Valentina Tereshkova conquista el espacio
A veces ocurre que Micha se aparece con algunos kopecs y me invita a tomar durofrío después de clases, que es cuando las niñas de sexto año (tan grandes) también van a congelarse las boquitas con sabor a naranja y tamarindo y guayaba y coco y nos sonríen de color naranja y tamarindo y guayaba y coco. Micha se desquicia y se lo gasta todo invitándolas con la única condición de que se los tomen «con nosotros por favor», para nosotros. Y ellas se siguen burlando de la cara de Micha, que parece sacada de un muñequito ruso y de mi cabeza, que parece el globo terráqueo del aula de geografía. Sin embargo lejos de acomplejarse Micha les pregunta si ya saben que dentro de poco van a manchar sus blumitos de sangre y si saben que cuando las preñen esas téticas erizadas serán globos más grandes que mi cabeza. En el acto las niñas dejan de reírse y nos tiran sus durofríos de naranja y tamarindo y guayaba y coco y yo digo «ñó, Micha, qué bofe eres» mientras nos alejamos con los uniformes bien empegostados. Irina nos abre la puerta envuelta en ese humo azul que anestesia, metida en unos short diminutos que aprietan sus muslos muy blancos, muy anchos. Nos estampa un beso en la boca y nos quita los uniformes para lavarlos. Y así en calzoncillos nos sentamos a ver los muñequitos, a que Micha me traduzca palabritas de letras cómicas y pronunciación musical hasta que aparezca Конец, que anuncia la hora del baño. Entonces Irina, en cuclillas junto a la bañera, toda azul y suave, nos baña a los dos de una, tarareando algo tristísimo mientras nos enjabona y me 58