Número 10
Musas traicioneras Rafael
Domingo JAMÁS PENSÓ que un acto tan poco violento como el de escribir unas líneas en un papel le fuera a suponer un riesgo más allá de hacer, de nuevo, el ridículo. No podía imaginar, allí sentado en su salón, con un portátil y un vaso a su mano izquierda, que lo que surgiría de su mente cansada de hombre sesentón desataría tal cúmulo de inquietudes en su mente y algo más. La idea le brotó de una manera imprevista. Fue hacia las 19 horas, cuando, en Sin saber cómo buena lógica, lo único que hubiera debido ni muy bien por qué... pasar por su mente tenía que haber sido cuál debería ser su frugal cena que, culminada con unas fresas con yogur desnatado y una pizca de azúcar moreno, le condujera, como cada noche desde hacía ya unos años, a ese relax postrero en el que dejarse abrazar, al calor del sofá familiar, preludio de un sueño, en parte inducido por la medicación diaria y ya perpetua, reparador, tranquilo y corto... muy corto. Pero no, sin saber cómo ni muy bien por qué, su mente recibió como un destello, y no se sabe bien qué neurona de su cerebro empezó a enviar estímulos creativos que le impelían a sentarse sin dudarlo ante su ordenador. Sin darle mucha importancia, en un principio, nuestro escritor trató de obviar ese impulso, puesto que en alguna ocasión anterior ya había sentido similares sensaciones y, al final, lo había rechazado sin mayor 107