El Callejón de las Once Esquinas
Moonlight Serenade Araceli
Cucalón Dicen... CONOCÍA A FERNANDO desde hacía varios años, no era una amistad íntima, solo un conocimiento casual que nos acercaba cada cierto tiempo, tiempo en el cual lográbamos intercambiar nuestras disquisiciones vitales a impulsos, sin conseguir comunicarnos, recorriendo aquel camino circular que se bifurcaba y ponía fin a nuestras conversaciones. Tenía un perro viejo que siempre le acompañaba, andando tras él, arrastrando sus pequeñas patillas. La realidad es que no se sabía quién era más viejo o quién arrastraba más los pies. De su vida desconocía lo más elemental, no me interesaba ni me interesó nunca, pero sí que traduciendo su palabreo se notaba que algo oscuro y secreto se escondía dentro de aquel corpachón y que en su cabeza rondaban obsesiones antiguas. No lo había visto desde el último invierno y casi lo había olvidado. Los últimos días del final del verano pasan despacio, deslizándose de sol a sol encima de la fina arena de la playa, las sombrillas van desapareciendo, los turistas se marchan y todo va volviendo a la calma chicha de los días sin viento que llegan en septiembre, cuando las barcas 148
con sus vivos colores vuelven a partir hacia el horizonte en busca de peces plateados que traerán hasta la orilla. Los hombres, de piel oscurecida por el sol, descargan al anochecer las cajas con pescados palpitantes que brillan bajo las lámparas que se encienden en la avenida del puerto. Los patios de las casas se llenan de conversaciones en sillones de mimbre frente al sol que se esconde