Número 10
Sabes contar historias Héctor Daniel
Olivera Campos
Prisión del condado de Erie, Buffalo, estado de Nueva York, 1894.
Come, se aparea y escucha relatos...
LOS GUARDAS contemplaban la escena que se desarrollaba en el patio del penal con una mirada entre curiosa y divertida; por tercer día consecutivo, un nutrido grupo de internos se arremolinaban apostados junto al muro norte del recinto. El primer día en que se produjo la aglomeración, los carceleros se llevaron un buen susto; pensaron que se preparaba un motín y acudieron en tropel profiriendo gritos y blandiendo las defensas, para encontrarse con algo desconcertante y aparentemente inofensivo, algo para lo que no habían sido entrenados. Tras la sorpresa inicial, pasaron a informar del acontecimiento a Mortimer, el jefe de los guardas, quien dictaminó que aquella actividad no era
antirreglamentaria, así que no había por qué disolverla, lo cual no significaba que le gustase. Con celo profesional el jefe recomendó a sus chicos que se mantuvieran alerta. Hasta entonces, los presos habían ocupado el patio de una manera predeterminada, separados los unos de los otros por el color de su piel, la procedencia o por adscripciones más sutiles, como era la lealtad a una pandilla u otra. Sin embargo, todo aquel status quo había sido demolido; prisioneros que únicamente se habrían cruzado para apuñalarse se encontraban hombro con hombro formando parte del corrillo que se había formado alrededor del nuevo; aquel hombre joven de facciones varoniles, pero agradables, y 67