Número 10
La marmota Benjamín
Recacha Conocía a los humanos... LA PRADERA ESTABA PRECIOSA, forrada de pasto de un verde brillante salpicado por montones de flores de colores intensos. La primavera se exhibía en todo su esplendor e invitaba a lanzarse a disfrutar de lo que ofrecía. El invierno había sido especialmente duro. En aquellas montañas siempre lo era, pero desde que cayeran las primeras nieves, con el otoño recién empezado, el cielo, tan luminoso durante el verano, había mudado durante meses que se habían hecho eternos a gris amenazante. Afortunadamente, la nieve se había retirado ya a las cumbres, dejando al descubierto el sueño de toda marmota. El animal observaba desde lo alto de la roca bajo la cual se ocultaba uno de los innumerables pasadizos que conducían a su refugio. Allí se había resguardado del invierno, soñando con verdes praderas. Se desperezó una vez más, volvió a mirar a un lado y a otro y, sobre todo, al cielo, temerosa de la presencia de alguna de aquellas odiosas águilas que hacían la vida imposible a las de su especie. Todo estaba tranquilo, y la hierba parecía tan jugosa… La tentación era tan grande que, por un instante, olvidó toda precaución y se lanzó al festín. Inició el descenso de la roca y, cuando ya estaba dejándose acariciar las patas delanteras por el roce de los tallos frescos, un estruendo terri-
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