Abel Arcos, 9550: una posible interpretación del azul

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Una charla cálida y vivificante

A veces Stiopa, cuando está muy aburrido, ordena traer a cualquiera de sus reclusos preferidos. El tío Seve debe llamarlo oficial y Stiopa llama a mi tío 2492, número, no es necesario señalarlo, que indica que antes de él, en el año noventa y dos procesaron veintitrés casos más. ¿No sería justo, como grados de vejez para un preso digo, que la primera cifra fuera un continuum en lugar de dividirse por años? Siguiendo esa idea entonces, a medida que pase el tiempo y por consiguiente aumenten los casos, el tío Seve llevaría orgulloso en su espalda algo semejante a 234578…93 y subiendo, cifra que le daría la vuelta, que lo envolvería como un abrigo. En el calor afilado de los cuartos de interrogatorios ellos hablan como dos antiguos enemigos a muerte que el tiempo, la historia, ha vuelto cercanos a la fuerza. El tío Seve y Stiopa pasan largas horas debatiendo sobre los temas más diversos. Abiertamente, como sólo pueden hablar el derrotado y el vencido después de comprender que ganar, al igual que perder, te deja en un vacío calmo preguntándote «¿qué pasaría si estuviera en el lugar del otro?» Aunque rara vez hablan directamente del conflicto que los une, hay momentos de debilidad en los que insertan, como navajas, rápidos comentarios condicionados por sus respectivos puntos de vista. El tío Seve le asegura que es ahora, encerrado, cuando puede considerarse culpable, antes era un pobre inocente, todos los que tienen la suerte o la desgracia de recibir aventones de la flota de ladas (verdes y blancos) en sus terribles rondas nocturnas, son pobres inocentes, de lo contrario sus cuerpos 56


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