CUADBOS DE COSTUMBRES. a
alzada. De trecho en trecho aparecían herbosas carretelas abiertas, con comparsas de caballeros ricamente vestidos á la usanza antigua española, ó bien de estudiantes, marmitones y pierrots, todos los que se complacían en distribuir ramitos de flores y alcartaces de dulces á las damas de los carruajes. Otras comparsas de figuras grotescas iban en carretones e & carretelas muy viejas y desvencijadas y algunos enmascarados montados en burros, °iUe provocaban la risa de los mirones, sin que n adie osase lapidarlos como no hace mucho 'empo aconteció á los que intentaron revivir ®8as costumbres. ¡Siempre revelando el puebl o bajo su falta de cultura!
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ración de individuos, cada uno de los cuales procuraba ganar terreno abriendo brecha por aquellas compactas barreras. Todos esos inconvenientes, favorables, para aquellos que acuden presurosos á donde afluye la gente para ver lo que se pesca, eran pacientemente sufridos por los que iban arrastrados á tales diversiones por sus caras mitades ó por sus graciosas hijas. La algazara de los muchachos del pueblo, fuera de los portales, denunciaba la llegada de enmascarados que, á poco, se unían á esa masa de seres humanos que se agitaban en el interior de aquéllos. El diálogo que se entablaba entre un máscara y el elegido por él para una broma, rara vez era ingenioso y agu-
Por la noche la fiesta era más animada, y do, pues casi siempre se hacía notar por lo inPara divertirse bien, bastaba recorrer las ca- substancial y tonto. ,e 8. Lo primero digno de notar era la transEncontrábanse, con frecuencia, en las caformación de las barberías entapizadas com- lles, comparsas que se dirigían, unas á vapletamente por miles de trajes, de todas clases rias casas particulares para divertir á sus duey colores, viéndose confundidos los de moros y ños y otras al teatro; pero todas seguidas cristianos, y al lado de los dominós de tafetán por la turba de muchachos que mezclaban sus n egro orlados de cintas rojas ó azules, los del gritos á las atipladas voces de los enmasca abriego y otros muchos debidos á la estram- rados. bótica fantasía de los sastres cursis. Si grande era el gentío que invadí,! los Prosigamos nuestra excursión por los por- portales y las calles principales de la ciudad, rales. Imposible era dar un paso en éstos, por mayor era el que se epiñaba en la calle de Verfi l inmenso gentío que los invadía, y en los gara, particularmente delante del pórtico del cuales se formaban dos corrientes opuestas Gran Teatro de Santa-Anna, el cual ostenta°iu« lentamente avanzaban hacia las desembo- ba en suportada miles de farolillos veneciacaduras de las calles de Plateros y la Palma, nos y vasos de culi >res, ya colocados en los mar^as apreturas eran consiguientes á la aglome- cos de las puertas y ventanas, ya rodeando, en