La Sal después de una lluvia
Después de una larga ascensión, el descanso, esto es la cima del punto más alto de La Sal: un respiro. Calles trazadas siglos atrás a medio borrar, casitas de juguete bajo el mismo tono pardo de sus tejados. Y detrás de los tejados. El mar. Aguas intranquilas pidiendo a gritos una tormenta. La blusa de la prima Yunieska también pide mojarse, yo (lo admito) pido que llueva más por la blusa de mi prima que por el mar. Por último está el rostro de Gu-gú, que paralizado en su mueca eterna de idiotez, no pide lluvia ni sol. ¿De quién fue la idea? De nadie, es simplemente razonable que bajemos al mar, nos hemos quedado sin recursos allá arriba. Y otra vez me siento hijo de mi padre, a gusto con el lugar que ocupo mientras se aproximan el mar y la lluvia. Pero no lo menciono porque suena cursi, porque la lluvia y el mar en este pueblo suspendido en un tiempo que se fue y fue mejor, vuelven ridículo cualquier pensamiento. Incluso el mar parece existir únicamente para ser observado y escuchado, nombrarlo o bañarse en él sería una transgresión, otra violación humana. Sólo esperar es posible, mirando al cielo, aguardando ya no la lluvia sino algún sacrificio. Y llueve. Nos dejamos llevar por una calle ancha que desciende con nosotros a la playa y que va quedando desierta a nuestro paso, todos se ocultan del aguacero, todos han corrido. 98