y fue a por su móvil, que estaba en la cocina. Cuando salió de su habitación pasó algo extraño: las luces del pasillo para llegar a la cocina se apagaron de repente, y no se volvían a encender ni apretando el interruptor, pasando de ser un pasillo alegre eiluminado aun pasillo oscuroyterrorífico. Además,Jalfonso le temía a la oscuridad, siendo esta situación muy difícil paraél.Jalfonsono estabadispuestoapasarporeseescalofriante pasillo, pero tampoco estaba dispuesto a quedarse sin su apreciado móvil, así que se preparó psicológicamente para atravesarlo y empezó a correr hacia la cocina. Cuando llegó, intentó encender la luz, pero tampoco iba. Jalfosno se puso a buscar el móvil a oscuras y, repentinamente, se escucharon unos pasos cerca de él, lo que le hizo correr de nuevo hacia su habitación.

Jalfonso se encerró allí y, muy aterrorizado, procesó lo que había pasado. Había escuchado unos pasos justamente detrás de él; sin embargo, Jalfonso estaba solo en casa, se puso a pensar

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qué podría estar pasando, llegando a pensar que podría haber alguien más en su casa, pero dejó estas ideas de lado y llegó a la conclusión de que, entre la lluvia y el miedo, había sido su imaginación.

De nuevo, Jalfonso se preparó para ir otra vez a la cocina y coger ya su preciado móvil, así que se fue corriendo por segunda vez a buscarlo y esta vez lo encontró, volviendo a toda velocidad a su cuarto con una felicidad inmensa, pero no duró mucho esta felicidad cuando se enteró de que la red wifi de su casa no funcionaba, pasando su móvil de ser un bien muy preciado a un trozo de chatarra. Jalfonso estaba viviendo una pesadilla, estaba solo en casa con poca luz, de noche y, encima, sin wifi, así que, mientras Jalfonso se estaba quejando de todo, no tardó en percatarse de algo muy raro: miró su escritorio y estaba el libro de Lengua encima con un folio y un papel. Jalfonso, confuso, volvióaguardarellibroysusmaterialesenlamochilay,derepente, escuchó un golpe muy fuerte fuera de su habitación. Jalfonso, asustado, salió de su habitación a ver lo que pasaba y, cuando miró la entrada de su casa, se quedó perplejo.

Vioqueestabaabiertay, además,habíaunapersonaenfrente, pero con la oscuridad no se podía ver quién era. Jalfonso, temblando, le preguntó quién era, y aquella persona empezó a acercarse lentamente a Jalfonso. Jalfonso advirtió que tenía algo en la mano, dándose cuenta un segundo después de que era un hacha, así que, más aterrorizado aún, empezó a correr hacia su habitación y cerró la puerta con pestillo.

No se podía creer lo que estaba pasando, había una persona con un hacha en su casa. Jalfonso cogió su móvil y empezó a llamar a su padre, pero al no haber wifi no podía hacer la llamada. De repente, se abrió la puerta de un golpe y entró aquella persona,ibatotalmentevestidodenegro,deportivasnegras,pan-

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talones negros, un chubasquero de la marca Desigual cubriéndole con la capucha la cara y estaba sujetando un hacha con las manos. Jalfonso, aterrorizado, le suplicó a aquel hombre que no lehicieradaño y estapersonase quitólentamente lacapucha que le cubría su rostro. Jalfonso se quedó sorprendido: era su profesor de Lengua.

El profesor de Lengua le empezó a explicar qué hacía en su casa y los planes que tenía. Resulta que era demasiado perfeccionista y quería que en sus clases los alumnos fueran perfectos y sacasen dieces, así que, cuando veía a un alumno problemático o que sacaba poca nota, lo asesinaba y hacía desaparecer el cadáver. En el caso de Jalfonso, le explicó que entraba en el estándar de alumno problemático y tenía que ser exterminado. Después de explicarle sus intenciones, Jalfonso intentó defenderse tirándole el móvil a la cara, pero apuntó mal y no le dio, así que su profesor se acercó rápidamente a Jalfonso, asesinándolo con el hacha y cumpliendo así su objetivo de tener la clase más perfecta de todas.

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DON POLLO Y SU OSCURO NEGOCIO, por Juan Carlos Abril Pérez

Era un lunes a las siete de la tarde y estaba en el gimnasio, tocaba pecho con mi compañero Ismael. Al terminar, Ismael y yo salimos andando por el camino que siempre tomamos para volver a casa. Pasaron cinco minutos y por detrás de nosotros se acercó un hombre llamado el Chules, que también iba a nuestro gimnasio y que parecía ser que toma el mismo camino. Cuando el hombre se acercó, nos dijo: “Te pillé”.

Al principio, Ismael y yo nos reímos, pero cinco segundos después una furgoneta negra con llantas blancas se acercó a toda velocidad. De ella se bajaron dos hombres: uno tenía un saco y el otro, un machete. El del machete se acercó a Ismael y de un tajo le cortó el cuello; el del saco se acercaba a mí para ponerme el saco en la cabeza, mientras él y el Chules me arrastraban a la furgoneta y me dieron un golpe que me hizo perder el conocimiento.

Al despertar estaba sentado en una silla de metal, atado, y enfrente había un hombre negro de dos metros y muy ancho. El hombre se presentó como el Carros, provenía de un pueblo de México llamado Mamitas Puebla y explicó que había venido a España para secuestrar a jóvenes y llevarlos de vuelta a México para utilizarlos de esclavos y traficar con ellos. Yo le pregunté que por qué solo a mí, y a mi compañero Ismael no lo secuestró y lo mató, y respondió que los jóvenes eran elegidos y observadosdurantemesesparacomprobarquefueranbuenosparatareas para su jefe, al que llamaban Don Pollo.

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Yo me asusté mucho, ya que no quería ir a México y que me tratasen de esclavo, pero no podía hacer nada. Al terminar de hablar con el Carros, los dos hombres de antes se acercaron y me llevaron a una habitación muy pequeña donde no había nada y me encerraron, a la espera del próximo transporte para México. Después de unas horas, vino el Carros con sus dos hombres a recogerme, porque el transporte hacia México había llegado. Al salir vi cómo había un montón de jóvenes que eran llevados al mismo lugar.Alsalirdel complejo vi queestábamos cerca deunpuertodondehabíaunbarcoesperandoparallevarnos.Nos metieron a todos dentro del barco y nos ataron. A mi lado había otro joven que, probablemente, tenía la misma edad que yo y comencé a hablar con él, me dijo que estaba muy asustado y que quería volver con su familia. También me contó que sus amigos lo llamaban Soyer y que a él también lo secuestraron en la calle.

Después de quince minutos, el barco hizo un ruido muy alto y empezó a moverse, a lo que Soyer me dijo que había encontrado un clavo oxidado en el suelo y me pidió que le ayudara a cogerlo. Con mucho esfuerzo logró coger el clavo y logró cortar la cuerda que me ataba, y aproveché para liberar a Soyer y al resto de jóvenes. Pero un hombre de guardia nos vio y dio la alarma. Soyer y yo corrimos a la cubierta del barco y nos encontramos una lancha de emergencia; mientras los guardias se entretenían con los otros, Soyer y yo aprovechemos para, a toda prisa, coger la lancha, subirnos e irnos corriendo.

Después de mucho esfuerzo conseguimos subirnos a la lancha y logramos escaparnos, nos tocaba remar mucho hasta volveralaorillay podercontactar conlapolicíapara querescataran al resto. Pero un guardia con una ametralladora empezó a dispararnos para evitar que huyéramos. Casi todas las balas fallaron, excepto una, que le dio a la lancha, que se fue desinflando poco

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a poco. Soyer intentó tapar el agujero mientras yo remaba, pero fue inútil: al cabo de un rato la lancha ya no servía y nos tocó ir nadando.

Estábamos cerca de la costa, pero Soyer no tenía fuerzas y poco a poco se iba cansando más y más, hasta que lamentablemente dejó de nadar y se fue ahogando poco a poco. Intenté ayudarlo, pero eso me iba a perjudicar a mí, por lo que tuve que dejar que se ahogara para poder llegar a la orilla y poder denunciar la organización de Don Pollo.

Conseguí llegar de milagro y fui corriendo a la comisaría más cercana para denunciarlo.

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LA HABITACIÓN, por Gisela Egidos Ruiz

En una noche fría y lluviosa de invierno, cuando yo dormía plácidamente y todo estaba en absoluto silencio, empecé a escuchar un ruido que parecía venir de la casa de al lado.

En ese mismo momento me incorporé para ver qué estaba sucediendo y, al levantarme, me llevé un gran susto al ver que había un agujero negro a los pies de mi cama que cada vez se iba haciendo más grande hasta que, en un momento, mi cama y yo caímos en él.

Dentro de ese agujero había un tobogán por el cual yo me deslizaba a toda prisa y, cuando me quise dar cuenta, mi cama había desaparecido.

Seguí deslizándome hasta llegar a un túnel completamente oscuro y me choqué con lo que, por su voz, parecía ser una mujer, que me decía que el sitio en el que estaba no era seguro, ya que, me explicó, cuando ella llegó allí perdió la vista. De repente, algo me cogió de la mano y con toda su fuerza me tiró hacia adelante. Esa “cosa” me había llevado a una habitación con un cuadro en el que se veía a una familia feliz, una mesa con comida y una mecedora antigua.

Cuando miré de nuevo el cuadro me di cuenta de que el rostro de la madre se estaba difuminando en sangre. Tal fue mi susto que caí en la mecedora cuando la mujer de aquel cuadro se encontraba sentada en ella, me cogió muy fuerte de los brazos y meató ala mecedora, haciéndolagirarmuy rápido, hastaque me desmayé del mareo.

