Número 10
Es un mundo de juguete que tiene sus propias reglas... ALBERTO NO SUPO cuanto necesitaba abrazar a alguien hasta que aquella anciana desconocida se le abalanzó con la inequívoca intención de envolverlo en sus brazos. ¿Cuánto hacía que él no tenía la oportunidad de realizar aquel gesto de cariño? En la oficina era algo impracticable, con su padre hacía mucho tiempo que resumía sus afectos en el beso casi arzobispal que desovaba cada noche sobre su frente, y desde que Cristina, harta de trabajos esporádicos, había decidido enfangarse en unas oposiciones a la administración pública, sus encuentros se reducían a un torpe intercambio de palabras en el descansillo de una escalera desvencijada, rebozados en penumbra sucia, mientras su madre los espiaba con la puerta entreabierta fingiendo que trasteaba en la cocina. Famélico de contacto humano, Alberto correspondió al abrazo de la anciana sin pensárselo, como en un acto reflejo: la estrechó entre sus bra7