El Callejón de las Once Esquinas
Crónica apócrifa de un afrancesado
Los espiritistas (Continuación)
Plinio
el Bizco
Se quedaron allí para contar con detalle todos estos sucesos... UN CUERPO DE EJÉRCITO francés engendrado por las monarquías europeas tras las guerras napoleónicas, al que bautizaron como el de los «Cien mil hijos de San Luis», alcanzó Zaragoza en 1823. Estas tropas elegidas para restaurar el antiguo régimen en la península se adentraron por el valle del Ebro igual que siglos antes lo hiciera Carlomagno. A su paso, las libertades conseguidas con el Pronunciamiento de Riego involucionaron de nuevo hasta el absolutismo. Cuando llegó la fuerza de ocupación a los extramuros de la ciudad, anochecía y los mandos ordenaron finalizar la marcha para montar las tiendas en el «Campo del Toro». La tropa más veterana que participó en la conquista de aquellos parajes en la década anterior lo recordaba como el lugar donde se libró una cruenta batalla, 60
muchos durmieron atropelladamente, vivaqueando entre sueños alucinados, visitados por las ánimas de los caídos que surgían de las trincheras abandonadas. Al amanecer, los soldados más bisoños quedaron sobrecogidos al avistar todo el olivar talado sobre el fondo de una ciudad difusa, plegada sobre sus torres sobresalientes entre un caserío abatido como un trofeo de caza, comprendiendo que aquellos «baturros» lo habían sacrificado todo al dios de la guerra. Después de un desayuno de campaña, parte de las tropas formaron para desfilar y se pusieron en marcha bordeando el perímetro amurallado, o más bien, los jirones de ladrillo que aún se sostenían en el tapial. Entraron en el municipio por la Puerta del Carmen, que es lo más parecido a un arco del triunfo