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Cuando me desperté de aquel mareó, aparecí en otra habitación diferente llena de niños, los cuales estaban siendo descuartizados por el vecino de al lado.

Cuando él me vio, me dijo que ese agujero lo había creado para que yo llegase hasta ahí y descuartizarme igual que estaba haciendo con todos esos niños. El único requisito que me puso para salir de ahí viva fue que tenía que encontrar una llave, que me llevaría de vuelta a mi habitación, antes de que pasaran cinco minutos.

Me puse muy nerviosa a buscarla por todos lados cuando, de repente, una mano misteriosa apareció detrás de un mueble y me dio un manojo de diez llaves que yo tenía que ir probando en la puerta hasta encontrar la correcta.

Cuando me quedaba un segundo de tiempo, la última llave fue la que abrió esa puerta que daba a mi habitación y se cerró rápidamente el agujero negro con mucha fuerza, tirándome a la cama de nuevo.

En ese momento escuché una voz que me llamaba: era mi madre despertándome para ir a la escuela, y ahí fue cuando me di cuenta de que todo había sido un sueño y de que nada de lo que había pasado era real.

Al volver de la escuela, entré en mi habitación con miedo y me di cuenta de que había una mancha negra en el suelo justo dondeestaba esesupuesto agujeronegro demi sueño. Nolo tuve en cuenta, pero algo en mi interior me decía que el sueño había pasado realmente.

Después de eso, mi madre me llamó para ir a comer y, mientras comíamos, le conté lo que había soñado. Ella me dijo que también notaba algo extraño en el vecino, pero que siempre había sido muy simpático con la familia. Intenté dejar el tema de lado y seguir con mi vida normal, pero después de una semana el vecino llamó a mi casa preguntando por mí porque necesitaba

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bajar unas sillas al sótano de su casa y él solo no podía. Me asusté un poco, pero mi padre aceptó y tuve que acompañarlo. Cuando llegué a su casa y abrió la puerta, me vino un olor extraño que venía del sótano. Él comenzó a bajar todas las persianas porque, decía, entraba mucho calor; a mí me pareció sospechoso, ya que era invierno. Él me dijo que bajara al sótano mientras que iba a por un refresco a la cocina, y yo fui rápidamente. Cuando estaba bajando las escaleras hacia el sótano, intenté encender la luz, pero me di cuenta de que no funcionaba. Seguí bajando sin ver nada. Cuando llegué, el olor que había cuando entré a la casa se intensificó y, justo detrás, bajó mi vecino, al que le pregunté de dónde venía ese olor, a lo que él me respondió: “Tú también olerás así dentro de poco”. En ese momento entréen pánico, intentébuscarmi móvil parallamaramis padres y me di cuenta de que me lo había dejado en casa. El vecino empezó a acercarse a mí y prendió una cerilla para encender un candelabro que tenía a mano. Cuando la luz iluminó el sótano, vi cadáveres de niños tirados por las esquinas y empecé a llorar desconsoladamente. Intenté escapar, pero mi vecino enchufó la motosierra amenazándome para que no saliera, después se fue y me encerró. Perdí la cuenta del tiempo que llevo aquí al segundo díay supongo quenollegaréal quinto,puesto que estaes lacarta que estoy escribiendo antes de morir.

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DESCONOCIDOS, por María José Rodríguez Fernández

Érase una vez, en un pueblo muy lejano, un niño llamado Fran. Él era un niño de quince años el cual estudiaba 4.º de la ESO y tenía muchos amigos.

Un día cualquiera unos amigos virtuales de otro pueblo, de la edad de él supuestamente, los cuales conocía por la red social Instagram desde hacía varios meses, le hablaron y le dijeron que iban a ir a visitarlo, ya que nunca se habían visto en persona. Fran aceptó el plan, aunque le parecía un poco raro que lo visitaran desde un pueblo tan lejano al suyo.

Llegó la tarde, se vistió, hizo los deberes, merendó y se fue a conocer a sus amigos virtuales. Habían quedado en un parque el cual Fran no conocía, se puso el Google Maps y fue hacia ese parque, llegó y era un parque un poco raro: columpios rotos, farolas rotas, sin gente… Fran se quedó un poco asombrado al ver ese parque tan solitario. Se sentó en un banco que había y llamó a sus amigos para ver qué les quedaba para llegar. Le respondieron que iban ya de camino.

Fran vio a alguien llegar a lo lejos, bajando de un coche de alta gama, y pensó que eran sus amigos, aunque no sabía muy biencuáles eran sus caras.Seibanacercando. Fran sedio cuenta de que eran personas de unos veinte años a simple vista. Se acercaron y empezaron a hablar con él de los videojuegos a los que jugaban virtualmente. Fran estaba extrañado, ya que, aunque fuera todo bien, sentía que ya le habían mentido en la edad y estaba un poco desacostumbrado a que le pasara esto.

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Todo iba bien hasta que invitaron a Fran a su casa a cenar. Él, extrañado, aceptó, semontó ensu cocheyfueron parasu pueblo, aunque estaba un poco lejos. En el coche lo llamó su madre, Elena, y le dijo que dónde estaba, que ya era tarde; él le respondió que no se preocupara, que estaba en el parque de al lado de su casa, queiba enseguida(mintiéndole),y colgó. Tras pasaruna hora, por fin llegaron al pueblo y a la casa de sus amigos, se bajaron del coche y entraron. Decidieron cenar y, mientras hacían la cena, Fran les dijo:

Deberíamos cenar rápido, que no puedo llegar muy tarde a mi casa.

Sus amigos empezaron a reírse y lo ignoraron. Él se asombró y decidió sentarse en un sofá que había allí. De repente, salió de la cocina un amigo de Fran con un cuchillo en la mano y se le acercó. Se asustó y se puso a correr por la casa buscando la puerta, la encontró y vio que estaba cerrada. Su amigo lo pilló y le dijo:

―No huyas o va a ser peor.

Fran, sin saber qué hacer, siguió corriendo por la casa. Se encontró a otro amigo, el cual ya no llevaba un cuchillo, sino una navaja. Fran seguía huyendo por la casa hasta que, de repente, se encontró en una habitación sin otra alternativa que salir al pasillo, que es donde estaban esperándolo. Se acercaron sus amigos con el cuchillo y la navaja y le dijeron:

―Te hemos dicho que, si huías, iba ser peor.

Fran, todo asustado, no sabía ya qué hacer y se acordó de que llevaba el móvil en el pantalón, lo sacó corriendo y llamó a su madre. Mientras que se le acercaban riéndose con el cuchillo, se pusieron una máscara negra y la navaja en la mano; al ver que estaba llamando a su madre, le tiraron el móvil al suelo y se lo rompieron. Cada vez se acercaban más con los ojos muy hinchados, riéndose y con el cuchillo y la navaja en la mano, hasta que

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un amigo hizo el gesto de ir a pincharle. Fran le cogió la navaja y se la hincó en la barriga, cuando, de repente, el que llevaba el cuchillo se quitó la máscara y le dijo:

―¿Qué has hecho? La acabas de cagar.

De repente, llega a la casa la policía con la madre de Fran y salva a su hijo rompiendo la puerta. La policía se lleva detenidos a los amigos de Fran, ya que se hicieron pasar por alguien que no eran a través de Instagram y por el intento de matar a Fran. Lamadrede Fransupo queestaríaallí porquefuea buscara Fran al parque cuando no estaba, y fue a comisaría a ver si podían buscar alguna solución, e hicieron un seguimiento del móvil de Fran antes de que se lo rompieran, y gracias a ello Fran se salvó y, a día de hoy, los de la casa fueron condenados a un año de cárcel.

Ahí fue cuando Fran se dio cuenta de que hizo mal en fiarse de personas a las cuales solo conocía a través de una pantallita y, después de ese susto, no volvió a quedar con nadie que no conociera.

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UNA NOCHE EN EL CAMPO, por Ana Adán García

Cuandoerajoven,tendríaunosdieciséisaños,nos pasábamos los días de verano en mi campo, que estaba un poco retirado del pueblo, pero se llegaba en unos treinta minutos andando. El campo tenía piscina y era una casa grande con varias camas, por lo que solíamos ir a comer, pasar la tarde de fiesta e incluso quedarnos a dormir. Éramos un grupo de nueve chicas muy unidas entre nosotras, pues nos conocíamos desde los tres años.

Una noche, cuando llegó la hora de volver, mi madre estaba de cena y no podía venir a por las tres que quedábamos en el campo y decidimos irnos andando. Era la una y media de la madrugada y ya empezaba a hacer frío. Para llegar al pueblo teníamos que cruzar una pasarela que servía para pasar sobre las vías del tren. Cuando estábamos subiendo, empezamos a escuchar unos ruidos y, conforme más subíamos, más fuertes. Cuando estábamos llegando a lo más alto, vimos a unos veinte metros a dos hombres de unos treinta años con malas apariencias sosteniendouna jeringuillay a unamujer enel suelo. Intercambiamos miradas y empezamos a correr, parecía que no venían detrás, pero entonces el problema era que ese era el único camino. A mí semeocurriópasarporlasvíasdeltren,yaquehabíaunpequeño camino, pero los matorrales eran igual que nosotras de altos y nos daba mucho miedo, nos armamos de valor y empezamos a cruzar. Vimos a los hombres en el mismo sitio forcejeando con la mujer, que al parecer se había despertado. Aceleramos el paso cuando, de repente, tiraron a la mujer, que cayó a nuestro lado,

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ella estaba agonizando y pidiéndonos ayuda, pero los hombres, al vernos, empezaron a venir corriendo hacia nosotras. Intentamos llamar a la policía mientras corríamos, pero no había cobertura y cada vez estaban más cerca. Cogieron a una de mis amigas y nos amenazaron con matarla si no nos parábamos y, justo cuando lo hicimos, le dispararon y nos apuntaron a nosotras. Yo, en ese momento de estrés, preferí salvarme y dejar a mis amigas atrás, ya que llevaba mi patinete eléctrico y podía huir más rápido. Acudí directamente a la comisaria y, cuando estos llegaron, se encontraron la sangre, pero no había ningún cuerpo.

