V Carta Pastoral 21. En las víctimas del imperio, Fr. Bartolomé descubrió un lugar teológico de encuentro con el Señor. Ese fue el motivo que lo impulsó a trabajar hasta el último aliento de su vida31. También fue lo que motivó a otros religiosos, sacerdotes y Obispos tanto a denunciar los malos tratos contra los indígenas como a velar por el bienestar de estas grandes mayorías. Pedían en favor de ellos, la construcción de escuelas, colegios, hospitales, casas de recogidas, cárceles, hospicios, asilos, etc., velando de esa manera no sólo por su bienestar espiritual sino también por su bienestar temporal. Con el paso de los años esta cristología fue retomada y se habló del “pueblo crucificado”, categoría teológica muy usada en la actualidad y que tiene su fundamento bíblico en el Cuarto Canto del Siervo de Yahvé32 (cf. Is 52, 13-53, 12). d) Santidad y testigos de la fe 22. La evangelización no se detuvo desde su llegada. Fue cobrando más y más fuerzas conforme avanzaba el tiempo debido al trabajo de aquellos que estuvieron dispuestos a entregarlo todo, incluso su vida. En el numeral 16 mencioné el triste hecho de la persecución; pero aquí me detengo a recordar algunos de aquellos misioneros que perdieron su vida no sólo por derramamiento de sangre sino por ese nuevo tipo de martirio que el Papa Francisco nos legó en su Motu Proprio: MAIOREM HAC DILECTIONEM, sobre el ofrecimiento de la vida, firmado el 11 de julio del rían vender el Evangelio, y por consiguiente a Cristo, y lo azotaban y abofeteaban y crucificaban, acordé comprarlo, proponiendo muchos bienes, rentas y riquezas temporales para el rey, de la manera que vuestra merced habrá oído. En: Fray Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, T.III., p. 510. 31
Cf. Enrique Dussel, El Episcopado Latinoamericano y la liberación de los pobres, 1504-1620, p. 333 y 334.
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El biblista Luis Alonso Schökel explica que en este cántico no queda aclarada la cuestión de la identidad del siervo. Para muchos sigue siendo un colectivo. En: La Biblia de Nuestro Pueblo (2012) CLARET, p. 807.
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