Una cosita especial
Hace días que Micha viene hablándome con tremendo misterio de su lugar secreto, era una sorpresa por mi cumpleaños, pero no pudo aguantarse y empezó diciendo a modo de adivinanza que se trata de un hueco, un hueco en el tiempo que nos traga niños y nos devuelve hombrecitos. Luego agregó que para llegar allí hay que subir al cielo, y por último que el cielo pasa por la escuela. Una cosita especial, una cosita especial. Cumplo doce años ¿no?, lo merezco, a esa edad los niños de la Siberia cortan abedules a la par de los hombres. ¿En serio, Micha? Qué sabrá él, pero suena natural, tiene un regusto a deseo cumplido: qué mejor regalo para un niño de la Siberia que un abedul maduro. ¿Micha, en serio hay abedules en la Siberia? A lo mejor ni siquiera hay niños y deben crear muñecos de nieve bonsáis para hacerse una idea de la infancia porque nacieron ya hombrecitos. Imagina lo rico que sería no tener que pasar por la escuela para cortar un árbol, imagina lo que es perder la mirada en abedules recortados contra la nieve, en ese blanco pleno. Digo una tierra prolongada hasta el horizonte, sin interferencias del mar, donde uno pueda hacerse viejo en una larga caminata, una larga sucesión de nuevas formas. Dicho sea francamente unos niños no serían capaces de tales palabras, sin embargo, oírme hablarnos así me sirve para ubicar una amistad que no sé dónde reencontrar. Micha, los hombres cubanos no se dan cuenta de nada. Sin más rodeos, la sorpresa de Micha es esta: Subimos a la azotea, una escalera oxidada que deja manchas indisolubles en los uniformes. 68