Feliz cumpleaños
Cumpleaños, otro, en posición horizontal, no semejante a un herido, sino acostado simplemente en su celda. Mirar al techo ya no provoca mareos, ha pasado aquel deseo latente de morirse, de que todo acabara en cerrar y no volver a abrir los ojos. Se siente muy lejos de sí mismo, arribando a una edad como un mar quedo. La rutina, que se propaga en los cuerpos y confunde la mente. ¿O debería decir libera? Confusión y libertad no son contrarios cuando para el alivio basta un rincón fresco donde acurrucarse en silencio. Es ahora, tan tarde, que le viene como un pálpito la idea de que en realidad el tiempo nunca ha avanzado, que no puede hacerlo por obligación de métodos ya que sería demasiado cruel que cada uno de sus cumpleaños anteriores hayan sido escalones para conducirlo hasta aquí. ¿Y toda la locura de esa certeza no lo convierte acaso en un ser infinito? Prueba reveladora de ello sería que el tío Seve ha dejado de pensar en su libertad como un final verosímil. Sólo quisiera que lo trasladaran definitivamente a una celda con más privacidad, y que de ser posible le dejaran conservar la mayor cantidad de libros. Entonces (y sonríe al imaginarlo) se dedicaría exclusivamente a leer, como Gramsci, que en lugar de hundirse creció en el encierro, sí, el lector más grande que haya leído nunca, alguien al que apenas lograron reducirle el espacio. ¿Quién dijo que necesita permiso para regresar a casa? Si sus piernas aún lo sostienen y aún le obedecen, si sus ojos aunque medio nublados todavía alcanzan para avistar horizontes. Es por eso que hoy, con firme determinación (nunca mejor 65