Número 10
Oídos sordos Ángel
Saiz Mora Reinaba el silencio... EL PESO DEL FRACASO gravitaba sobre cada centímetro de mi cuerpo. Aquel lunes, en especial, parecía tener las sábanas adheridas con saña a la piel. No hallé motivos para poner un pie en el suelo y luego otro. El rostro malcarado que iba a encontrarme en el espejo tampoco contribuía a despejar mi ánimo. Visto desde fuera podía parecer pereza, pero no era tal, sino falta de motivación. Buscar en Internet y en los diarios, la entrega de currículums, cientos de entrevistas sin resultado, preparar exámenes durante meses había sido tan agotador como estéril. Cerré los ojos con la intención de detener el comienzo de esa jornada, candidata a ser tan frustrante como todas. Al abrirlos de nuevo, la esfera del reloj de la mesilla sacudió de golpe toda mi molicie. Tenía el tiempo justo para acudir a una prue-
ba selectiva con vistas a un posible —e improbable— trabajo. La ducha fue un rápido bautizo. El desayuno consistió en una taza de leche más inyectada que bebida, sin rastro de café, ya estaba bastante alterado. Cogí lo primero que encontré en el armario antes de dejar la casa como lo hubiera hecho un ejército en desbandada. Llegar a tiempo parecía una perspectiva remota. Al pisar la calle hice algo que no podía permitirme: tomar un taxi. Recordaba a los sesudos analistas que decían que la dichosa crisis, que al parecer ya habíamos comenzado a superar, tuvo su origen en que la población vivía por encima de sus posibilidades, frases lapidarias a las que otorgué la misma atención que la de quien escucha la lluvia. Curiosamente, comenzaron a caer unas gotas, luego un torrente. 43