Finalmente, setenta años después seguimos sin saber nada de ellas.

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SEIS DESEOS, por Miriam Palazón Gambín

La historia comienza con una joven de diecisiete años llamada Emma, que vivía en EE. UU. Era su primer año allí, ya que se tuvo que mudar de ciudad tras el divorcio de sus padres. Era una joven de cabello moreno, bella y de ojos color miel. Emma empezó de estudiante en un nuevo instituto sin saber lo que le esperaba. Su primer día conoció a un chico que estaba sentadojunto aella, llamado Ryan.Sehicieronmuy buenos amigos, comieron juntos, charlaron juntos y hasta la acompañó a su casa, que era de clasemedia,pequeñapero cómodaparados personas, ya que no tenía hermanos.

Emma era una chica muy insegura, no le gustaba nada su cuerpo ni nada suyo, así que empezó a manifestar y hacer conjuros para atraer cosas. Emma empezó a leer muchas cosas satánicas y le empezó a interesar mucho ese mundo, lo que no sabía era qué ese mundo le iba a traer muy malas consecuencias. Al día siguiente de hacer un conjuro, Emma se levantó con un cuerpo precioso y cara perfecta. Cuando llegó al instituto, todos la miraban, era como la popular del instituto.

Ella se sentía muy aludida, ya que era como un bicho raro y nadie le hacía caso. Al llegar a casa se encontró una caja un poco espeluznante, tenía telarañas y estaba cerrada. Al llegar a su habitación, de repente, se abrió y llevaba una especie de manual. Emma lo leyó, ponía que se le concedían quince deseos. En ese momento saltó de alegría, lo que no sabía ni leyó era que, a cambio de un deseo, mataba a alguien importante para ella. Había una chica de su salón llamada Sophia que le caía muy mal, así

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que un día que Emma estaba en casa sola dijo: “Qué mal me cae Sophia, se cree alguien y no es nadie, ojalá se muera”. Al día siguiente se dijo en las noticias que, misteriosamente, se había encontrado a Sophia colgada del techo, degollada, y sangre suya puesta en la pared que decía: “Tú eres el siguiente” y tres eses. Todos se quedaron espeluznados al ver que Sophia estaba colgada del techo con los ojos sacados y la boca cosida.

Emma llegó a su casa muy asustada y fue a la caja. Cuando la vio, se quedó boquiabierta, pues estaba abierta y ponía: “Te quedan catorce deseos”. En ese momento supo que el culpable de la muerte de Sophia era la caja de los deseos. Emma se volvió loca y empezó a pedir deseos a lo loco. Al día siguiente vio a su padre muerto en un círculo satánico y, alrededor, una secta satánica llamada SSS (Secta Satánica Sangrienta). Le preguntaron si se quería unir a ellos. Emma aceptó, pero ellos le dijeron que si traía a un acompañante la dejarían entrar, ya que eso iba por parejas.

Emma llamó a Ryan y le pidió si podía venir a su casa, que tenía una dudilla en Matemáticas, él aceptó y fue. Al ver el panorama, Ryan se quedó flipando, con la cara pálida. Preguntó qué era eso, Emma le explicó todo y que necesitaba su ayuda, él aceptó porque decía que sus sentimientos hacia ella eran que no podía estar sin ella ni un solo minuto, ya que estaba locamente enamorado. Al aceptarlos dos, el líderdelasecta dijo queestaba allí porque se le habían acabado los deseos a Emma y la tenían que llevar con su secta y, si se negaba, la degollarían.

Empezaron a matar gente a lo loco: torturaban a jóvenes, los metían en unos contenedores y se esperaban a que se pudrieran los cuerpos para experimentar con sus huesos y partes. Luego, había otros a los que les sacaban los ojos en forma de equis y les cosían la boca, los colocaban en un árbol con la soga al cuello y ahí se quedaban recreando “El árbol de los muertos”, uno de los

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sacrificios satánicos del libro de brujería de la regla de las tres eses. Ryan y Emma cogían a jóvenes y los engañaban diciéndoles que, si los seguían, iban a ir a un lugar virtual y tecnológico. Cuando llegaban, echaban gas especial para dormirlos.

Emma y Ryan se unieron el uno al otro y los cogían y hacían experimentos con ellos, metiendo cosas extrañas para ver cómo reaccionaba. Les cortaban los miembros y los guardaban en botes y luego los metían en congeladores. Lo más perturbador era que se comían su cerebro: primero lo cocinaban y luego se lo comían medio crudo para ver qué se sentía. Eran psicópatas sin ninguna piedad. Los metían en trampas con pinchos, les arrancaban la piel para hacer parches o ropa, a muchos de ellos les quitaban la piel en vivo, les echaban ácido, hasta llegar a la muerte más triste del mundo. Lo que más hacían era, si no querían ser parte de la secta o se chivaban, cortarles la cabeza en la guillotina o coserles la boca por chivatos.

Y esta es la historia de los seis deseos y la secta satánica de las tres eses.

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EL TIOVIVO, por Nazaret Blaya Martínez

Una tarde de octubre, como cualquier otra, me dispuse a ir al centro comercial la Nueva Condomina con mis tres amigas: Lorena, Paula y Marta. Era viernes, por lo cual teníamos hasta las once de la noche, que era el máximo de tiempo que nos habían dejado nuestros padres.

Al llegar, nos percatamos de que había un ambiente raro, no sabíamos el porqué, nos parecía extraño que un viernes, en vísperas del día de los Santos, el centro comercial estuviera tan vacío. De todas formas, dejamos a un lado esa mala intuición y nos decidimos a entrar. La tarde transcurrió tranquila, fuimos a ver ropa, maquillaje, libros, etc.

Alrededor de las ocho de la tarde nos encontrábamos Lorena y yo en el centro de la zona comercial, donde había un tiovivo y unas tiendas de comida. Estábamos esperando a que llegaran Paula y Marta, que se habían quedado pagando en Zara.

Cuando ellas llegaron, fuimos a merendar a Dunkin Donuts. Empezamos a hablar y, sin darnos cuenta, se hicieron las diez de la noche y las tiendas empezaron a cerrar.

Mi amiga llamó a su padre para que viniera a por nosotras y, mientras tanto, fuimos a los aseos para hacer tiempo hasta que llegara.

De repente, cuando estábamos en el servicio, se apagaron todas lasluces del centrocomercial.Mis amigas yyocomenzamos a asustarnos, encendimos las linternas de los móviles y salimos rápido de los aseos, pensando que solo se había ido ahí la luz.

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Al salir, descubrimos que no. Entonces perdimos la poca calma que teníamos, nos parecía muy extraño que, de repente, seapagaran todaslasluces ynoencontráramos rastrodeninguna persona.

Marta comenzó a decir que estaba escuchando una música que procedía de las escaleras para subir a la planta de arriba. Mientras nos íbamos acercando a la zona en la que estábamos antes, vimos una luz y caímos en que la música venía de ahí.

Apagamos rápido las linternas y, cuando estábamos llegando, comprendimos que todo eso venía del tiovivo, donde había un hombre muy siniestro sentado. Nos quedamos todas paralizadas del miedo y empezamos a ir poco a poco hacia atrás, pero a Lorena le empezó a sonar el móvil.

Aquel hombre extraño se quedó mirándonos fijamente. Entonces empezamos a correr hacia la salida del centro comercial, pero estaba cerrada. El único espacio que estaba sin cerrar era el cine, y sin pensarlo fuimos directas hacia allí. Entramos a escondernosen la salanúmerotres, antesdeque aquel hombreextraño con un sombrero de copa, gabardina y un pantalón negro, nos encontrara.

Estábamos las cuatro colapsadas, no sabíamos qué hacer ni cómo escapar de allí, hasta que a Paula le vino a la cabeza que en el cine siempre había una salida de emergencia en cada sala. Entonces, a oscuras y sin encender la luz, comenzamos a buscarla.

Diez minutos después la encontré y salimos todas corriendo por ella, pero, cuando ya estábamos recuperando la calma al ver que ya nos habíamos librado de aquel hombre, nos lo encontramos al final del pasillo de la salida de emergencias y, de repente, se volvió todo negro.

No sé cuánto tiempo pasó, pero caí en que estaba durmiendo en mi cama, pues me había despertado mi alarma del instituto.

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Desconcertada y sin saber por qué sonaba, cogí rápidamente el móvil de la mesilla, lo desbloqueé y, al fijarme en la hora, me di cuenta de que era viernes, y eran las siete y cuarto de la mañana.

Cuando bajé a desayunar, vi a mis padres viendo las noticias de la mañana y, al fijarme, vi que estaban buscando a un hombre queentróarobaren uncentrocomercial,yeraigual queel sujeto del tiovivo, y continúa en busca y captura.

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ASESINATO EN EL INSTITUTO, por Francisco José Ortuño Torrano

Un día como otro cualquiera, Clara se despertó con la peculiaridad de que no le había sonado la alarma. Se levantó para dirigirse corriendo hacia el instituto. Al llegar, se dio cuenta de que parecía estar vacío. Aun así decidió entrar, ya que la puerta estaba abierta, cosa muy extraña porque el conserje siempre la cerraba cuando sonaba la sirena. No vio nada raro, salvo que las luces estaban apagadas, pero gracias a la luz que entraba por las ventanas se podía ver algo.

