El Callejón de las Once Esquinas
Recuerda que intenté gritar Aitziber
Conesa
Por ahí ya no hay nada... LLEGO A VALOSCURO a las cuatro de la tarde. Es un pueblo silencioso, de tejados verdes y paredes de piedra gris. Calmo y recio. Más o menos lo que esperaba. La puerta de la casa de huéspedes cierra tras de mí con un chasquido y descanso mi escaso equipaje a mi lado. Miro el reloj sobre el mostrador de recepción. Cuatro y media. En este momento cumplo dos meses de viaje. Dos meses visitando los lugares que vieron mis padres en vida, en los que nacieron y vivieron. Aquellos que me ocultaron 94
siempre. La dueña de la casa me recibe, hosca, poco acostumbrada a alquilar sus habitaciones. El precio que me impone por la pensión completa es ridículo, pero acepto igualmente y firmo el libro de recepción. Ella me informa aburrida de las horas de las comidas mientras me tiende mi llave. Al parecer llego tarde para el té, pero harán el favor especial de servírmelo. «Solo por hoy», me aclara. Las pastas que acompañan al té, concentrado y amargo, son demasiado dul-