Anas discors o el isótopo radioactivo
Hace muchos muchos años, cuando el mundo aún estaba partido en dos y Cuba era un escupitajo de tierra en la latitud equivocada, sus habitantes surcaban los cielos a diario y allá en el Este se hacían víctimas del invierno. Un agente cubano (llamémosle El Biólogo) viaja de regreso a su islita proveniente de Moscú sintiendo todo el rato que la cabeza le pesa de un modo extraño. Durante el trayecto había soñado con lejanos copos de nieve, con una muerte blanca. Quizá esa migraña incisiva era sólo una respuesta de su mente, quizá (y aquí medio que se heló de miedo) era otra pregunta. Un cambio importante se había operado en él, al partir era insultantemente joven, al volver ha olvidado qué es la conciencia y para qué sirve. Su especialidad siempre fueron las aves migratorias, aunque más que un mero ornitólogo él se consideraba un científico con un elevado sentido del deber. Hizo experimentos con ácaros poco dañinos en la Cerceta aliazul, si el transporte se tornaba eficaz, muy pronto estos patos transportarían virus letales de La Habana a La Florida. Le parecía una respuesta educada, pues si ellos (y por «ellos» entendemos al Imperio) enviaban plagas hacia acá, entonces él (y por «él» entendemos a su equipo de ornitólogos) contestaba con una bandada de patos aliazules que en formación en V sobrevuelan el estrecho cargados de gérmenes de todos los colores para esparcir en primavera. La «Operación Anas discors», llamada así en alusión al nombre científico de esta especie, fue interrumpida debido a su alto 137