Mientras se dirigía a su clase pensando qué excusa ponerle al profesor por llegar tarde, escuchó un grito, aunque no le extrañó, pues pensaba que serían los de 1.º en clase de Educación Física, así que siguió andando hacia su clase cuando miró por una ventanaynotóquehabíavariosalumnoscorriendodentrodelaclase y estos parecían huir de algo, pero al ser la clase de 2.º supuso que serían los niños jugando mientras no llegaba el profesor, o incluso que no había venido el profesor, recordando cuando ella estaba en aquel curso, poniéndose muy nostálgica, aunque también le vino un recuerdo muy amargo: se acordó de un antiguo compañero el cual se inventaba muchas historias sobre los profesores, hasta que al final resultó ser solo un loco, por eso se encontraba en el manicomio del pueblo y se burlaban de él llamándolo “el niño loco”. A ella le daba pena el pobre niño, por eso era la única que hablaba con él. Cuando se lo llevaron, lo estuvo visitando muy seguido, aunque debido a su problema ya no le dejaban recibir visitas y perdieron el contacto. Para cuando

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Clara se dio cuenta, se había quedado tan absorta en su pensamiento que no advirtió que ya estaba en la puerta de su clase. Entonces tocó la puerta: ―¿Se puede? Perdón por… ¡Aaaahh! ―gritó al ver a su profesor de Física y Química muerto y con catorce tubos de ensayo clavados enel pecho .¡Quées esto!¡Aaaahh! chillódespués de ver a todos sus compañeros muertos, en el suelo tirados. Al intentar salir de la clase corriendo, vio cómo un niño de 2.º de los que estaba corriendo antes salía de la habitación intentando huir; sin embargo, una persona fue detrás de él y le clavó un machete en la espalda, cayendo el niño sin vida al suelo. El asesino miró a Clara: mientras este se levantaba, ella empezó a correr en dirección a la sala de profesores. El asesino de aquel niño la persiguió, pero ella logró entrar al baño y encerrarse en uno de los váteres con pestillo. Se subió a la cisterna para que no la viera. Cuando el asesino entró al baño, fue rompiendo las puertas una a una con su machete para encontrarla; cuando iba a abrir la puerta en la que estaba Clara, esta abrió, dando un portazo, haciendo que el asesino se clavara a sí mismo el cuchillo. Gracias a esto, Clara logró huir y llegar a la sala de profesores, dondetambiénestaban la maestrade Inglés y el profesorde Educación Física escondidos.

¡Clara! ¿Qué haces aquí? dijo la maestra de Inglés.

―¡Tienes que irte, rápido! ―exclamó el profesor de Educación Física, alarmado.

―Pero vosotros también tenéis que salir de aquí ―les respondió Clara. La profesora de Inglés salió corriendo porque el asesino había entrado en la habitación, aunque el profesor de Educación Física no logró escapar: el asesino le cortó la pierna para después rematarlo con una estocada en el corazón.

Clara logró escapar junto a la profesora de Inglés. Gracias al sacrificio del profesor de Educación Física, consiguieron llegar

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alapuertaprincipal,aunque,parasu malasuerte,estabacerrada, pero la profesora de Inglés sabía que el director guardaba en su escritorio una llave maestra que abría todas las puertas del instituto.Lamaestra fue al despacho del directory ledijo a Claraque fuera a la puerta de atrás y que ella iría en cuanto consiguiera la llave. Clara se dirigió a la puerta trasera, cuando escuchó un ruido en el salón de actos. Creyendo que sería un alumno, fue a ayudarlo, pero solo era un vídeo que se había quedado puesto en el proyector. Cuando se dio la vuelta, vio al asesino al final del pasillo con su machete en la mano, chorreando sangre. Gracias a la luz de la puerta del instituto, Clara logró diferenciar al asesino, viendo cómo no era otra persona que “el niño loco”. Clara salió corriendo, llamando a la profesora, a la cual vio en la puerta, abriéndola. Sin embargo, al ver al asesino detrás de Clara, la profesora cerró la puerta.

Lo siento, Clara dijo mientras salía del instituto, dejándola abandonada.

Clara se agarró de la puerta intentando abrirla; sin embargo, su esfuerzo fue en vano, pues “el niño loco” se le acercó y se cortó el cuello delante de ella, manchándola de sangre.

Justo cuando la policía rompió la puerta y vio a Clara llena de sangre y con “el niño loco” muerto a sus pies, y aunque Clara intentó explicarles lo ocurrido, la profesora testificó en su contra, haciendo que la metiesen en un hospital psiquiátrico. Cuando observó la habitación en la que la habían encerrado, vio un mensaje escrito por “el niño loco”:

“Hola, Clara, sé que estarás leyendo esto. Te agradezco todas tus visitas y, como me gustaría que tú también te sientas bien al ser visitada, te voy a ayudar para que te encierren. Si lees esto, es que ya lo he hecho, así que de nada :)”.

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LA NOCHE DE HALLOWEEN, por Sofía Jiménez Sánchez

María se encontraba en su habitación terminando de prepararse para la noche que le esperaba. Efectivamente, era la noche de Halloween. María era una chica de cabello castaño con rizos, lo que hacía llamar la atención cada vez que salía a la calle. Tenía dieciséis años, era muy divertida y le encantaba pasar tiempo con su familia y amigos. Hacía una semana en el instituto de María anunciaron una fiesta de disfraces debido al día de Halloween. La chica en ese momento estaba con sus dos amigas Laura y Sara, se conocían desde la niñez, pero estuvieron casi dos años separadas porque sus familias se mudaron a distintas ciudades, pero este año volvieron a cambiarse de casa, haciendo que las tres amigas coincidieran en el mismo centro de estudio.

Las chicas, al oír aquella noticia, no lo pensaron dos veces y decidieron ir a aquella fiesta, pero en un momento volvieron a ver a María y recordaron que ese día ella ya tenía planeado ir a la casa de su hermana mayor, que la había invitado, ya que no se veían desde hacía meses debido a todo el trabajo que tenía. La sonrisa de Sara desapareció y, simplemente, dio un suspiro. Por parte de Laura no hubo ningún comentario, así que siguieron su camino hacia la última clase del día que les tocaba.

Dos días después, María recibió una llamada de su hermana. La chica le contó la situación: ella quería pasar tiempo con su hermana, pero también quería ir a la fiesta con sus amigas, y era lógico, habían estado tiempo sin verse. Su hermana no le dejó decir ni una palabra más y le dijo que lo entendía, que podía ir a

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esa fiesta sin problemas, así que quedaron la siguiente semana para verse.

Volviendo al presente, la protagonista ya estaba lista para salir, su disfraz era de bruja, se despidió de su madre y se dirigió hacia la puerta de su casa. Sus amigas ya estaban en la entrada de la fiesta, esperando con ansias a María.

Una vez allí, empezaron los juegos de terror y se divirtieron mucho. Estaban contando historias de miedo para terminar la noche, pero hubo una historia que llamó la atención de todos los que estaba allí. Un chico llamado David comenzó a narrar: al parecer hay una leyenda según la cual, si vas al bosque que está detrás del instituto a mitad de la noche verás una especie de niño fantasma. Todos los de alrededor quedaron asombrados y aterrados. David, al ver sus reacciones, decidió ponerles un reto: ir todos juntos hacia el bosque y buscar aquel fenómeno paranormal. El grupo de compañeros, para mostrar valentía, aceptaron el reto, aunque por dentro sentían miedo. María intentó convencerlos para que no hicieran esa locura, pero fue inútil, ya se estaban adentrando en el bosque.

Unos ruidos extraños hicieron al grupo detenerse, haciendo que un escalofrío recorriera todos sus cuerpos. A lo lejos observaban una luz blanca que poco a poco fue tomando forma, y sí, ese niño fantasma apareció enfrente de ellos. Todos salieron corriendo en cuanto lo vieron, todos menos María, Sara, Laura y David, que estaban inmóviles del miedo que sentían. El fantasma se escondió detrás de un árbol, algo que a estos chicos les pareció extraño. El espíritu dijo, entre lágrimas, que él no pretendía asustar a nadie, solo quería que alguien lo ayudara a volver a su casa. Los amigos se miraron entre ellos y todo el miedo que sentían se fue en un momento al escuchar aquellas palabras. Se acercaron y le pidieron que se explicara mejor. Al parecer, el fantasma estaba atrapado en el mundo de los humanos y la única

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forma de volver al lugar de donde provenía era abriendo un portal,peronopodíahacerlosolo,necesitabaayuda,habíaintentado varias veces acercarse alas personas,pero,lógicamente,se asustaban y salían corriendo, y ahí fue donde empezaron los rumores de que había un fantasma en el bosque de detrás del instituto. María y sus amigos le ofrecieron su ayuda y este, agradecido, les concedió un deseo para todos. El deseo de los cuatro amigos era poder borrar la memoria de sus compañeros en el momento en que vieron al niño fantasma, así no se expandiría la noticia de que de verdad había un fantasma allí. Una vez que el deseo fue concedido, María, Sara, Laura y David ayudaron a abrir el portal que llevaría de vuelta al espíritu. Para abrir el portal había que colocarse en círculo agarrados de la mano; a continuación, el fantasma diría unas palabras que solo él entendía. Este se despidió de ellos y les dio las gracias por última vez.

