Barlovento
¿A dónde fueron a parar los ojos de Severo? Tal cuestión sólo interesa a su esposa, su hijo sabe muy bien adónde irá papá, los ojos apenas se han adelantado un poquito. Sin embargo lleva esa curvatura en la espalda como un generoso peso y una mañana soltó un mechón de pelos y sonrió al espejo, tampoco le apena que únicamente los calzoncillos de patas largas le sienten bien. Son sus manos que se van tornando de piedra ajustándose a su futuro inmediato las que a veces le inquietan. El diagnóstico fue «Síndrome del túnel metacarpiano» y aseguraron que era una dolencia independiente al cáncer de colon. Su cáncer era un bicho con la forma y tamaño aproximados de un feto de entre seis y ocho semanas. El síndrome del túnel metacarpiano se puede tratar con cirugía, el cáncer que se confunde con un feto de más de tres semanas es una sentencia. Por las historias que le contaba de niño, su padre tenía una visión bastante heroica de cómo debía ser el fin de los hombres buenos. Pero tal vez le quiso contar otra versión cuando por las tardes se mecía en el sillón aguardando plácidamente a que la muerte entrara por el balcón. En ese estar medio ausente había una vaga impresión de algo más, se percibía una mirada nueva quiero decir. Había adquirido en la cárcel la expresión de quien, desamarrando en silencio las horas, observa y sabe. Para ilustrarlo, veamos un detalle que no es nada y lo es todo: su esposa podía jurar que el azul se había cuajado en un gris nublado, pero en realidad sus ojos eran de un gris ratón. Además el bulto en su lomo le daba a su pose cierta predisposición para 128