Los chicosestabanboquiabiertos porloqueacababadepasar. Salieron del bosque, ya que no había nada que hacer ahí, al salir se encontraron con sus compañeros, que les preguntaron qué hacían a esas horas en el bosque. Definitivamente, no recordaban nada de lo que había pasado, lo cual dibujó una sonrisa de satisfacción en el rostro de cada uno de los cuatro amigos. Los demás los observaban extrañados y sin decir nada. Todos volvieron a casa después de una noche un poco rara, pero una noche que por lo menos cuatro de ellos no olvidarán.

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EL BOSQUE, por Leticia Baeza Melgarejo

Un silencio sepulcral inundó la noche, tanto que el único sonido que era capaz de escuchar era el de las hojas de los árboles cuando el viento soplaba. Consiguió erizarme la piel y tuve que abrazarme para guardar calor. Pese a que no sé los kilómetros que corrí asustada, el frío no disminuyó y todo a mi alrededor parecía cada vez menos fiable.

Me llamo Abril Thomas y fui asesinada aquel día, con tan solo dieciséis años.

Todo comenzó en casa de una de mis mejores amigas, Isabella, la cual insistió en hacer una fiesta a lo grande y estaba bastante convencida de que iba a ser una buena idea. Lo cierto es que la casa se llenó de casi todo el instituto. Había música, comida, bebida, juegos... La diversión estaba asegurada. Sin embargo, en el momento cuando cortaron la luz de la casa predije que aquello no iba a acabar bien. Me fue imposible mantener la calma cuando empecé a oír gritos desgarradores, gente pidiendo ayuda, y mucho menos pude pensar en mantenerla cuando vi charcos desangrepordondecaminabaparaencontrarunasalida. El corazón me latía a mil por hora. Alguien había entrado a la casa y yo tenía que salir de ahí, aunque fuera lo último que hiciera. Pensé en mis amigas y en mis amigos, quizás ya estaban muertos, quizás no, pero también pensé en mi familia, en qué sería de ellos si ya no me veían más, y luché por lo segundo.

Me adentré en el pasillo sin encender ninguna luz para no llamar la atención. Salir de la casa fue más fácil de lo que creí. No fue muy inteligente por mi parte meterme en el bosque, pero la

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opción de caminar por la carretera a esas horas era aún peor. Mi móvil no tenía cobertura, así que empecé a caminar y supuse que llegaría a mi casa antes del amanecer. Me sentí insegura, sola y tenía los ojos puestos en todo lo que me rodeaba. Con el pasar de los minutos pensé en que, a lo mejor, solo nos querían dar un susto, que todo eso había formado parte de algún teatrillo de la noche de Halloween. No obstante, mi optimismo fue disminuyendo con el pasar de las horas, con la llegada de la sed y el hambre y el hecho de ver árboles y árboles, nada más. No recibí llamadas, dejé de saber hacia dónde iba y empecé a llorar. Decidí sentarme un rato para relajarme, por lo que me apoyé en un árbol y respiré profundamente. No sé cuánto tiempo debí de estar ahí, no sé si incluso me quedé dormida, pero un movimiento proveniente de mi lado derecho me puso alerta. Una figura caminaba hacia mí, y yo me levanté. Era alta y delgada, y me resultaba familiar. Le costaba caminar, ya que iba gimoteando con cada paso que daba. La luz de la luna me hizo ver su rostro y el consuelo de reconocer a Isabella fue como una medicina. No obstante, cuanto más se acercaba a mí, más me iba fijando en cada detalle de ella. Su rostro estaba ensangrentado, tenía moretones, el labio partido y se podía observar que le habían rajado una de las comisuras de la boca, tanto que le atravesaba hasta el pómulo.

Fui con ella y la abracé. Isabella comenzó a llorar en mi hombro.

Esto es horrible dijo contra mi piel.

Tomé aire. Aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla. Tranquila, saldremos de esta intenté tranquilizarla. Caminamos durante horas hacia lo que pensábamos que era la ciudad. Yo me estaba muriendo de hambre, pero Isabella se estaba muriendo dedolor, yno quería recordarle que lasituación era más peligrosa de lo que estábamos viendo. Rompí trozos de

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tela de mi ropa porque ella estaba perdiendo mucha sangre, así quedecidimos pararpara descansar.Mi ropasemanchódeaquel líquido rojo cuando la ayudé a que se sentara.

Isabella padecía de diabetes, así que tenía más riesgo que yo de morir en aquellas condiciones. ¿Llevas la insulina? le pregunté.

Negó con la cabeza. Tenía los labios morados y tiritaba por el frío. Le cogí de la mano.

Respira le recordé.

Abril, me encuentro muy mal reconoció, y varias lágrimas le cayeron de los ojos.

Le intenté dar calor con mis brazos, pero fue en vano, yo estaba igual de congelada que ella.

Vete de aquí me dijo entonces.

No lo digas ni en broma respondí negándome. Hazme caso, por favor volvió a hablar.

Vamos a salir de esto juntas le recordé, como en otras situaciones habíamos dicho.

Asintió con la cabeza y cerró los ojos. La dejé descansar, pero, cuando me di cuenta de que no estaba durmiendo, ya era tarde. Lloré, grité, le pedí que aguantara un poco más, pero ya no servía de nada. La abracé con todas mis fuerzas repitiéndole lo mucho que la quería. Ya solo podía estar ahí sentada viéndola morir, hasta que me viera con fuerzas para continuar. El dolor que sentí fue desgarrador, sentir que se había ido así y que yo no había podido hacer nada era la peor sensación que había sentido jamás. Decidí dormirme paradejardepensar.Cuandoamaneció, observé a una manada de lobos alrededor del cuerpo de Isabella, lo estaban mordiendo. Fui a por ellos y, en un intento de espantarlos, uno me mordió el brazo. De nuevo, no pude hacer nada, solo pude observar cómo los animales se alimentaban de una de mis mejores amigas. Por la falta de comida, de bebida y de

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sueño, empecé a sentir que mi mente no funcionaba bien. Imaginaba cómo el cuerpo destrozado de Isabella me hablaba, yo le respondía, nos reíamos, llorábamos… Me sentía acompañada, aunque simplemente fuera un cadáver. Aquello estaba siendo un castigo, un castigo que estaba deseando que acabara.

La segunda noche ya no sentía el brazo, seguramente aquel lobo me había cortado algún nervio, y la sangre brotaba sin parar.Estabamareaday no teníafuerzas ni paraincorporarme.Una figura apareció entre la oscuridad, pero ni siquiera me preocupó cuando se acercó a mí. Cerré los ojos y, cuando volví a abrirlos, un enmascarado se encontraba a centímetros de mí. Me acarició el pelo, la frente y todo el rostro. No tuve fuerzas para hablar, así que esperé a que él lo hiciera.

No vas a salvarte de esta pesadilla dijo con un tono aterciopelado.

Una lágrima me cayó de un ojo y él detuvo su recorrido por mi piel con el dedo.

¿Quién eres? le pregunté mientras intentaba descifrar su rostro detrás de su máscara negra.

No me respondió. Como respuesta, sacó un cuchillo y me lo acercó al cuello.

Nos vemos en el otro mundo, infeliz.

Y, tan rápido que no me dio tiempo a asimilarlo, me atravesó el cuchillo por la yugular. Mientras agonizaba, me di cuenta de la cara magullada y llena de cicatrices del asesino.

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MUÑECO DE CERA, por Claudia Nieto Martínez

Érase una vez una noche de tinieblas un 31 de octubre del 1978. Mis amigos y yo fuimos la noche de Halloween rondando las calles de nuestro pueblo. El comienzo del día fue como uno cualquiera en clase, hablando sobre de qué disfrazarnos y qué podíamos hacer. Una vez que lo hablamos, cayó la noche rápidamente.

Nos encontramos en una plaza donde estaba la gente que nos iba a acompañar a explorar las casas antiguas abandonadas en la larga noche de tinieblas y frío.

Erademadrugada y estábamos en camino para explorar casas paranormales, para dar más originalidad a la noche de Halloween. Llegamos a una finca abandonada extremadamente terrorífica, nos dirigimos hacia ella con linternas y precavidos por si pasaba algo, ya que esa casa era el símbolo de seres malignos y vudú.

Nos separamos en parejas para investigarla, ya que era demasiado grande. Una vez que nos separamos y estábamos observando cada objeto de ahí, pinturas en las paredes con cruces al revés y demás, hubo un muñeco que mi compañero y yo vimos queeraespecialmente raro. Nosacercamos a ver cómo era, comprobando si era de verdad o nuestra imaginación. Cuando nos acercamos todo iba bien, hasta que el muñeco se movió solo. Nos asustamos y salimos rápidamente de la sala donde se encontraba.

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Avisamos a nuestros amigos para que saliesen de allí ya. Cuando menos nos lo esperábamos, el muñeco estaba persiguiéndonos.

No nos dejaba irnos, ya que nos cerraba todas las puertas de la casa. Todos nos quedamos sin aire al ver lo que estaba sucediendo. No podíamos escapar. Después de buscar cualquier forma de escapar, un amigo mío reventó al muñeco contra la pared y ya todas las puertas se abrieron y pudimos salir de ahí.

No volvimos a acercarnos a ese lugar nunca jamás, pero la historia continúa, pues el muñeco de cera sigue ahí, esperando a gente en la noche macabra de Halloween.

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NADA DE LO NORMAL, por M.ª Elena Gómez Ripoll

Todo se remonta al año 1995.

Julia, la madre de un niño llamado Marcos, llamó a Clara, su hermana, y decidió ir a la casa de su madre, que se ubicaba en el campo, a las afueras de Asturias. La casa estaba apartada de la civilización, era grande, tenía dos plantas y, además, fuera había un pequeño cobertizo bastante sombrío rodeado de un pequeño lago y vegetación. A Julia se le ocurrió esa idea, ya que ese fin de semana ella libraba y su marido, el padre de Marcos, no estaba porque le tocaba trabajar de tardes y noches.

Era una tarde de invierno cuando se dispusieron a emprender el camino bien temprano para no llegar de noche, pero, a causa de unos incidentes en la carretera, el tiempo de llegada que calcularon se les atrasó. Nada más llegar, se les hizo tan tarde que no tuvieron más remedio que irse a dormir.

A la mañana siguiente, Marcos, que era un niño muy madrugador en esa época, pues todas las mañanas se despertaba muy temprano, despertó a su madre, pero como ella estaba tan cansada y no había podido dormir esa noche, a causa de dolores de cabeza y ruidos extraños, le dijo a Marcos que se fuera al salón para ver la tele y desayunar, así que Marcos obedeció y bajó a la primera planta, donde se dirigió al comedor. Allí se encontraba su abuela desayunando y le ofreció unas tostadas con un vaso de leche.

Después de un largo día jugando y paseándose con la abuela porel campo, llegó la horade la cenay, como era habitual, siempre que iban se sentaban en el patio de fuera de la casa, pero esa

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noche Julia no se encontraba muy bien, así que se fue a dormir, quedándose Marcos acompañado fuera con su tía. Todo iba muy bien, hasta que, de pronto, Marcos escuchó fuera de la casa a alguien andar de menos intensidad a más, y formuló una serie de preguntas misteriosas a su tía, como qué podría rondar por ahí. El niño le preguntaba, pero, curiosamente, Clara no le hacía caso y le ponía excusas como que podía ser un gato o algún otro pequeño animal. La respuesta de Clara no fue suficiente para acallar la curiosidad de Marcos, y tanto era su interés que quiso esperar a que todos descansaran para poder adentrarse en la noche oscura e investigar de dónde procedían tales ruidos.

Él no se había percatado del pequeño cobertizo que había fuera, junto al lago, en el cual divisó una pequeña luz que le llamó la atención. Estaba aterrorizado, pero era tanta su curiosidad que hizo ademán de dirigirse hacia el cobertizo. No se esperaba para nada lo que momentos después ocurriría allí: un olor desagradable que provenía de un extraño saco. Se acercó para levantar la lona que lo cubría y, al ver lo que contenía, Marcos se quedó paralizado, pues su abuela, con la que había estado estos días atrás, resultaba que estaba muerta y se asustó tanto que huyó de aquel lugar sin mirar atrás.

Al día siguiente, se lo contó a su madre y a su tía Clara, y al recibir la noticia de aquel suceso tuvieron que desaparecer de aquel sitio, llamando a la policía, pues los días que Marcos jugaba con la abuela, esta resultó ser un fantasma.

Días después, Clara recibió una llamada que la dejó impactada, pues su madre había sido asesinada por su propia hermana, Julia.

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Revista de narrativa

LA ESCUELA DE LAS MONJAS, por Francisco Palazón López

Érase una vez un grupo de amigos, compuesto por cuatro niñas y diezniños,que decidieronir auna escuelade monjas abandonadahacía veinticinco años,porlo cual noera unabuenaidea. Llegaron y empezaron a recorrerla. Minutos después, notaron unos ruidos raros y un olor muy fuerte que no se sabía qué era. Ellos siguieronobservando el colegio, perounode los niños desapareció y nadie se dio cuenta hasta que una de las niñas se giró y observó que faltaba un niño, el cual era su novio. Entonces avisó al grupo de lo sucedido y comenzaron a buscarlo en dos grupos, divididos en cincos niños y dos niñas en un grupo y, en el otro grupo, cuatro niños y dos niñas.

Un gruposefuepara arribayel otrose quedó abajo.Unahora más tarde se volvieron a reunir y todavía no habían encontrado al niño; en unos segundos de silencio uno del grupo, al parecer, había escuchado una voz de fondo y él solo decidió acercarse a donde más o menos había escuchado la voz. Observó que ese ruido venía de la enfermería y se decidió a entrar. Cuando alguien lo atacó por detrás y no pudo defenderse, intentó chillar, pero le tapó la nariz y boca y lo terminó asfixiando.

Al rato de lo que había pasado, en el grupo se dieron cuenta de que falta otro niño y ya comenzaron a ponerse más nerviosos y con mucho miedo. Decidieron coger palos por si tenían que defenderse y empezaron a buscar a los dos niños que faltaban. Al seguir buscando, pasaron por delante de la enfermería. La puerta estaba abierta. Uno de los niños propuso entrar, pero las

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niñas no quisieron y prefirieron esperar. Entraron los ochos niños y encontraron a uno de los que faltaba tirado en el suelo, inconsciente. Lo cogieron entre todos y se fueron para la zona del patio a intentar reanimarlo y no lo consiguieron, y terminó falleciendo. Entonces, la única intención del grupo era encontrar al último amigo que les quedaba, y se pusieron en marcha por todo el colegio.

Estaban muy desanimados por la muerte de su amigo y la desaparición del otro amigo. La novia del desaparecido decidió ir a buscarlo ella sola, y el grupo fue por otro lado. Quince minutos después el grupoentróauno delos baños delos profesores y vieron que en uno de los espejos había una carta, en la que ponía que si querían encontrar a su amigo se tenían que ir de ahí. El grupo se puso en busca de la novia del desaparecido, hasta encontrarla y decirle que si quería que su novio saliera bien de ahí se tenían que ir, y decidieron irse.

Llamaron alapolicíaparacontarlelo ocurrido.Entonces vino su amigo, el que estaba desaparecido, y se declaró culpable de haber matado a su otro amigo del grupo.

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LA HABITACIÓN ENCANTADA, por María Romera Jiménez

Era una vez un niño llamado Adrián, que pasaba las vacaciones en Barcelona con su familia. Llegaron al hotel Las Medusas, era un hotel muy bonito por fuera, pero nadie sabía que había una habitación que estaba encantada por espíritus, nadie podía entrar porque estaba cerrada con llave. Los padres de Adrián y su hermano Gabriel decidieron irse a sus habitaciones, sus padres tenían la habitación 567 en la planta alta y ellos tenían la habitación al lado de la que estaba encantada.

Adrián y Gabriel decidieron ir a recepción para preguntar por qué, si en la habitación 666 no había nadie, se escuchaban ruidos muy extraños. Los de recepción les dijeron que no había nadie, queeraimposiblequehubieraruidosextraños.Ellossequedaron pensando en qué podía haber en esa habitación, empezaron a preguntar a unos niños de al lado de la suya y les contestaron muy raro. Ellos quedaron sorprendidos.

Los padres de Adrián les preguntaron si les gustaba su habitación, les dijeron que sí. Adrián y Gabriel bajaron a la piscina para hablar sobre el tema de la habitación encantada para que no les oyeran sus padres y no sospecharan nada de que había una habitación encantada.

Por la tarde todo estaba tranquilo. La familia y ellos se fueron a dar un paseo por Barcelona. Cuando llegaron al hotel eran las doce de la noche. Estaba todo apagado, sin luces por los pasillos, no se veía nada.

Notaron cómo algo les hacía cosquillas por el cuello, pero no se veía nada, no podían ver lo que había. Sus padres los dejaron

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solos en suhabitación y sefuerona dormir. Adrián ysu hermano Gabriel estaban asustados de miedo porque a los dos les había pasado lo mismo, con cosquillas en el cuello, pero nadie estaba detrás de ellos.

Decidieron pasar de lo de las cosquillas y decidieron irse a dormir. Sobre las 3:30 de la mañana escucharon muchos ruidos y voces de la habitación y se despertaron y fueron a la recepción. Había una mujer con cara muy rara. Le dijeron que si les podía dar la llave de la habitación 666 y la mujer les dijo que sí.

Ellos corrieron hacia su habitación para coger linternas. Estuvieron hablando sobre qué pasaría si entraban en la habitación encantada.

No esperaron más y fueron con cuidado por si alguien los veía entrar. Abrieron la puerta y se encontraron espíritus comiéndosecuerposmuertos.Sefuerony dejaronlapuertaabierta, los espíritus salieron detrás de ellos.

Adrián cogió a su hermano en brazos y se metieron en el ascensor para irse corriendo a la habitación de sus padres, pero no sabían que los espíritus traspasaban las paredes. Adrián y su hermano llegaron y llamaron a la puerta.

Sus padres les abrieron y cerraron corriendo. Adrián y Gabriel abrazaron fuertemente a sus padres y les contaron lo que había pasado. Su padre decidió enfrentarse a los espíritus. Su padre fue el primero en morir. Su madre no paraba de llorar, cerró la puerta con llave y puso una tabla. Los espíritus empezaron a entrar en la habitación y ellos no tenían salida. Adrián y Gabriel salieron por el balcón y su madre se quedó ahí luchando contra ellos y fue la segunda que murió.

Adrián y Gabriel salieron corriendo hacia la recepción y se encontraron con la mujer de recepción muerta y con un espíritu comiéndosela. Salieron hacia la piscina, allí estaba toda la gente

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del hotel, abrazaron fuerte a una pareja y le contaron que se habían quedado sin padres por los espíritus que se los había comido.

Laparejalesdijo queno pasabanada,queestaban asalvo con ellos, que los cuidarían como si fueran sus padres. Los niños se quedaron tranquilos al saber que se quedarían con ellos.

Al día siguiente, la pareja recogió a los niños y se fueron a Madrid y ahí fueron felices los cuatro y los niños hicieron vida nueva.

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Todo comenzó una tarde, el día antes de Halloween. Todavía no era de noche, pero estaba muy frío y oscuro. Adam iba recorriendo su vecindario con su patinete, pero, de repente, se acordó de que no tenía disfraz para salir con sus amigos de fiesta en la noche de Halloween. Rápidamente volvió a casa y, desesperado, lepidió asu madre que fuera al centro comercial a comprar, pero sumadredijoqueno,estabamuyocupadaynoteníatiempopara llevarle. Adam se enfadó, y su madre aún más. Así que el chico pensó rápido y decidió gastarse el poco dinero que tenía en el disfraz, ya que, si iba sin disfraz a la fiesta, sus amigos se burlarían de él.

Pero todavía había un problema: Adam no tenía ni carné ni coche para ir al centro comercial. Sin embargo, decidió arriesgarseyhacerautostopen lacalleprincipalmáscercanaasucasa. Pocos minutos después, consiguió parar un coche; aunque el conductor era algo extraño, Adam no le hizo mucho caso. De camino al centro comercial el conductor se presentó, dijo llamarse Jeffrey y le contó un poco de su vida: era un hombre divorciado, sin hijos, y acababa de salir de la cárcel hacía pocos meses. Durante toda esta conversación, Adam se dio cuenta de que se había desviado de la carretera original del principio y empezó a asustarse, ya que al conductor no lo conocía de nada. Así que Adam le pidió que parara lo más pronto posible, no quería estar más en ese coche, pero Jeffrey no le hizo caso y continuó hacia lo que parecía ser una fábrica abandonada. Adam, por más que intentaba salir del coche, no podía, estaban bloqueadas las

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LA REALIDAD TEMIBLE DE ADAM, por María del Cielo Calderón Marcatoma

ventanas y las puertas. Intentó pedir ayuda, pero era inútil, la zona estaba prácticamente abandonada por completo. Cuando llegaron a una fábrica, Jeffrey salió del coche y se dirigió a un hombre con gafas y traje. Adam no entendía lo que estaba pasando, todavía seguía sin poder salir del coche. Al cabo de unos minutos Jeffrey volvió a subirse al coche y le pidió a Adam que se comiera un caramelo que él le ofrecía. Adam se negaba completamente, pero Jeffrey le abrió la boca y le obligó a que se lo comiera. De repente, Adam empezó a sentirse mal, se quedó dormido por un momento, pero cuando despertó nada era igual.

Lo primero que vio al abrir los ojos era al conductor muerto ensangrentado al lado de él. Empezó a gritar, a pedir ayuda, pero no servía de nada. Seguía sin poder salir del coche, pero logró romper la ventana de atrás con un bate de béisbol y pudo salir. Rápidamente se dio cuenta de que no estaba en la fábrica, sino en un bosque abandonado y perdido. No sabía hacia dónde correr o pedir ayuda a alguien. Pero escuchó motosierras y sonidos de taladros, así que decidió averiguar de dónde provenía el ruido para pedir ayuda a esas personas que lo provocaban.

Llegó hasta una cueva extraña y escalofriante, pero no quiso entrar, le daba miedo. Se dio media vuelta, pero un hombre con máscara morada le gritó y le preguntó qué hacía allí. Adam no le quiso contestar, empezó a correr, pero el hombre con máscara lo persiguió hasta alcanzarlo y tirarlo al suelo. Intentó ahorcarlo, arañarlo, hasta que logró quitarle la máscara. Entonces se dio cuenta de que no tenía cara, todo el rostro del hombre estaba lleno de clavos clavados profundamente en su cara, no se podía distinguirnadadeeserostro.El hombreseempezó areír. Ledijo que no debería haberse comido ese caramelo, que ahora ya estaba atrapado en un espacio-tiempo desconocido, en donde solo existían asesinos, criminales, psicópatas…

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Adam no se lo podía ni creer, pero el hombre enmascarado rápidamente empezó a ahorcarlo hasta dejarlo inconsciente. Al cabo de varios días, Adam se despertó en una cabaña abandonada, rodeado de personas con máscaras moradas. Todos le apuntaban con un arma diferente. Decían que habían esperado mucho para ese momento, tenían hambre y querían carne fresca y joven.Adam llorabayllorabaasustado, perono sirvió denada. Al cabo de unos instantes, cada psicópata cortaba partes de su cuerpo poco a poco, separándolas, partiéndolas, hasta que Adam murió. Finalmente, todos se comieron una parte de su cuerpo, algunos la asaban, otros se lo comían crudo, pero todos se lo comían.

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UNA VIDA DIFÍCIL, por Nadia Hernández Bravo

Érase una vez una familia muy peculiar cuyo talento oculto, aunque no deseado, era poder ver en el más allá. Desde fuera, todo parecía muy normal, pero la gente no sabía el peligro real que corrían las personas que intentaban socializar con alguien de esa familia. Todo el mundo pensaba que el aislamiento social de esta familia era por el simple hecho de que eran casi recién llegados a la ciudad y aún no conocían a nadie, pero la realidad era mucho más oscura, y mejor que no la supiese nadie.

Lahistoriadeestafamiliacomenzóhaceunoscincuentaaños, cuando los actuales padres eran niños. Estos vivían en una enorme casa, tenebrosa pero enorme. No tenían ni idea de lo que estaba pasando, debido a que sus padres se tomaban muy en serio lo de no contarle nada a nadie, y no estaban seguros de lo que estaba empezando a ocurrir en su hogar. Cuando los pequeños ya no eran tan pequeños y empezaban a darse cuenta de que su casa no era como la de todos los demás niños, empezaron a asustarse y a preguntar a los mayores. Tuvieron que insistir mucho durante mucho tiempo, pero, finalmente, se acabaron enterando a la edad de dieciséis años. No les quedó otra que aceptar la realidad, tanto a los adultos como a los menores.

A partir de ese momento, empezaron a ocurrir muchas más cosas que antes, hasta llegar al punto de no poder ni controlarlas. Los niños empezaron a ver cosas no aptas para su edad, como personas sin cabeza corriendo por su jardín, a otros les habían cortado extremidades y se acercaban arrastrándose por el suelo pidiendo ayuda, etc. Los veían hasta fuera de su casa: cuando

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iban al aseo del instituto se les cerraba la puerta y empezaban a apagarse y encenderse las luces, a abrirse los grifos y a sonar los secadores de manos. Lo que más les asustaba de esto era que solo las personas de esa familia podían verlo: aunque hubiese más personas dentro de ese aseo, no podían ver lo que ellos veían. Esto se lo complicaba todo más de lo que ya era, ya que tenían que disimular para no tener que contarlo. Su único objetivo era pasar desapercibidos.

Por ese mismo motivo, decidieron mudarse de ciudad e intentardejarlotodo atrás. Escogieron como destinouna pequeña ciudad de Inglaterra, Farnham. Pensaban que su vida iba a cambiar e iban a poder actuar como personas corrientes, pero efectivamente se equivocaron: no todo siguió igual de mal por sus visiones, sino también por el hecho de que los niños ni si quiera podían tener amigos porque al primer contacto con cualquier persona empezaban a ocurrirles cosas parecidas a sus familias. Afortunadamente, los habitantes de la ciudad no se daban cuenta de que eso les ocurría por hablar con los recién llegados, ya que la gran mayoría ni se había percatado de su llegada.

Finalmente, su vida siguió igual que estaba, aunque tuvieron quecambiarsevarias veces de ciudad. Intentaron contratar apersonasparahacerlimpiezasespiritualesensucasa,peroacababan muriendo sin saber el porqué. Se rindieron de intentarlo porque ya era demasiado cargo de conciencia para todos ellos y, simplemente, siguieron con su vida como podían e intentando hacer el menor daño posible. Al fin y al cabo, eran una familia y siempre se iban a tener unos a otros.

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BIRMINGHAM, por Sergio Fernández Corbalán

Birmingham, 28 de diciembre de 1788.

Las calles están nevadas y vacías, todas las personas celebran lanavidad con su familia, perola gente sin techo ylas prostitutas andan por la calle. Todo es normal hasta que a la mañana siguiente aparecen muertas dos prostitutas, cada una con la cabeza de la otra. En la boca de cada una se encuentra una roca de carbón. La policía empieza a buscar pruebas, pero se retiran de la zona al no encontrar nada. Todo sigue igual, al fin y al cabo Birmingham es una ciudad peligrosa y hay muertes diarias.

A Connor, un niño de 14 años que trabaja en la mina de carbón de la zona, le parece muy raro que aparezcan con un carbón en la boca, pero decide dejarlo pasar. El día pasa y Connor sigue trabajando hasta muy tarde. Le parece raro estar horas sin ver a ningún supervisorporla zona,porlo que decide,juntoaun compañero del trabajo, salirse de la mina para irse a sus respectivas casas. Están a punto de salir cuando se encuentra al supervisor muerto con un trozo de carbón en la boca, sin un rastro de heridas ni nada, pero Connor encuentra una cosa y es una C escrita en el estómago del supervisor. Connor sale corriendo por el miedo y decide no contarle nada a nadie por temor a que le pase algo a él. Intenta dormir pero no puede, no para de pensar en todo lo que ocurre. Después de mucho tiempo consigue dormir. Durante el sueño, ve una figura blanca y delgada, no consigue ver bien lo que lleva en la cabeza. Piensa que es un saco.

Un día nuevo. Connor tiene que ir a trabajar, ya que no tiene descansos. Va con mucho miedo. Cuando llega a la mina, habla

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con el resto de las personas: algunas concuerdan en el sueño y otras escuchan un sonido que no se había escuchado nunca. Dicen, atemorizadas, que es un sonido parecido al viento, cosa que es imposible, ya que están a 230 metros bajo tierra.

De repente, aparece una vagoneta de transportar carbón con la cabeza de otro compañero y otra vez el mismo suceso de una roca de carbón en la boca. Pero esta vez tiene una peculiaridad: en la frente se encuentra una O escrita. Connor, que ya estaba asustado, lo empieza a relacionar con su nombre, lo que hace que le asuste aún más. Connor decide irse, pero el nuevo supervisor se lo impide, por lo tanto tiene que volver solo a la mina, con mucho miedo.

Empiezaabajarhastalazona,porloquepocoapocoempieza a sentirse muy mareado, cada vez más, hasta que llega un momento en el que cae desmayado. Se despierta en unos segundos, él todavía sigue con los ojos cerrados, pero escucha los mismos sonidos que decían sus compañeros. Connor empieza a notar cómo en su frente pasa un dedo haciendo la forma de la R. Del susto abre los ojos de golpe y reconoce a la figura que vio en sus sueños, que, poco a poco, se va elevando hasta perderla de vista.

Un trabajador de la mina sale corriendo de la zona porque los compañeros se desmayan y aparece la figura blanca que muchos veían en los sueños. Cuando ve a Connor, lo levanta del suelo y lo cuida. Le cuenta todo y le dice que cada compañero apareció con letras que eran dos N y una O; por lo tanto, lo que sospechaba Connor es cierto: es su nombre. Connor junto con el otro chico intentan salir de la mina. Cuando están a punto de llegar a la salida, Connor empieza a ver las figuras otra vez, cuando, de repente, se desmaya y no se vuelve a saber nunca nada de él.

El compañero pudo salir, pero se suicidó a los tres meses porque veía la misma figura diciéndole que matara a su mujer. La

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mina de carbón se cerró porque seguían sucediendo cosas paranormales.

Hoy en día se sigue sin saber qué paso realmente o si todo era una mentira contada por un loco. Supongo que nunca lo vamos a saber.

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QUÉ PASÓ EN LA FIESTA, por Ismael Torres Balsalobre

Esta historia comienza con alguien despertando en un hospital al cual no sabía cómo había llegado ni se acordaba tampoco de qué había pasado el día anterior, solo se acordaba de que había salido de fiesta, pero después de tomarse el primer cubata ya no recordaba más.

Él se encontraba algo asustado y confundido e intentaba pensar cómo había podido acabar en este hospital. Después de eso, se abrió una puerta y de ahí salió alguien con una bata científica y con una máscara antigás. Este se acercó al protagonista, el cual se llama John, y se le quedó mirando en silencio. John le preguntó por qué estaba en un hospital, pero el hombre de la máscara se le quedó mirando silenciosamente mientras se escuchaban un poco sus respiraciones. Después de eso, el hombre de la máscara se marchó de la sala y cerró la puerta.

Entonces, la sala se llena de una especie de gas de color morado, el cual le provocó un poco de cansancio a John, que después de unos dos minutos cayó dormido en el suelo.

Tiempo después de que Jhon se hubiera dormido, entró el hombre de la máscara y se lo llevó arrastrando por las piernas a otro lugar.

John sedespierta en una especiede cinta,atado. Tambiénestá con otras personas y están todos enunacintaquelos llevanhacia una máquina la cual aplasta a una de las personas que iba con él y luego su cadáver es llevado a una trituradora. Ahí es cuando John se da cuenta de que todo eso es una fábrica de carne humana, y John es aplastado. Pero entonces se despierta y parece

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que todo era un sueño. Se mira al espejo y ve que tiene la misma máscara de gas que el hombre del sueño.

Sale de su habitación y ve la cinta del sueño con las personas siendo aplastadas y cortadas, para después darse cuenta de que el hombre de la máscara siempre fue él.

Tras darse cuenta de esto, sale de aquella fábrica corriendo y se dirige en su coche, que estaba en la salida de la fábrica, hacia la fiesta donde estuvo el día anterior.

Entra al sitio y ve que todos los amigos que estuvieron con él en la fiesta están muertos en ese sitio y todos tienen varios mordiscos, como si se los hubiesen comido vivos.

De la impresión y del asco no puede aguantar las ganas de vomitar y va al baño de la fiesta, vomita y, al salir del váter, se dirige al espejo y se mira en él con angustia y remordimiento al saber que posiblemente fue él el que los mató.

A través del espejo no se ve su rostro, sino el del hombre con la máscara de gas.

Jhon lo mira y le pregunta quién es, a lo que el hombre de la máscara le responde: “Soy tú”. Entonces Jhon entiende que el hombre de la máscara es algún tipo de segunda personalidad malvadaqueseapropiódesu cuerpoparahacertodasesas cosas.

Jhon le dice que no puede perdonarle haber hecho esto, así que agarra una pistola, se apunta a su cabeza mientras mira al espejo y dice: “Adiós” , para, después de decir esa palabra, proceder a dispararse en el cráneo.

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IES La Florida Las Torres de Cotillas (Murcia) R/N. REVISTA DE NARRATIVA 6 / 2022 ISSN 2605-3608 Con ánimo de espanta jo

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Qué pasó en la fiesta, por Ismael Torres Balsalobre

2min
pages 205-207

Sed de venganza, por Claudia Pelluz Martínez

2min
pages 203-204

Birmingham, por Sergio Fernández Corbalán

3min
pages 200-202

Una vida difícil, por Nadia Hernández Bravo

2min
pages 198-199

La realidad temible, por María del Cielo Calderón Marcatoma

3min
pages 195-197

La escuela de las monjas, por Francisco Palazón López

2min
pages 190-191

La habitación encantada, por María Romera Jiménez

3min
pages 192-194

Nada de lo normal, por M.ª Elena Gómez Ripoll

3min
pages 188-189

Muñeco de cera, por Claudia Nieto Martínez

1min
pages 186-187

El bosque, por Leticia Baeza Melgarejo

5min
pages 182-185

La noche de Halloween, por Sofía Jiménez Sánchez

4min
pages 179-181

Asesinato en el instituto, por Francisco José Ortuño Torrano

4min
pages 176-178

La habitación, por Gisela Egidos Ruiz

4min
pages 162-164

El tiovivo, por Nazaret Blaya Martínez

3min
pages 173-175

Seis deseos, por Miriam Palazón Gambín

4min
pages 170-172

Una noche en el campo, por Ana Adán García

2min
pages 168-169

Desconocidos, por María José Rodríguez Fernández

4min
pages 165-167

La habitación, por Irene Povedano Sarabia

2min
pages 154-155

Don Pollo y su oscuro negocio, por Juan Carlos Abril Pérez

3min
pages 159-161

Solo en casa, por Adrián Alfonso Pérez Alarcón

4min
pages 156-158

Como cada año…, por Paula Navarro González

1min
pages 152-153

El diario de Sara, por Marina Mateos Martínez

5min
pages 148-151

Él, por Juan Navarro González

6min
pages 138-141

Una noche terrorífica, por Noa del Rosario Nicolás Aroca

3min
pages 145-147

Jugamos, niño?, por Nerea Vidal Tornel

4min
pages 142-144

El bosque, por Vera Martínez Cuadrillero

4min
pages 135-137

No dejes la puerta abierta, por Lucía Guardiola Conesa

5min
pages 131-134

La muerte del conde, por Hannibal Martínez Pérez

2min
pages 129-130

El apagón, por Natalia Nieto Teruel

2min
pages 126-128

Mis paranoias, por Lara María Membrilla Lorenzo

3min
pages 123-125

El sueño encantado por Rocío Peñalver

2min
pages 121-122

El vacío del cementerio, por Anahí E. Guevara Aguirre

4min
pages 117-120

Un antes y un después, por Ángela Férez Moreno

6min
pages 113-116

La noche de Halloween, por Lucía Almaida Ruiz

4min
pages 107-110

El destino de Andrea, por Domingo Araez Barquero

2min
pages 111-112

Gotas de terror, por María Luisa Bolarín Rizo

3min
pages 104-106

El monasterio abandonado, por Alberto Pastor Sánchez

8min
pages 99-103

La traición, por Karen Rodríguez Legaz

4min
pages 96-98

El metro, por Elena Galián Lorente

4min
pages 88-90

El sueño, por Saad El Yagoubi El Amine

2min
pages 94-95

Un pasado oscuro, por Celia Jie Ruiz Navarro

6min
pages 78-82

Atrapados, por José Alfonso Vicente Diaz

4min
pages 91-93

Diario de una bruja, por Luna Palazón Gil

7min
pages 72-77

Pesadilla o realidad?, por Alba Peñalver Peñaranda

6min
pages 83-87

Máscaras, por Fatoumata Ba Ba

4min
pages 68-71

La sombra negra, por Ainhoa Guijarro Fernández

3min
pages 65-67

Navegantes fantasmas, por Mariela Galián López

3min
pages 56-58

No pasar, por Alba Fernández Morcillo

6min
pages 61-64

El día que cambió mi vida, por Natalia Palazón Mateo

3min
pages 50-52

Estudiar, para otro día, por Jesús Palazón Balsalobre

2min
pages 59-60

La pared, por Cristian Fernández Riquelme

8min
pages 43-49

Detrás de las sombras, por Sonia Cánovas López

4min
pages 53-55

El universitario, por Eburahima Jadama Sanneh

5min
pages 39-42

Los secretos del psiquiátrico, por Ana María Ramos Dumitrascu

11min
pages 13-21

Una noche de festival, por José Antonio Tomás Pineda

4min
pages 26-28

Aquel domingo, por Laura Cárcel Campos

3min
pages 33-35

El móvil, por Germán Rico Navarro

3min
pages 36-38

Prólogo

1min
pages 7-8
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